El hecho de apuntarse a una carrera sin ver antes pormenorizadamente todos sus detalles puede jugarte a veces una mala pasada. Cuando me sugirió Arantxa El I Trail de las Ubiñas y me señaló la zona, siempre pensé que sería desde un pueblo pegado a Teverga o San Emiliano, ambas cercanas a Somiedo donde voy con asiduidad. Espoleado, sin duda, por mi retirada de la Madrid-Segovia , para mi nefasta, no dudé ya en apuntarme, vista la dureza de su recorrido con 4000 metros de desnivel acumulado (+/-), muy acorde con mis características. Me dio igual el hecho de que la categoría de VET fuera a partir de los 45 años (por experiencia las posibilidades de estar cerca del podium en ellas merman bastante) pues lo principal es que tenía muy buenas sensaciones.
Algo muy distinto fue cuando me puse en serio a ver desde dónde salía la carrera. Las Ubiñas es un macizo impresionante que divide de forma majestuosa Asturias y León. Sin comunicación por carretera entre su zona Este y Oeste, el partir de una u otra vertiente puede suponerte un más que mediano viaje por carreteras tortuosas. Así fue. El comenzar en Tuiza, un mar avilloso y acogedor pueblo de montaña, suponía para mí mas de hora y media de viaje en coche que, unido al comienzo de la carrera, las nueve de la mañana, alargaba el madrugón a las seis de la mañana. Como ya no había remedio, no quedaba más que acercarse con tiempo cerca de Pola de Lena y remontar una larga carretera de subida a la pequeña aldea.
Todo no fue malo: se habían anunciado lluvias y nieve en altura. Conociendo la dureza de la zona no miento si digo que me preocupaba bastante el asunto porque cuando nieva por esas cumbres lo hace copiosamente. Sin embargo, pronto recibimos buenas noticias. No se cumpliría el pronóstico inicial y disfrutaríamos de un día frío pero sin mucha agua. Tampoco se esperaba nieve.
A disfrutar. O eso pensaba yo inocentemente.
Como hago en muchas de las carreras que corro, me acerqué al arco de salida para ir viendo el nivel de los participantes. Si eres observador suele ser un buen test para lo que te espera. La verdad es que me pareció altísimo. Gente muy fina y bastante joven en general. Buenas prendas y mejores materiales. Apenas distinguí algún que otro veterano de más de cincuenta años. No parecía haber ningun participante de los que se acercan a estas carreras para ‘probar’. De forma automática decidí optar por una carrera en la que fuera al 80 por ciento de mis recursos. Eso quiere decir que empezaría fuerte pero no a tope esperando acontecimientos. La idea sería andar en los repechos fuertes y correr en las subidas suaves pero siempre sin forzar a tope. Últimos nervios y un verdadero deseo de que comience todo para relajarme por fin.
El recorrido no engañó desde el principio: comenzaba con una fuerte subida presagio de las venideras. La hice corriendo suave para ir calentando. Saludos a Arantxa, que esperaba un poco más adelante, y arriba. Mi idea era funcionar por sensaciones sin mirar en ningún momento el Fore. Justo en el primer avituallamiento (km. 12) tenía pensado echar un gel en la botella de agua que me dieran, para írmelo tomando en los kilómetros finales.
Debo decir que desde el primer momento me vi sorprendido por la dureza de las rampas que iban apareciendo: si una era fuerte, la siguiente la sobrepasaba, si en aquella el terreno era resbaladizo y peligroso, en la otra embarrado y sinuoso. En alguna zona había algún cortado con volados que ralentizaban la mar cha ante el peligro de una muy mala caída. Pasado algún tiempo comencé a notar que el primer ritmo que me había impuesto empezaba a pasar factura en mis piernas por lo que comencé a bajarlo para reservar mis cada vez más cargados músculos. Me empezaba a parecer increíble cómo la gente lo podía seguir manteniendo ante la dureza del recorrido. De esa forma, con la cabeza fría, fui perdiendo poco a poco algún puesto esperando recuperarme con posterioridad a partir de la bajada hacia el refugio, aprovechando mi resistencia.
Por desgracia, una cosa son nuestros planes y otra muy distinta la realidad, empeñada a menudo en fastidiarnos. Los planos cada vez más inclinados, o eso me parecía a mí, me obligaron a replantearme sobre la mar cha lo ya una vez modificado. Bajé de nuevo el ritmo pero esta vez a la desesperada porque los síntomas que tenía eran preocupantes. Lo peor, la cabeza, sin duda mucho más lenta a la hora de asimilar lo que estaba pasando: me encontraba a punto de reventar y la amena charla que una pareja de corredores que me acababan de pasar mantenían, hicieron mella en una maltrecha moral. Ya me costaba no dejar que se fueran separando de mí.
No sé si a alguien le ha ocurrido en alguna ocasión pero en un momento dado de la carrera a veces sentimos que se está acercando el punto crítico: todo va mal y ni en el peor de los posibles trayectos soñados cabía esa situación por lo que no estamos preparados para ella. El barco se hunde sin que podamos hacer gran cosa por evitarlo.
Con celeridad intenté sobreponerme. Busqué una tabla de salvación y decidí mirar el Fore pensando que ya debíamos estar cerca de la bajada al refugio que señalaría la mitad del recorrido. Lo miré con nerviosismo. Parecía que había vuelto al instituto momentos antes de recibir esa nota que iba a marcar mi destino en las siguientes semanas. Busqué el kilometraje como el náufrago algo a lo que asirse tras el hundimiento…
La visión fue una decepción más. Todo se había desmoronado: apenas llevaba seis kilómetros y cien metros. Demasiado sorprendido para asimilar el golpe, volví a mirar incrédulo el maldito aparato para cerciorarme del desastre. Fue entonces cuando me entró el pánico. Recordé que Arantxa había barajado la posibilidad de acercarse andando al refugio para verme pasar por allí y pensé en abandonar a esa altura de la competición con la seguridad de que me daría ánimos y justificaría mi acción. A pesar de ello no encontré el alivio que esperaba porque me parecía increíble que mi cuerpo pudiera aguantar si quiera otros seis kilómetros de tanto sufrimiento. Fue entonces cuando de repente conseguí reponer un tanto mil maltrecha cabeza y comenzar a pensar de forma positiva. Estaba corriendo una carrera de 21 kilómetros, todavía iba muy bien posicionado y, por muy mal que me encontrase, mi mente no podía asumir realmente una retirada así. Desde mi punto de vista era indefendible.
Decidí esta vez sí, reconsiderar por tercera vez mi estrategia y aplicar mi último recurso, un viejo truco aprendido de mis años de alpinista cuando las copiosas nevadas convertían en una trampa algunos recorridos de montaña. Entonces dejaba que mis piernas fueran marcándome el ritmo por muy lento que éste le pareciera a mi impulsiva cabeza. De este modo fui perdiendo puestos sin que el paso de la primera clasificada, a la que había vencido en Muniellos, me sirviera de estímulo dado el mal estado de mis piernas.
Aunque para mí fue doloroso, si puedo decir que resultó eficaz porque conseguí, por fin, un ritmo de carrera soportable y, sobre todo, un objetivo muy claro. Así me acerqué hasta la primera y larga bajada hacia el refugio con la esperanza de resolver la mayoría de mis males. Si no vinieron más desánimos ni más abatimientos fue debido a la fuerza que adquirió para mí el deseo de cumplir mi meta. Cualquiera que haya bajado rampas en la cornisa cantábrica sabrá a lo que me voy a referir. Con el suelo mojado, la mezcla de piedra, hierba rasa y barro era una trampa mortal que me obligaba a retenerme en exceso en la bajada con el consiguiente castigo de mis cuádriceps. La falta de costumbre ayudaba a ahondar más el problema. Todo el mundo parecía ir más deprisa que yo y sus dolorosas caídas no me valían de consuelo ni me ayudaban a ir más deprisa. Ahora sí que tenía la sensación de que las piernas me iban a fallar de un momento a otro, tanto, que para mí fue un alivio llegar a las zonas más llanas que rodeaban el ansiado refugio: isotónico, medio plátano y, pasando por completo ya del gel, de nuevo me lancé a la subida con el ánimo del que va a trabajar a las seis de la mañana.
Esta vez tuve mucha suerte porque al poco de empezar a ascender me pasó la segunda clasificada y su ritmo para mí fue un bálsamo reparador. No tuve más que seguirla en el ascenso sin otro ánimo que mantenerme así hasta la llegada. Curiosamente logré incluso reponerme desde entonces, llegando a dejarla en las zonas llanas y en las bajadas sin que a partir de ese momento me pasaran muchos más corredores. Para mi este hecho fue fundamental dado que, después del primer paso por el refugio, quedaba otro tanto de subida semejante a la ya hecha y pareja bajada, esta sí un verdadero tormento que me obligó a bajar andando a ratos para dar descanso a unas inseguras piernas. Una lástima que no pudiera hacer un par de últimos kilómetros a tope para conseguir bajar de las cuatro horas. La pendiente, esta vez muy favorable, no valía de nada ante la imposibilidad de alargar una zancada por un terreno plagado de piedras sueltas. Imposible resistir con mi estado muscular tanta irregularidad sin caerme. Justo un kilómetro antes de meta me pasó, con una envidiable potencia, la corredora que quedó segunda clasificada que también le arrebató a la que me sirvió de liebre su ya casi seguro segundo puesto. Sin más acabé una, a pesar del fracaso de mi estrategia, muy bonita carrera, con unos paisajes espectaculares que me siguen invitando a probar de nuevo.
Permitidme un último consejo: todo el que quiera un reto corto pero intenso, que pruebe con este fabuloso trayecto, que con el tiempo puede convertirse en un verdadero clásico.
Creo que es la mejor entrada-crónica que te he leido desde que te conozco. Repleta de información, lecciones, detalles, reflexiones, propuestas... completísima.
ResponderEliminarHoy no tengo demasiado ánimo ni lucidez para comentarla. Disculpame pero te garantizo que lo haré otro día. Lo merece.
Me has dejado sin palabras, lo primero que se nota es que esta carrera de alguna forma te ha marcado, solamente se narra con esta intensidad lo que te llena.
ResponderEliminarEn la primera frase ya reconoces el error del que partiste, hiciste un planteamiento de carrera sin la referencia de lo que te ibas a encontrar, aunque viendo la cuesta que os pusieron para ir calentando piernas se podría intuir el resto.
Los sentimientos que te fueron asaltando hubieran acabado con otro que no tuviera tu fuerza mental, sobre todo cuando recurres al Fore buscando un consuelo y que este te presente la cruda realidad, pero ni siquiera eso pudo contigo.
Mejor explicado imposible, Fernan apenas sales de una te metes en otra, e imagino que todo será resultado del trabajo bien hecho y de la constancia, constancia y la constancia
ResponderEliminarCreo que has sacado una gran conclusión Fernan. Algo que todos siempre hemos de tener presente. No debemos medir nuestros esfuerzos sólo en km eso cuando hemos dado el paso al ultrafondo puede hacernos caer en un exceso de confianza.
ResponderEliminarCada carrera es un mundo y el terreno o la climatología, especialmente en montaña puede convertir una prueba dura en un desafío de tintes épicos y para ellos nuestro cuerpo y nuestra mente deben estar preparados. Incluso para la renuncia si la prudencia lo aconseja.
Como bien dices, mirar altimetría, las previsiones meteorológicas, las características del terreno se convierten en algo más que recomendable si no queremos vernos meternos en un fregao que no esperábamos.
Ya lo comenté inicialmente. Me ha encantado esta entrada. Aporta mucho. Felicidades y gracias.