16 de octubre de 2019

Cuestiones del alma

Envidio a aquellos que disfrutan de la espera. Ese insufrible tiempo que hay entre el momento en que tomas conciencia y se materializa la razón. Yo no lo paso bien. El tiempo se alarga, mi cabeza divaga, el cuerpo se pone en ralentí y todo parece pensado para gastar físicamente lo menos posible pero terriblemente en lo psicológico.

Todo comienza con un despertar antes de hora, un viaje, unos amigos, unos abrazos y un chelo. Una noche limpia, de cielo estrellado. El ulular de un búho, el calor extrayendo los líquidos, la tensión atenazando los músculos y la soledad. Pero no esa soledad física, esa que caracteriza al corredor de ultras, esa que no sólo se sabe, sino que se busca. De la que hablo en esta ocasión es de la soledad del alma. Soledad absoluta. Soledad real. La vida haciéndome jugarretas, como si no fuera bastante lo que harán el paso de las horas y el cansancio.

Siento que sólo me queda cada paso que me acerca a la meta que, por pequeño que sea, es un paso hacia adelante. Algo es algo.

Se suceden los caminos, las ascensiones y los descensos y voy pasando corredores continuamente. La estrategia, a pesar de todo, funciona. Comenzar como un viejo, para terminar como un joven. No hay prisa, el camino es largo y son muchas horas -decía Fernan en mi mente- “lo importante es terminar los últimos kilómetros trotando todo lo que se pueda” y se refería a los últimos 30 o 40 kilómetros, porque en éstas, lo poco es mucho y los últimos son un buen puñado.

Son continuos los cálculos y continuos los cambios de predicciones. Esta vez la cosa va de matemáticas. En cada kilómetro son varias las veces que calculo el tiempo que me queda si voy a tal o cual ritmo y son más de cincuenta los kilómetros que me separan del final. No tiene sentido, pero al menos es lo que logra mantener mi cabeza ausente del monotema.

Muchas veces pensé en retirarme y parar. Una lo expresé en alto y, por suerte, cuando lancé la pregunta no era el lugar adecuado. El destino esta vez estaba de mi lado y me daba la oportunidad de 5,4 kms. para repensarlo. No hicieron falta ni dos.

Y ahí la carrera ya es otra. La cabeza por fin se vuelve fría. La mente, sabia, apaga las amenazas, mitiga su efecto y aunque no las silencia, no impactan de igual manera y apenas desgastan. Comienzo a creer que es posible, a rediseñar el plan. Con paciencia quirúrgica voy sesgando los kilómetros, tachando los avituallamientos, restando incertidumbres y pensando nuevas metas.

Vuelvo a sentir el objetivo y, poco a poco, comienzo a ganar de nuevo fuerzas y puestos. He jugado bien mis cartas y mientras la cabeza me jugaba malas pasadas, la estrategia la seguía al pie de la letra. No dejé en ningún momento de hidratarme adecuadamente, ni por defecto ni en exceso. No dejé que el ritmo fuera muy alto y que luego tuviera que pagarlo, pero tampoco aflojé en demasía cuándo me fallaron las fuerzas. No me olvidé de las sales, el magnesio o la alimentación (la que mi escurrido estómago tolera en estas circunstancias) y todo eso hizo que en lo físico no me resintiera más de lo necesario. Ahora, con la vista en el pasado podemos concluir que el cuerpo aguantó.

Y tras las mil y una vicisitudes que se suceden o, incluso, te saltan juntas en poco más de 100 kms., llegó el momento de la sorpresa y hete aquí que, sin esperármelo, aparecen de la nada tres grandes entre los grandes, tres pilares fuera de mi plan. A saber, el abuelo, ElHermanoD y el imprescindible pianista. Y ahora ya sí, con la nitro recargada y un terreno favorable, no corté el mar sino que volé cuan velero bergantín, para saborear la gloria de unas piernas que parecían nuevas, una bajada vertiginosa por el pueblo tras haber seguido pasando a más y más gente y finalmente, como no podía ser de otra manera, cruzar el arco de meta acompañado de aquel con el que lo crucé por primera vez en una de estas lides, ahora hace ya 10 años.

Aquella a la que fue nuestra primera vez acudimos vírgenes de cuerpo y, sobre todo, de mente. Esta que era la última (juntos) no pudo ser como teníamos planeado, no estríctamente, pero ahí estábamos de nuevo los dos. Porque hay que estar y eso, amigos, eso se cumplió.

No sé cuándo será mi siguiente vez. Nunca se puede decir de esta agua no beberé. Sobre todo, cuando sabes que algún día volverás a llamar a esa puerta. Lo que sí que tengo claro es que si ese día no llega, podré decir que todo terminó por cuadrar.

Gracias especiales a ese grupo de personitas imprescindibles que, con orden y desconcierto, sin pedir nada a cambio, me han acompañado en estas intempestivas aventuras, regalando abrazos, cariño, lágrimas de felicidad y sonrisas de complicidad. Con ellos todo esto ha sido mucho más fácil. Sin ellos hubiera sido imposible.


Y es que, al fin y al cabo, hacer un ultra son cuestiones del alma.



P.D.: amigo Iglesias, tuya fue la gloria y siempre recordaré cuando tras el encuentro con el trío calavera me dijeron que habías quedado tercero. La alegría y admiración por ti que sentí fueron indescriptibles. Probablemente nadie en ese momento era capaz de hacerse una idea igual que la mía de lo que habías logrado y además, me quedaba la satisfacción de saber que los pasos que seguía, muy de lejos, eran los tuyos. Sigue siempre con esa ilusión y alegría, son tu mejor arma.