Tu mirada, reposada
sobre una vida de más de ochenta años, desprendía resiliencia una vez más. Nos mirábamos,
tú preguntándote por qué y yo estirando los segundos porque no te volvería a
ver. Al menos en esta vida.
"Por qué te
ríes" -me inquiriste-. "Porque estás muy guapa y te veo
estupenda" -te respondí, omitiendo para mis adentros- “y porque esperaba verte bastante peor".
Sin embargo, te vi eterna, muy mermada para como eras, pero con tu vivaz mirada
y eso me agradó.
Estabas tumbada en
una cama vieja de un hospital viejo, rodeada de cuatro achiperres viejos, pocos, en la que llaman Castilla "La Nueva". Esta vida siempre con sus guasas.
Pero allí estabas tú, después de haber afrontado el trabajar desde niña
sirviendo en casa de otros porque mi abuelo, tu padre, había quedado viudo
joven y con otra hija, en una España de posguerra. Años mas tarde y de otra mujer, nacerían la Piedad y mi padre, como el último de los cuatro hermanos que fuisteis. Mientras, tú conocerías a quién
fue el amor de tu vida y con el que trabajaste el campo y la vid. Por aquel entonces te
ocuparon el tiempo también la educación de dos hijos bien hermosos y, por desgracia, los rigores de la enfermedad del
tío, que le persiguió hasta el final de los finales. Aun así, reaños no te faltaron jamás para echar pa’lante sin que faltara
la sonrisa en esa tez curtida por la solana de La Mancha. Y en esto pasaron los años hasta que un día, ya de viejitos, enviudaste y, al poco, la vida te puso de nuevo a
prueba con un ictus que ha sido lo más feo que te ha pasado, porque éste te sacó del hogar y tuviste que rumiarlo sola, que por muchas
visitas que tuvieras y aún con unos hijos impecables, ya no estaba él, para que te reconfortara con su mera presencia, con su mirada, con sus silencios o en la noche, a tu lado en la cama. Por eso las noches se volvieron frías y los días prácticamente se componían de tedio por rutina y esperanza de volver a tu Alcázar, porque esa nunca la perdiste. Seis años
después, de hoy para mañana, la crème de la
crème de las enfermedades afloró. Ese arisco cáncer de páncreas quizá ya
había venido a visitarte y se había instalado hacía años, pero tu fortaleza supo mantenerlo oculto hasta que ya no había más que hacer que esperar una miaja de días a que
te fueras para siempre. Digna y plena.
Para mí quedan los
recuerdos, esas tardes de baño en la Alameda dentro de una estera en la que
habías calentado el agua al sol de la mañana, las tortas de manteca que
guardabas en la alacena, las siestas en la banca, tú memoria eidética, aquella mirada reposada sobre una vida de más de ochenta años y el tacto de tu mejilla,
último contacto físico al calor de los fríos besos del adiós.
Te despediste bromeando "Mírame, ya no tengo ni tetas" y diciéndome "A ver si me dan el alta pronto y la próxima vez que nos veamos
no es en el hospital" y yo, piadosamente respondí "Dalo por echo,
tía" a sabiendas de que era mentira.
Por esa vida eterna,
allá donde quiera que estés. D.E.P.
Muy emotivo D.E.P.
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