Salgo de la noche muy tocado. No termino de comprender cómo he llegado a esta situación. No tengo la sensación de que haya sido un proceso (no soy consciente de ello) pero estoy mal, muy mal. Creo saber cuál fue el detonante: en el control de Col Checrouit tuve la sensación, una u otra vez todos la hemos experimentado al probar algún alimento, de que la sopa me iba a sentar mal. No era como las demás, tenía algún componente que hizo que mi instinto diera la voz de alarma. Desde luego no lo suficiente como para dejar de comerla. Luego para terminar de fastidiarme el estómago, uno de los higos que llevaba estaba ácido: tuve que escupirlo después de haberlo tenido un buen rato en la boca sin darme cuenta de que se había estropeado. Ahora la carrera se ha reducido a mis problemas gástricos. Todo ha pasado a un segundo plano.
He llegado a Courmayeur con buenas sensaciones en las piernas pero con la preocupación del que sabe que está atravesando una crisis muy seria. Allí estaban los Locos animando, felices, como siempre. Da gusto sentirse arropado por ellos en los controles. Es alimento para el espíritu. Intento sonreír a pesar de que moralmente ando hundido. Con gusto me echaría a llorar. Dentro del avituallamiento me sorprende ver a Julio y José Manuel. Nunca pensé que andarían tan cerca. Les saludo como puedo y comienza mi calvario particular.
Constato lo que era evidente: cualquier alimento que intento llevarme a la boca, me produce náuseas. ¿Cómo he podido llegar a esto? No consigo recordar las primeras molestias aunque los carbohidratos con el calor me revuelven el estómago. Lo peor de todo es que ya no puedo disimular, engañarme a mí mismo espantando los fantasmas de la deserción, decirme que no es nada. No intento ni convencerme. Es en vano. Llevo media hora intentándolo, yendo y viniendo por el enorme control de Courmayeur con el único objeto de que mi estómago vuelva admitir cualquier cosa, lo que sea; pero todo me produce náuseas. No consigo estabilizarlo. Estoy perdido.
Nunca pensé que la carrera pudiera acabar así para mí. Siempre me dio miedo la enorme distancia, el cansancio final, alguna lesión pero ¿una mala digestión? Parecía una broma pesada si no fuera por las pocas ganas que tenía de reír.
Veo mi preocupación, mi miedo, mi propia frustración, en las caras de mis acompañantes. Arantxa, que siempre tiene más confianza que yo (no sé cómo lo consigue) en todo lo que hago, no muestra con tanta claridad su inquietud como Dioni. Su mirada fija, perdida en un punto lejano da cuenta de mi propia desesperación. No puede disimular aunque me anime y no muestre dudas. Y me lo planteo todo. Tengo ganas de parar, de acabar con este sufrimiento. Mi ánimo siempre incólume muestra signos preocupantes.
Han sido semanas de una enorme excitación. Comencé a prepararme ya el año pasado cuando me hice el firme propósito de tener los puntos para el UTMB sin haber decidido todavía afrontarlo. Luego casi ocho meses de salidas enfocadas en exclusiva a esta carrera. Si digo que no fueron duros mentiría. Si alguien se piensa que no tuve dudas, se equivoca. Desde luego nada que un final feliz no redujera al más absoluto olvido.
Pero lo más intenso para mí han sido los días previos a la carrera. Lo noto porque me emociono con facilidad lo que en mí no es habitual. Normalmente me cuesta mucho expresar ciertos sentimientos hasta el punto de que parezco frío. Ahora me he vuelto un hombre de lágrima fácil. Todo me emociona. Estoy abrumado por la gente que ha sido capaz de venir hasta Chamonix para apoyarme y siento verdadero miedo de decepcionarlos. Me conmueve pensar en los que han sido capaces de dejarse un desfasado bigote sólo por mostrar que están conmigo al igual que los que lo han imitado de las más variopintas formas. En los que llevan camisetas con el anagrama de los Locos mezclado con el de la UTMB. Leo cada mensaje, cada muestra de apoyo y no puedo evitar las lágrimas. Nunca me había sentido así. Para mí todo es nuevo a pesar de los años que llevo haciendo deporte. Siento que mi fracaso en cierta medida es su fracaso y me pesa como una losa la responsabilidad porque creo en la sinceridad de su apoyo desinteresado. Es algo demasiado grande como para desperdiciarlo o reducirlo al ámbito de lo anecdótico. ¿Cómo no recordarlos en estos duros momentos? ¿Cómo no voy a ablandarme, ahora que sufro, pensando en ellos?
Por eso sigo aquí, en Courmayeur, angustiado, porque me da vergüenza salir ahí fuera del control y decirles que unas náuseas han acabado con su ilusión y con la mía, que la persona en quién confiaron lo deja, o más bien los deja, traicionando su fe, mucho más grande que el círculo inmenso que hace la propia carrera. Sigo aquí porque no quiero ver sus rostros decepcionados, porque sería un mal recuerdo difícil de borrar, un recuerdo que no quiero llevarme de Chamonix. A veces, lo peor no es abandonar sino afrontar todo lo que supone dejar una carrera. El día después siempre es mucho más duro y cualquiera que haya tenido que hacerlo sabe de lo que hablo. Cuando alguien les pregunte si su amigo consiguió terminar la carrera como ellos esperaban, sentirán las mismas punzadas de decepción en su espíritu que yo mismo porque asumirán como suya mi propia derrota. Así es la solidaridad y el apoyo verdadero. Así lo siento yo ahora intentando superar estas malditas náuseas. Ellos son mi apoyo y van a conseguir que tenga paciencia, que espere y no desespere, que tenga la calma suficiente para seguir ahí. Por eso lo intento una y otra vez aprovechando la diligencia de Arantxa y Dioni. Por eso voy y vuelvo a la mesa del avituallamiento y pido y me traen y rechazo y vuelvo a intentarlo con la más absoluta ansiedad pero convencido de que no tengo otra opción. No tengo otra opción. ¡No me dejasteis otra opción! ¡Y siempre os estaré agradecido por ello!
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Vamos, vamos, vamos... |