Me vino a la cabeza la frase de “Juego de Tronos” mientras, tras un gran madrugón, conducía hasta Santa Cruz del Sil, nevaba sobre la autopista y los quitanieves tenían las palas preparadas mientras repartían sal sobre la calzada. En un par de horas me iba a enfrentar al gran objetivo que me había marcado hasta el momento en la temporada y en ese momento no tenía claro que por culpa de la nieve tuviera que volver y quedarme con las ganas.
Pero hubo suerte y pude llegar sin problemas, más complicado fue el aparcamiento pero también pasé esa prueba. Al recoger el dorsal recibo la llamada de Fernan, la nieve le ha impedido salir de Somiedo, de manera que me va a tocar correr en solitario. Me da rabia, sé que esta carrera le ilusionaba tanto como a mí, además, tenía ganas de salir con fuerza y Biri para ello es siempre la mejor referencia.
Intento no pensar en ello y me dirijo a la zona de salida, un café con leche bien caliente y una magdalena me ayudan a entrar en calor. Rita, la sonrisa más grande de las montañas españolas, me cuenta por encima como es la carrera, por allí están también Miguel y Pilar, a la que por fin “desvirtualizo”, además de medio Tierra Trágame.
Contando batallitas con un chaval del Samburiel, estos también están en todas partes, me doy cuenta de que estamos muy atrás en el grupo cuando dan la salida. Toca remontar desde el principio y es difícil, la pendiente de los tres primeros kilómetros es grande, poco a poco voy dejando atrás las ganas de caminar y mantengo el trote lento pero constante, adelantar es difícil porque supone salir de la zona prensada y pisar nieve virgen, ir de un lado a otro de la pista, pero hoy toca darse caña y no vamos a rendirnos al principio ¿verdad?
Intentando remontar... (foto de Arroyo Santana) |
El “repechín” tiene tres kilómetros de longitud, en los metros finales empiezo a preocuparme por la bajada, si es igual que la subida tiene que ser muy rápida y con la nieve… Pues con la nieve resulta resbaladiza, intento recuperar un poco pero enseguida veo como los fieras que tanto me ha costado adelantar subiendo se tiran hacia abajo como si no hubiera mañana, sé que bajando siempre pierdo posiciones pero esta vez al menos me esfuerzo por no perder de vista a aquellos que pasan. Cosa que consigo más o menos hasta que el momento en el cual quien ideó el recorrido decidió que lo mejor era tirarse por un cortafuegos…
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El tobogán (Foto de José Devesa) |
Pues nada, al lío, ¿acaso no hemos venido a correr? Sin pensarlo, ya que si lo hubiera hecho me habría quedado arriba, me tiro con todo, pasos cortos y rápidos, pisando con fuerza, compruebo sorprendido que mantengo el ritmo de la gente que llevo alrededor hasta que un “ligero” resbalón me hace bajar diez o doce metros en modo tobogán. El hematoma que tengo en el trasero es una señal inequívoca de que no fue tan divertido como suena. Llegados abajo, cruzando la localidad de Páramo, vuelvo a “coger” a aquellos que bajaron mejor que yo.
En esas que llego al avituallamiento, un poco de agua, un trozo de naranja y… ¡qué coño pasa aquí! ¡no se para nadie!... Dejando a medias el vaso de agua de agua que estaba bebiendo salgo detrás del grupo que se había formado. A la salida del pueblo un niño va contando, me ha tocado el 148, extrañado, sigo hacia delante. Allí comienza la subida a la Campona del Páramo, los primeros kilómetros son suaves, recorriendo al principio una pista y después una preciosa senda de pizarra negra y nieve entre hayas y robles. Es estrecha, el ritmo del grupo es bueno, aprovecho para descansar un poco, para disfrutar de un paisaje que me recuerda a Buyezo, el pueblo de mi padre en el valle de Liébana.
Poco después la pendiente se multiplica, pasos más o menos complicados nos hacen caminar, llegamos a una pista que serpentea camino de la cima, a la nieve se le une el viento, es difícil trotar pero caminar no es fácil tampoco, la zapatilla se hunde en la nieve y hace que el avance sea pesado. He ganado posiciones en el grupo y por momentos no veo a nadie por delante, aquí es donde más echo de menos a Biri, sin referencias es difícil mantener el ritmo adecuado. Finalmente empiezo a ver en la distancia otro pequeño grupo de corredores, aprieto los dientes para intentar darles alcance, algo que consigo poco antes de llegar al avituallamiento de la cima.
El que termine la subida implica una nueva bajada, la carrera está ya rota y no hay formados grandes grupos que supongan un problema. El cansancio hace mella y ya no se ven esos corredores que pasan como alma que lleva el diablo en pos de quien sabe qué. Tras unos metros de pista, una senda sale a la derecha, la pendiente es importante y los resbalones en la piedra también, pero siento que estoy bajando bien. Vuelve el bosque y se multiplica la diversión, no solo vale con estar pendiente del suelo, hay que agacharse continuamente para pasar bajo los árboles caídos, saltando para no pisar los riachuelos que cruzan el camino. Por desgracia, cuando mejor lo estaba pasando, un cordón decide desabrocharse, mientras lo ato un grupo de cuatro corredores me pasa sin remedio. Hasta el pueblo de Primout voy tras ellos, no queda más remedio que hacer un avituallamiento rápido compuesto por tres o cuatro avellanas y un vaso de isotónico.
Es Primout un pueblo realmente bonito, con un río que lo cruza por el medio y que se convertirá en el protagonista de la carrera en los siguientes kilómetros. Allí empieza la parte “llana” de la carrera acompañando al río por una vereda cercana, voy fuerte, el terreno es favorable a mi forma de correr y me veo con muchas ganas, pero el terreno favorable es escaso. La senda se llena de agua y barro, los arroyos que van a parar al río empiezan a ser suficientemente grandes como para no poderlos saltar, el agua está fría, los pies protestan, las piedras resbalan, el barro atrapa las zapatillas, y aún así el ritmo no baja. Pienso en que es un buen entrenamiento de cara a la Goi, un terreno que me venció hace ya casi dos años pero esta vez no va a poder conmigo.
Un avituallamiento espera al otro lado del río, curiosamente, después de todo lo pasado, lo atravesamos por un puente, a la vuelta, con el agua por las rodillas para terminar de limpiar el barro acumulado, comienza la última subida de la prueba.
Es muy similar a la primera, una pista de considerable pendiente que termina con las escasas fuerzas que van quedando. Por primera vez en toda la carrera veo corredores desfondados que caminan y lo que es peor, me doy cuenta de que no he comido bien. Pienso que un grupo de “pomponeros” al final de una cuesta supone el inicio de la última bajada, sacando las últimas fuerzas troto hasta allí para ver como solo era una curva en el ascenso. Los últimos metros se hacen duros, empiezo a sentir hambre de verdad y un pequeño mareo ronda mi cabeza.
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Continúa la caza... (Foto Naturama) |
Pero llegada la cima solo queda bajar, como es costumbre en esta carrera, al principio por pista y después, tras un trozo de chocolate que esta vez si me paré a comer, una preciosa senda entre árboles, hojas secas y nieve. Con la extraña sensación de ir mal pero rápido, alcanzando a tres o cuatro corredores en el último kilómetro, la llegada al pueblo se hace terrible. En el asfalto la pendiente es brutal, exprimiendo las pocas fuerzas que quedan, los últimos metros, ya en bajada y acompañado por un montón de niños y los gritos del público se harán inolvidables.
Llegada en tres horas y veintidós minutos, puesto 117 a pesar de haber ido “casi” a tope.
Conclusiones:
- La carrera es espectacular, con una organización de sobresaliente. No es excesivamente dura comparándola con el MAM o el 3R, pero la climatología de este año le ha dado un punto épico muy bonito.
- Me ha gustado disputarla dentro de mis posibilidades, que he visto son pocas, jeje. Creo que el nivel ha sido muy alto.
- La de siempre, creo que he mejorado mucho bajando desde que empecé, pero hay que bajar más. Me he visto bien en las subidas, incluso andando, y muy fuerte en los tramos “fáciles”.
- La rodilla duele, no puedo negarlo más, así que ahora toca descansar un poco…