30 de agosto de 2010

En la cima...


Hace más o menos un año, en la cima de Cueva Valiente, ignorábamos lo que iba a ocurrir hasta hoy, éxitos y fracasos, alegrías y penas, montañas y lesiones, medias y enteras, decepciones, cuestas y barro, calores y abrigos, amigos... todo un mundo en el que al final, lo que cuenta, es que seguimos juntos... ¡vivan los locos del cerro!
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26 de agosto de 2010

3 superclases, 91 kms. y un fin de semana

7ª Parte

Siguiente objetivo: Mutiloa. Pero antes un descanso a nuestros pies cansados. El tiempo ya no será problema, vemos que hemos recuperado bastante y vamos aún fuertes. Tonteo un poco preguntándole a uno de los voluntarios por el club más cercano a Beasain y me contestan haciéndome una relación más que concisa de las distintas posibilidades. De nuevo en el avituallamiento nos hemos juntado con los dos corricolaris que vimos por primera vez hace ya por lo menos un siglo (o eso me parece) e intercambiamos impresiones. Fernan duda en qué tomarse y yo le indico que Coca Cola, que me lo dijo Ppong y que a mí me está funcionando. Además, toma jamon York con tomate (“Gran descubrimiento” según sus palabras en Etxegárate) y alguna otra cosa. Sin mucho más que destacar, repongo agua para prepararme el que espero sea mi último isostar y marchamos al trote cuesta abajo por una vereda verde como la esmeralda. Pasamos por alfombras de hojas de mil tonalidades marrones y comenzamos a cruzar pueblos. El camino se nos hace grato, pero la carrera está llena de sorpresas y a Fernan le está volviendo a dar guerra el estómago. No es la primera vez en la carrera y creemos que todo ha dependido de lo que se ha ido tomando en los avituallamientos. Quizá el café del último sea el culpable, quién sabe. Además, una penúltima eventualidad nos hará un pelín más eterna nuestra llegada, pues preguntamos que cuanto quedaba hasta Mutiloa y nos dicen que unos 7 kilómetros. Tras aproximadamente otro kilómetro (estimo ya que mi fore murió poco antes de llegar a Aizkorri) volvemos a preguntar y nos dicen que unos 8 Kms (¿?). La siguiente vez que preguntamos, bastante más adelante, nos respondieron de nuevo que unos 8 Kms. Esta vez se lo perdono porque, además de corregirnos en una glorieta en la que íbamos a tomar la salida incorrecta, lo hicieron tres chicas a cada cual más guapa (luego las volveríamos a ver en Mutiloa, desconozco cómo lo hicieron pero llegaron casi a nuestra par. Será algún truco de la gente de la zona). Pasamos alguna que otra cuesta sin dificultad y un pequeño despiste en un pueblo que nos hace andar unos seiscientos metros más. No se puede decir que esta sea la parte más bonita del recorrido, salvo alguna que otra travesía, pero sirve para conocer las viviendas típicas de la zona, los pueblos empedrados, las masías y a sus gentes sentadas en la puerta mientras nos animan al pasar.

Por otro lado, el calor empieza a apretar y comienza a robarle el sitio a la niebla que nos acompañó durante toda la jornada. Atrás dejamos la hora de comer y entramos en la hora de la siesta, pero ni hambre ni sueño nos acontecen. El fragor del final de la batalla nos ocupa todos los sentidos. Mutiloa se presenta a nuestros pies y las gentes nos indican que ya nos queda poco. Algo menos de un kilómetros y llegaremos al último avituallamiento. Pienso en el porqué de la carrera y en el día en que decidí arriesgarme a correrla. También pienso en los dos amigos que hemos dejado en el camino, en que ellos tendrían que estar llegando con nosotros a este último punto y seguido. Pienso en lo cruel que es la vida. En lo real que es. En lo despiadado de sus caminos. Pero ya no hay vuelta atrás y pronto volveremos a estar juntos. Una recta dentro del pueblo y alguien nos grita que ya estamos, que es en el frontón del fondo. Seguimos corriendo. Pocas veces en estos últimos kilómetros hemos andado y hemos pasado a muchos corredores. A muchos. Estamos fuertes y estamos en Mutiloa, girando a la izquierda y entre barreras señalizadoras, entrando en el avituallamiento entre vítores y aplausos. Voces de ánimo y júbilo. Ondo, ondo, oso ondo. Lasai. Casi hemos terminado y lo sabemos.

25 de agosto de 2010

1ª Salida postG2H

Hoy, después de más de un mes parado en lo que a correr se refiere, he vuelto a darme un poco de cañita y reconozco que ha sido un gustazo. Desde que llegué el viernes el Peñón de Ifach me miraba con ojos melosos. Cada noche me ha gritado que quería reencontrarse conmigo, que volviera a pisar sus agrestes caminos y que la coronara de nuevo. Reconozco que me he hecho de rogar, pero la cama me deja baldado con un dolor de espalda insufrible, hasta hoy. Me he levantado a las 7:30, me he preparado y he salido trotando, lento, dejando que la brisa mañanera me acariciara y mirando el sol en lotananza, encíma de la línea del mar. He llegado a la base del Peñón y le he dado los buenos días, le he preguntado qué tal estaba y cómo había pasado el año. Me ha respondido que soy un remolón y que me deseaba desde mucho tiempo atrás, no me he hecho esperar mas y le he subido del tirón, hasta donde se podía correr. Según subía mejor me encontraba, el sudor empezaba a aflorar y el Peñón me ha respondido con un suave aire nunca más oportuno. Lo he coronado y le he abrazado. Nos hemos fundido en un abrazo de amistad y añoranza. He disfrutado de sus vistas y le he susurrado al oído que no se preocupara, que antes de partir hasta el siguiente año volvería a visitarle. La bajada ha sido enormemente gozosa, pues iba pletórico. He vuelto enamorado de la montaña y de nuestro deporte y he recordado el porqué. Y mil cosas mas que no olvidaré nunca, entre ellas a los locos. Os añoro.

3 superclases, 91 kms. y un fin de semana

6ª Parte

Ondo, ondo, oso ondo. Lasai. Nuestro camino continuó dirección Aizcorri y como no podía ser de otra manera, todo hacia arriba. Intercambiamos impresiones con nuestro nuevo compañero de viaje, le hablamos de los dos amigos caídos en el transcurso de la contienda y el nos habló de las veces que había intentado una ultra distancia y de cómo aún no había conseguido terminar. La Iru y alguna más habían podido con él, pero no con sus ganas y su moral. Algún día se impondría y luciría orgulloso la camiseta de Finisher. Qué decir que gracias a la charleta y casi sin darnos cuenta plantamos nuestros pies cansados a los pies eternos del “Segundo Grande del Goierri”: el Aizcorri.

Pasamos unas ruinas, desconozco de qué época, visitadísimas, por cierto, por gente a la que no la amedrentó el día nublado y frío que amaneció y se echó al monte. Ahora sin embargo el sol ya calentaba algo, lo justo, e iluminaba nuestro vagar, filtrándose por entre las ruinas y esquivando la enorme cresta de la montaña que en breve sería coronada. O eso esperábamos. Tras una ligera duda de por dónde subir y de nuevo a mano derecha, comienza la ascensión, algo técnica, con mucha piedra que superar. Fernan delante, abriendo camino. El corricolari le sigue y detrás, cerrando la comitiva, este humilde narrador. La cogemos con ganas y con fuerza. Nuestra respiración para nada acelerada insufla oxígeno a nuestros músculos. Con ímpetu conquistador mermamos la distancia hasta la cima. Ondo, ondo, oso ondo. Lasai. La cabeza se yergue vislumbrando por encima del empinado camino cuál será nuestro siguiente obstáculo a salvar. Oso ondo. En zigzag le vamos ganando espacio mientras ella nos va ganando tiempo. Es una lucha sin cuartel. “Tu pisarás mis jóvenes entrañas, pero yo pisaré tu moral; No te será fácil. No lo es para nadie que quiera atisbar el infinito horizonte desde mi alta cumbre, cuanto menos para ti, forastero” La montaña nos habla, pero nosotros la contestamos en forma de continuidad, sin parar de ascender, con una sonrisa en la cara que denota que la batalla la vemos ganada. No voy a decir que con las fuerzas intactas, pero sí que voy a decir que con la voluntad inquebrantable. Pero no todos vamos así, la montaña está pudiendo de momento con el corricolari, al que pasé hace algún tiempo y al que ahora que me vuelvo para preguntarle cómo va y no consigo ver. Grito su nombre y el silencio es el único que me contesta. Oigo la nada. Miro hacia arriba y allí está la figura desgarbada e infatigable del viejo Fernan. Adueñándose de la ladera continúa con paso franco arañándole distancia. La montaña a cambio nos roba tiempo. Ondo, ondo, oso ondo. Lasai. Cumbreamos lo que parece la cima, pero no, bajamos otro poquito y de nuevo a subir. La subida: preciosa. Es técnica y dura, pero preciosa. La niebla nos imposibilita ver muy allá, lo suficiente para hacernos una idea de que aún nos queda algo y del que está adelante, o atrás. Fernan y yo ya hemos comentado la pérdida del corricolari, ¿qué será de él? Pronto lo sabremos, dejemos a la historia que sea la que nos de sorpresas. Pase misí, pase misá, de pronto y sin aviso, aparece ante nosotros una pequeña hermita y en ella, abrigados como en pleno invierno, unos siempre anónimos voluntarios con el control de dorsales. Nunca será lo suficientemente bien agradecida la labor de éstos. Sin ellos nosotros no disfrutaríamos igual de la prueba, simplemente porque la prueba no existiría. Cumbreamos y ganamos la batalla. Pero la montaña se tomó la revancha con una espesa niebla que no nos permitió disfrutar de las verdes tierras Gipuzkoanas. Ahora ya “sólo” queda bajar hasta el próximo avituallamiento, el penúltimo.

Bajamos bien. Fuerte. Nos encontramos pletóricos. Sin querer adelantarnos, vemos que podemos acabar en tiempo y apretamos el ritmo. La bajada bastante técnica también. Pisando todo el rato sobre piedras afiladas de una roca descarnada y aún joven. Picuda, agreste e irascible se nos antoja liviana. Será porque le vemos punto y final, aunque aún queda mucho, quedan casi treinta kilómetros por delante y alguna que otra ascensión. Mientras bajamos unos chavales que habían subido a darse un garbeo nos pisan los talones y, al menos a mí, nos hacen ir algo más rápidos aún. Nos preguntan y se asombran. Entre ellos cuchichean y porqué no decirlo, a mi se me hincha el pecho como al gallo Claudio. Comentan que alguna vez querrían hacer una prueba similar, aún no les hemos dicho la distancia que llevamos ni la que nos queda, sólo el tiempo empleado en llegar allí. Luego quizá cuando conozcan todos los pormenores se lo pensarán algo, pero no mucho, que para algo son vascos y con ellos nada puede.

Baliza tras baliza vamos dejando atrás la cima. Lo que no dejamos atrás es esta caprichosa niebla que nos hace la puñeta impidiéndonos contemplar la lejanía. Tras un largo rato de descenso y para que no se acostumbren mucho las piernas a eso de bajar, tras dudar por no encontrar la siguiente baliza y preguntarles a los chavales que dónde quedaba el pueblo, miramos hacia arriba y allí está impertérrita, esperándonos para decirnos que el camino se torna pino de nuevo. Después de esta fulgurante bajada tomo la subida con ganas y aquí será donde el cuerpo me diga por primera vez que no gaste muchas fuerzas en hacer más locuras, que todo tiene un límite y que no debiera acercarme al mío. Le pido a Fernan que aflojemos un poco, porque él como siempre parece que acaba de empezar a correr, y trotiandando (la verdad es que más trotando que andando) vamos pasando baliza tras baliza, masticando niebla, continuando el sube y baja para posteriormente bajar y bajar y, como el que no quiere la cosa y sin avisar, nos presentamos en nuestro siguiente avituallamiento, oculto en medio de la espesura del bosque, alivio para nuestros pies cansados. Desconozco qué avituallamiento era, ni punto kilométrico y llevamos muchas, muchas horas en nuestro empeño. Pero se acerca el final.

23 de agosto de 2010

Estamos de vuelta...

Hace ya más de un mes que terminamos con la temporada, no sé si por el esfuerzo realizado para llegar en condiciones a Beasain o por el fracaso en no haber terminado la carrera ha sido un tiempo complicado. Un tiempo en el que me he encontrado físicamente vacío y mentalmente agobiado, con multitud de altibajos, ya sabéis, pasar de hacer el Camino de Santiago corriendo a no querer-poder ponerse las zapatillas para dar una vuelta a nuestra Dehesa.






La salida de ayer fue mágica, un reencuentro con los Locos y con el monte, la doble A aparece de nuevo y de repente las piernas dejan de pesar como losas, las cuestas te llaman a esprintar, los dolores se olvidan, sientes como esa sonrisa esquiva que tenías que forzar aparece sin esfuerzo…



Y se vuelve a disfrutar, a entender el porqué de aquella pregunta que tantas veces te repiten, esa de… y tú ¿por qué corres? En poco más de tres horas recorres calles, caminos y senderos, atraviesas praderas, surcas viejas carreteras con inolvidables miradores, charlas con Prisillas, asciendes puertos, das caña a Fernando, subes peñas, disfrutas viendo la fuerza de Chema y el tesón de Carlos, bebes de frescas fuentes, bajas entre piedras, tierra y árboles… ¡qué más se puede pedir!


15 de agosto de 2010

Así acabo la Goi...

Mientras esperamos el final de su crónica, tan larga como la carrera en sí, quisiera enseñaros como fue el verdadero final...

14 de agosto de 2010

3 superclases, 91 kms. y un fin de semana

5ª Parte

Nada más abandonar el avituallamiento de Etxegárate se acerca una bella joven a preguntarnos sobre cómo llegar a éste y si no es por mi cortesía nos la perdemos (Fernan, como siempre, seguía y ni se había percatado). El par de corricolaris van algo por delante de nosotros, pero en seguida tras pasar por un túnel y girando a la derecha llega una subida que nos permitirá alcanzarles y ponernos a su altura. A partir de aquí existirá una coña todo el rato que se hará cierta hasta casi el final, nosotros les cogemos y pasamos en las subidas y ellos nos alcanzan y pasan en las bajadas. Será un continuo intercambio de posiciones. Rápido nos internamos de nuevo en la naturaleza y como nos sentimos fuertes y con ganas trotamos casi todo el tiempo, intercambiando opiniones de cómo hemos visto a Prisi y a Mavegam, del devenir de la carrera y de lo que más nos preocupa en este momento: llegar al avituallamiento de Mutiloa, último control de paso.

No hay mucho destacable, salvo que en un momento determinado me puede mi parte sensible y le confieso a Fernan el motivo que me ha impulsado a continuar y la razón que me está permitiendo verlo todo bajo un prisma tan positivo, pero esto no lo revelaré hasta la última parte (permisos que se toma el escribano).

Seguimos subiendo a buen ritmo, de vez en cuando tengo que parar un poco a Fernan, que va como una moto y me saca de punto. Casi todo el rato el camino tira para arriba, pero es precioso. Se tornan los distintos colores de verde con un cielo que va pincelando de azul lo que la niebla perezosa va permitiendo entrever. La temperatura aumenta poco a poco, aunque aún hace algo de frío y el terreno no es muy técnico, aunque aún encontramos barro en algunos tramos, que nos obligan a disminuir la marcha y poner especial precaución. Fernan se deshace en consejos de montañero harto experimentado, hasta que allá, al fondo, en lo alto, nos espera de nuevo su amigo para compartir con nosotros un tramo y darnos ánimos y charleta. Estos encuentros saben a bocadillo de chorizo con choped (me encanta el chorizo con choped), porque nos alivian la carga psicológica, nos ayudan a evadirnos de lo que llevamos y nos distraen de pensamientos malignos. Para no variar, seguimos cuesta arriba y de nuevo tengo que frenarles los pies a los dos montañeros, porque tela como andaban de rápido. Por cierto, jamás vi gemelos semejantes a los del amigo de Fernan (perdona Fernan, pero no consigo recordar el nombre de tu amigo, siempre fui malísimo para acordarme de los nombres, juraría que es Antonio, pero casi seguro que no). Un poco más arriba y tras posar para una foto al llegar al final de una cuesta de esas que duelen, está también el padre del amigo de Fernan y tras saludos y demás hablan del caserío del padre del amigo de Fernan y de la familia que vive en el caserío del padre del amigo de Fernan (un palo en el ojo de una rana … en el fondo de la mar). Unos metros más adelante y antes de continuar por una cuesta pina, pina (otra más), nos despedimos de la compañía del amigo de Fernan, tras unas breves explicaciones de lo que nos depara hasta subir el Aitzgorri, para continuar hasta el próximo avituallamiento en San Adrián. Otra foto más y cuesta pa’rriba, nos vamos cruzando con gente hasta que de nuevo coronamos, giramos a la derecha y bajamos otro tramo, para cruzarnos abajo con una voluntaria que para mí fue la más guapa de toda la carrera. ¡Qué ojos más bonitos! Era preciosa, sencilla, sin exuberancias, como a mí me gustan. Esto nos dará para otro rato de conversación.

Pasito a pasito, poco a poco, llegaremos a San Adrián, donde nos reciben entre aplausos y sidras, que muy gustosamente habría tomado pero declinando la oferta prefiero tomarme un cafetito caliente, más palmeras de chocolate y un sándwich de jamón york. Como callado no puedo estar durante mucho tiempo, entre conversaciones sobre que si el primero de la Ehunmilak se ha retirado, sobre lo que nos espera, sobre si ya tiene mérito lo que hacemos, sobre la noche que hemos pasado en el Txindoki,… me encuentro con un voluntario la mar de simpático que se fija en nuestra camiseta de “La Traga” y me pregunta que si somos de Villalba. “Pues sí señor, del mismo Collado Villalba”; “Pues yo voy todos los años a Villalba a los toros, porque mi hija vive en Valdemorillo. Además, este sábado que viene, que son las fiestas, voy a ir”; “Pues a ver si nos vemos, que yo no me los pierdo por nada del mundo”. Extraordinariamente, a la noche cuando vayamos a cenar me lo encontraría de nuevo con un amigo de Prisi en el mismo bar que cenamos y continuamos charleta.

Entretanto llegan el par de corricolaris cuando ya nos disponíamos a marchar, con lo que saludos, que: “si como ahora es cuesta arriba cómo tiráis, pero esperaos a la cuesta abajo que os vamos a dar para el pelo” y tras hablar con otro corricolari que había allí y que me comenta que se le estaba haciendo durísimo ir solo, pues nada: “te vienes con nosotros y listo”. Marchamos otra vez cuesta arriba entre vítores y ánimos, vacile con uno de la cruz roja y enfilamos camino de subir el Aitzgorri, segundo grande del Goierri y último escollo a salvar. O al menos eso pienso en ese momento. Si supiera lo que vendría luego me habría ahorrado el pensamiento. Estamos en el km 59 y llevamos algo más de 13 hrs en plena faena, casi nada.

12 de agosto de 2010

Pies de barro.

Parto de la premisa de que esto no será una crónica al uso. Más bien una argamasa de pensamientos y sentimientos.
Empezaré diciendo que creo que es el título más apropiado para expresar aquí lo que viví en la G2H. Por su grafismo y por su doble lectura. Rindo pleitesía a ese terreno que tantas veces probé y me envolvió, asi como, a la incapacidad de arrancar de mis entrañas la rebeldía suficiente para aceptar la pelea al mismisimo Dios Eolo si hubiera hecho falta.
Con ese puntinto fatalista que tanto me gusta y que desde siempre me acompaña, que no es malo, siempre que no me llegue a arrastrar os hago este pequeño lienzo de pinceladas ya como recuerdos de aquella aventura que fue la Goierrikohaundiak.

Si hubiera tenido que apostar por mi la mañana del 16 de julio no hubiera puesto sobre la mesa más allá de un simbóloco euro. Me desperté temprano y las sensaciones no fueron nada buenas. Sudor frio y piernas temblorosas. Bien hubiera preferido que fuera pánico pero llevaba 48 horas con la salud en el alero y me estaba pasando factura.
Después de tanto entusiasmo, convicción, esfuerzo y empeño me encontraba en un inicio nada prometedor. Pero comencé bien, fui paciente y decidí esperar a ver que me deparaba el destino. Tiempo habría de tomar decisiones.
El viaje con mis compis por lo tanto estuvo marcado por la meditación, analizando toda aquella vorágine de acontecimientos que se me habían derramado encima sin previsión y ante los que solo cabía oponer tozudez, prudencia, pero tozudez. Quizá en esta fase gastara parte de la que me hubiera hecho falta al cabo de unas horas.
La llegada a Beasain fue balsámica para mí. El alcanzar los paisajes de Etxegárate, el saludo del Aizgorri... reparador. Allí pude reencontrarme con mi gran amigo Txemi, responsable de la logística en el polideportivo que resultó un maravilloso anfitrión.
Tuve poco apetito, señal de que el cuerpo todavía no regía correctamente, pero seguí paciente, esperando que cada hora la cosa mejorara, como el brazo gitano que pude saborear.
Y comenzaron a llegar los amigos. Maider, Lurdes, Ramón, Maite.... y cada vez me fui encontrando mejor. ¡¡¡Que cojones, aquello merecía echar el resto como fuera!!!.
Recogida del dorsal, miradas de respeto en los voluntarios y de sincera admiración en los vecinos de Beasain (amigos eso no tiene precio, uno encuentra la recompensa a tanto esfuerzo entrenando).
Pudimos contemplar con sana envidia la salida de los "mayores" de la Ehunmilak a las 18:00 de la tarde, tomamos un café, despachamos los sanwiches y bocatas previstos y esperamos con impaciencia la llegada de nuestra hora.
Y llegó, llegó el momento donde nerviosos y emocionados pasamos el control de salida y nos metimos en la plaza del ayuntamiento, aquellos momentos los recordaré siempre, la exaltación de nuestro ánimo y los latidos de nuestros corazones ansiosos por comenzar, viviendo a tope aquel momento tan deseado.
Y comenzamos a correr, entre una fina lluvia que comenzaba a caer arrancamos los aplausos de cada persona que nos cruzámos, de cada cuadrilla que desparramaba en el comienzo de una noche de juerga, a buen ritmo, cargados de esperanza. Confiados y, sinceramente con buenas sensaciones después de la incertidumbre arrastrada.
Callejeamos, uno, dos, tres km y tuvimos que controlar nuestra euforia y nuestro ritmo para no pasarnos... hasta que de repente asaltamos una especie de parque merendero en una zona de monte y en una primera cuesta nuestras luces comenzaron a fabricar un rosario divino de nerviosos corredores. Esa entrada en el monte tampoco la olvidaré.
Atravesamos algunos caserios y pistas y atravesamos las pequeñas poblaciones en pleno festival de ánimos y aplausos. Todo iba viento en popa hasta que llegó el Txindoki.
Lo tengo claro, he de ascender esta montaña en el futuro de día, porque aquella noche me lo negó todo. Su disfrute, su magia, su cima, sus vistas, todo.
Su aproximación tuvo la forma de una especie de calzada romana, una camino entre piedra y barro donde comenzó a transformarse el paisaje y la realidad de la carrera. Aunque ya antes habíamos atravesado algún lodazal y habíamos bajado alguna pendiente estilo "arrastraculero", aunque habíamos tenido que utilizar los troncos de los árboles como referencia de freno en alguna bajada el Txindoki fue especial, único e inolvidable.
Es un monte que se deja dominar hasta los últimos 500 mts, un camino sepenteante donde se gana altura despacio y con comodidad, aquello parecía muy fácil, pero todo lo que nos puso de alfombra en su tramo principal lo tornó en alambradas en su final.
Os juro que no me cansé del esfuerzo, no racaneé ni un gramo de fuerza en cada resbalón, en ningún momento cejé en mi voluntad de avanzar, pero os garantizo que aquella cima hizo todo lo posible para exulsarnos de ella. Un metro ganado era muchas veces 3 de retroceso por su húmeda y resbaladiza ladera. Y, cuando la hierba y el barro fueron vencidos aparecieron las piedras para rematar. Si subir fue épico, bajar se antojaba aterrador.
En serio, el momento en que el sufrido voluntario pudo dar constancia de nuesta cumbre la cara de la mayoría de los participantes se transformaba en un rictus de temor ante la conciencia de lo que les esperaba. Primero las piedras como agujas, después la deslizante campa. Un desafío fabuloso para todos los nervios, músculos y reflejos de cada uno de nosotros.
En este tramo agradecí especialmente la presencia de Fernando, fue mi referente ya que no podía compaginar la atención a no caerme y a las marcas al mismo tiempo y su guia me fue necesaria, en cuanto se me iba en la distancia solicitaba su ayuda. Mi camarada, mi compañero de trinchera de los Tercios de Flandes.
Sin su presencia en este tramo y el del Gambo yo lo hubiera pasado muy mal. Era consciente de que su experiencia en la montaña sería importante. No me equivoqué, fue vital. Porque la zona del Gambo después del Txindoki fue una auténtica cueva de lobos. Frio, viento, niebla.... unas campas abiertas donde costaba encontrar las marcas reflectantes, donde avanzamos muy lentamente, donde las piedras volvian a emboscarnos esporádicamente. Personalmente estoy convencido de que tuve un principio de hipotermia. Ya llevaba puesto todo lo que tenía: los manguitos, el chubasquero y los guantes, pero mis brazos se movían a libre voluntad en espasmos comumente denominados "tiritonas". No veía el momento de abandonar aquella inóspita zona, de comenzar a perder altitud y dejar atrás el gélido viento. En ese momento pensé por primera vez en dejar la carrera. Los elementos me lo estaban poniendo demasiado dificil y sinceramente, no estaba preparado un 17 de julio.
Pero me acordé de mi gran amigo Ppong y aquella frase: "hay que aguantar la noche, con la llegada del día, de la luz, todo vuelve a verse distinto". Se la trasladé a mis compañeros como báculo donde apoyarnos todos y surtió efecto. Comenzamos a descender, al cielo comenzó a perder oscuridad y el frio se marchó.
Esta en la parte que más disfruté, sentir el amanecer descendiendo por un cordal, descubrir las formas de los árboles entre la oscuridad, recibir al día y llegar a un maravilloso embalse a modo de lago, cubierto de bruma en las primeras luces el alba... allí resurgimos, nos sentimos fuertes, unidos y agradecidos de encontrarnos en aquel momento y en aquel lugar.
Vino una senda preciosa que transcurria por un cortado, con varios puentes y portalones de madera que había que atravesar y llegamos al reino de los hayedos. Sus majestades las hayas vistieron sus mejores galas para recibirnos, entre una tenue niebla, bosques mágicos, vastos e inolvidables que nos envolvían. Hicimos un alto y nos agrupamos.
Y llegó el momento vital. Hasta ese momento Luis animado se empareja con Fernando y tiramos para delante. Miro, Mikel no viene. Como tantas otras veces decido esperar. Pero no contaba con que allí se abriría una brecha irreparable. Mikel se queda una y otra vez, su ritmo se vuelve relajado y aunque camino más que corro, a mi ritmo montañero en cuanto me descuido el hueco se abre y tengo que parar. En un par de ocasiones tiro, tiro con la idea de alcanzar a Fernan y Luis y pararles. Pero me tengo que frenar, me veo en terreno de nadie y no me atrevo a dejar a Mikel solo. Así que comienza a agobiarme la idea de estar "fuera de carrera", no en sentido cronometrado. Me refiero a comenzar a ser un lastre para los que van por delante. El terreno no da tregua. Continuas escaramuzas de barro y toboganes de patinaje y llega un segundo momento clave. En uno de esos toboganes donde me voy agarrando a los helechos y a las zarzas para aguantarme resbalo y en la caida me golpeo el brazo en una piedra. Entre el barro veo un hilo de sangre y me duele. Aquello me hace replantearme si merece la pena llegar ante los mios magullado, si ante lo que me espera saldré bien librado. Llamo por móvil y les digo que no pierdan más tiempo y que tiren.
Así con más pena que gloria, repletos de barro y con el zurrón de la moral bastante diezmado nos plantamos en Etxegárate. El final de mi aventura y el comienzo de mi desilusión.
Es dificil explicar todo lo que durante aquellos instantes pasó por mi cabeza. Como siempre no todo ni es blanco ni negro. Así que vivía un bullicio de sentimientos encontrados, antagónicos. A la decisión razonable de abandonar se oponía la romántica de continuar. Mi cabeza me decía que no pasaba nada, era una decisión cabal y razonable. Pero mi corazón esperaba una mínima palabra, una pequeña señal que le obligara a continuar. Asumí con entereza lo que acababa de ocurrir, pero durante los instantes en que en el grupo se gestó la idea de continuar (o todos o ninguno) mi estómago se revolvió de ilusión.
No culpo a nadie, por supuesto. Personalmente fue una decepción no haber sido capaz de encontrar un pensamiento positivo que me hiciera continuar, algo a lo que aferrarme. Tan mentalizado como supuestamente estaba para tirar de épica, de garra. Yo, que me postulé como cabeza de grupo. Alma mater. Gigante con pies de barro.
Se sacan lecciones de todo en la vida. Lo único mejor que podemos hacer.
Hoy estoy convencido que nos faltó experiencia, se notó realmente que ninguno de aquellos cuatro amigos se habían visto en algo así. El grupo es vital si la carrera se afronta en grupo. Si no hay grupo en algún momento deja de haber carrera.
En cualquier caso, estoy orgulloso de mis tres compañeros. De alguna forma todos llegaron más lejos de lo que se les suponía. Fue un honor compartir el fin de semana con ellos.
Un fin de semana, que a pesar de todo, será inolvidable y no solo negativo.



10 de agosto de 2010

3 superclases, 91 kms. y un fin de semana

4ª Parte

Nada mas salir del avituallamiento y comenzando a subir una cuesta de asfalto a la derecha, a mano izquierda se abre una puerta a nosotros que nos llevará a adentrarnos en una de las zonas más bonitas de la carrera. Primero una subida continuada de unos dos kilómetros por un hayedo precioso. La niebla lo hace mágico. El musgo sobre las rocas contrasta lo vivo con lo inerte. El sol filtrándose entre la canícula y la frondosidad. La humedad del ambiente atempera el calor que el sol justiciero desearía comenzar a impartir. Poco a poco y entre charleta, chistes y demás, llegamos a un punto donde se ve la línea horizontal que corta la subida, la claridad del sol de fondo y los colores propios de estos bosques firmando otra estampa que quedará grabada en mi retina para siempre. Me he vuelto a enamorar de esta tierra y la siento mía. Ella me susurra al oído que llevaba ahí una eternidad esperándome y que por fin la estoy pisando. Para ella es una alegría. Para mí, soberbio. Giramos a la izquierda y continuamos el ascenso. Pronto y tras rodear un arbol caído vendrá la primera bajada. A partir de aquí, sube y baja de nuevo, pero por largas pendientes.

Todo esto que acabo de exponer oculta por otro lado el primer error que cometimos. Éste fue mirar el reloj y ver la distancia que llevábamos recorrida y el tiempo empleado. Poco más de unos escasos 35 kilómetros en alrededor de unas 8 horas. Esto hizo que nos diéramos cuenta de lo mucho que habíamos invertido en la primera parte y me temo que comenzó a hacer mella psicológica en alguno de nosotros. Para que todo se digiera mejor y de una vez os presento el segundo error: aunque al principio de este tramo fueron Fernan y Prisi delante y Mavegam y yo detrás, en una subida y encontrándome fuerte apreté un poco y llegamos arriba a la par de Fernan. Esto hizo que los dos que se encontraban algo más tocados psicológicamente se quedaran atrás y juntos. No conformes con esto, después de reunirnos continuamos de nuevo juntos Fernan y yo y tras un rato de chácharara y trotar nos damos cuenta de que el duo no viene con nosotros y se ha quedado atrás. Bajamos el ritmo y andamos un rato hasta que al llegar a una nueva cima decidimos parar a esperarlos. Tras unos minutos sin verlos llamo por teléfono a Prisi y me dice que vienen algo más lentos y que continuemos nosotros hasta el próximo avituallamiento en Etxegárate. Aquí cometemos el tercer error, nunca debimos romper el grupo. Bajamos por un cortafuegos imposible por el barro, arañándonos por los helechos de los laterales para poder frenarnos y por mi cabeza sólo pasa la imagen de Prisi bajando e invocando a todos los dioses. Bajo un continuo trotiandar mas lento de lo que debiéramos, pensando siempre en que Mavegam y Prisi se unirán en breve a nosotros, continuamos durante interminables kilómetros hasta que en una bajada nos alcanzan como dos balas los corricolaris que nos encontramos en Lizarrusti. Les preguntamos que si han visto a nuestros compañeros y nos dicen que sí, que están al menos a media hora de nosotros. Esto nos tumba la moral (a partir de aquí y hasta que dejemos el avituallamiento de Etxegárate serán para mí los momentos psicológicamente mas duros y comprometidos de toda la prueba. Solo los que estuvimos allí sabremos lo que nos rondó la cabeza durante todo ese tiempo).

Mientras de fondo escuchamos los camiones que nos adelantan la cercanía de Etxegárate (quedan unos dos kilómetros) Fernan y yo empezamos ha hacer cábalas y suposiciones. Seguir o no seguir será nuestra diatriba durante la próxima hora y pico. Aunque la razón nos dice que lo mejor es no seguir, algo por dentro me pide a gritos continuar. Aunque continuamente decimos que si nos retiramos nos retiramos todos, algo por dentro me pide a gritos continuar. Aunque según nuestros cálculos y lo que nos dicen los corricolaris en cuanto a lo justos que vamos de tiempo y que lo aconsejable es no sufrir mas, algo por dentro me pide a gritos continuar. Al llegar al avituallamiento de Etxegárate nos encontramos con un muy buen amigo de Fernan que nos está esperando. Entramos y comemos y nos hidratamos (¡qué bueno me sabe el pintxo de tortilla!) y Fernan sale y entra para hablar con su amigo y hablar conmigo. Llamo de nuevo a Prisi y me dice que continuemos, que ellos se retiran. Le digo que deje de decir sandeces y que les esperamos y que se vayan olvidando de esa idea. Se lo comunico a Fernan y seguimos con el run run del seguir o no seguir. Pasa el tiempo y llegan Mavegam y Prisi. Nos dicen que lo dejan, Mavegam dice que ha venido a disfrutar y que no lo está haciendo y que esto deja sin sentido el continuar. Prisi se intenta autoconvencer mientras me cuenta lo harto que está de caerse continuamente y de no mirar nada mas que el suelo y... mientras le miro callado. Cuando terminan de hablar les decimos que si no siguen no seguimos nadie. Ahora soy yo el que intenta autoconvencerse diciéndoles que hemos ido a disfrutar de un fin de semana y que si nos retiramos ahora por la noche tendremos fuerzas para meternos un TXULETÓN (con mayúsculas) y disfrutar del fin de semana. Si no puede ser no es, pero prefiero eso a no estar juntos. Sinceramente, aunque lo siento y lo creo, no es lo que quiero, pero no lo digo. Fernan entra y dice que su amigo le comenta que tenemos que continuar, que las carreras son así y que nosotros tenemos que seguir adelante. Mavegam y Prisi dicen que si nos retiramos los cuatro no se retira nadie y que ellos siguen. Lo dicen con la boca chica y aquí cometemos el último y más fatídico error. No recogemos el guante lanzado y se pasa el único tren que pasaba por la estación. En lugar de decirles que entornces continuamos los cuatro decidimos, entre dimes y diretes ,que ellos dos se quedan y que el resto del camino será para Fernan y para mí solitos. La verdad, estoy feliz porque deseaba con todas las fuerzas del mundo continuar, pero me desborda la tristeza de hacerlo sólo dos de cuatro. Reponemos agua, bebida isotónica y me como una última palmera de chocolate. Partimos de Etxegárate, km. 50 diciendo adiós a los compañeros y sin mirar atrás. No sabemos si llegaremos a los controles de paso, aunque creemos que sí.

La despedida fue amarga. Jodida. Un putadón. La aventura no será completa. No se cumplirán nuestras mejores ilusiones. La vida, una vez mas, nos pone en nuestro sitio, pero la carrera continua y los capitulos se sucederán. A las razones de cada uno por terminar se une una más: terminaremos por ellos. Lo haremos por los locos que se quedan en el camino y porque los dos que más ilusión habían puesto en la prueba desde el primer día han visto trastocados sus deseos por lo más difícil de la carrera: ver lo bueno de lo malo. Próximo destino: terminar.

Nota: Sobra aclarar que lo que aquí describo es un sentimiento personal y que las verdaderas razones de todo sólo las conocen cada uno de los protagonistas y sólo las suyas propias. Estoy seguro que siempre hay más de lo que se cuenta y no porque se pretenda ocultar, sino porque no hay nada sencillo y al final un asunto como este es un compendio de una infinidad de motivos, razones y cosas.
También sobra aclarar que ahora, desde la distancia del tiempo y tras la experiencia las cosas se ven distintas. Cada uno habríamos hecho las cosas de otra manera, algunas no las haríamos y haríamos algunas otras, pero si hay una cosa de la que tengo certeza y que me tranquiliza es que creo que hicimos lo mejor y lo que en ese momento había que hacer y que no tenemos que darle mas vueltas al asunto de las que tiene. Cada uno en ese momento hizo lo que le pedía el cuerpo y la cabeza y es lo que hay que hacer. Cualquier otra decisión podría haber forzado la situación y quien sabe qué derroteros habríamos tomado. Al que piense que no, que si se hubiera hecho tal todo habría salido de una determinada manera le pondré un ejemplo claro que lo contradiga y verá que no todo es tan sencillo ni tan claro. Por este simple motivo lo que se hizo fue lo mejor que se pudo haber hecho en ese momento y en esas circustancias y aprovecharemos lo bueno para reconfortarnos y lo malo para aprender de ello y desde aquí invoco a las fuerzas de lo sobrehumano para que se alineen de nuevo y nos pongan, al menos a los cuatro (y me gustaría que a alguno mas) de nuevo en una prueba de similares características, que esta vez será distinto.

6 de agosto de 2010

3 superclases, 91 kms. y un fin de semana

3ª Parte

Miro de nuevo el reloj y calculo, ya no sólo lo que queda para que amanezca, sino el tiempo que llevamos de más frente a la previsión inicial. Según mis cálculos, si todo va “bien” hasta que terminemos, invertiremos unas 18 horas frente a las 16 iniciales que yo personalmente había calculado. No pasa nada, los imprevistos también pueden tener su aliciente, mi mente vuelve al soniquete que me evade de pensar en estas tontunas y amargarme: “I’m gonna fly tonight, I’m taking you…”. Estamos bajando Ganbo y es un continuo sube y baja. ¿Cuándo se ha visto que para bajar una montaña se tengan que subir dos mil montes? Cosas de la Gipuzkoa profunda. El terreno se sucede entre praderitas de hierba mojada y muy resbaladiza y rocas y piedras en punta que martirizan nuestro cansado trotiandar. Intercambiamos comentarios sobre nuestros sentimientos y pareceres y por fin, después de tener que andar buscando alguna que otra baliza que nos costaba encontrar (siempre las encontrábamos en cuanto mirábamos hacia arriba, en lo alto del siguiente montecillo) comenzamos a sentir la agradable claridad del amanecer. No podré decir que fue cegadora, no. La niebla la ocultaba todo lo que podía aliada con el dios de las historias épicas, para que en un futuro tuviéramos algo que contar a nuestros nietos. Pero a pesar de todo alguien por fin pudo reseñar “Acordaos de lo que nos dijo Ppong: Lo duro será la noche. En cuanto amanezca os cambiará el parecer y renovaréis las ganas y las fuerzas”. Pocas veces nadie fue tan sabio. Dejé que esos rayos de luz rozasen mi piel, me calentaran ligeramente y comenzaran a derretir los cristales de rocío escarchado de mis brazos congelados. Hice la fotosíntesis y mis células e ilusión pusieron el contador a cero. Debí de sentir algo parecido a lo que sentían los ángeles que iban a ver el anochecer a la playa en City Of Angels. Juraría que incluso llegué a escuchar “Sonate au clair de lune”. Fue milagroso. ¡Hasta se empezaban a ver las balizas casi sin problemas!.

Otro tramo de ‘subeybajas’ y por fin un llano. El camino nos lleva a rodear casi por completo un precioso lago con el sol ya a media altura y la luz habiendo roto la aspereza de la noche, que ahora se me antojaba con fragilidad ilusoria. Las cosas se ven distintas una vez que han pasado y aún y por siempre seguiré enamorado de esa imagen del amanecer junto al lago.
Después de un momento de indecisión sobre por dónde continuaba el camino y de transitar por preciosos parajes (recuerdo especialmente una veredita por la que trotamos y por la que durante un rato la disfrutamos todos muchísimo) llegamos a Lizarrusti. Delicioso desayuno con café calentito, palmeras de chocolate, mini napolitanas, jamón york, gatorade,… todo juntito se revolverá bien en el estómago y dará sustento a nuestro próximo caminar. Será el primer momento en que nos encontremos con corredores que se retiran (juraría que todos los que estaban en el avituallamiento cuando llegamos habían tomado esa decisión). La verdad es que si se barajan las posibilidades es lo más sensato, pero nosotros no estamos hechos de sensatez, somos locos del cerro y ya tenemos la vista puesta en Etxegárate (yo por lo menos hice caso omiso de algunas tonterías que escuché a algún loco desvariao que le estaba sentando mal el desayuno). Poco antes de salir surgió nuestro primer encuentro con un par de corredores con los que compartiríamos mil encuentros más hasta el final. Nosotros salimos y ellos llegaron, intercambié unas cuantas palabras que preferí no compartir con los locos para no romper las ilusiones y cometimos el primer error importante que derivaría en un enorme hostión para el grupo más adelante.

Ondo, ondo, oso ondo. Lasai. Nuestros pasos continúan dejando huella.

2 de agosto de 2010

3 superclases, 91 kms. y un fin de semana

2ª Parte

Tras enamorar al objetivo de una cámara que nos esperaba en la puerta de entrada al Txindoki comenzaré a comprobar cómo el camino no será tan “fácil” como hasta ahora. Así como había disfrutado de la anterior subida donde la luz del frontal rebotaba contra la suave llovizna que refrescaba mi cara y la niebla nos ocultaba el camino haciéndonos intuir el bosque que atravesábamos, haciéndome sentir vivo, formar parte del camino, escuchar la tierra a mis pies, entender cómo lo importante se puede disfrutar desde las cosas más sencillas y encontrar instantes eternos llenos de paz, ahora la ascensión se iba tornando más complicada, por caminos estrechos, rocas que resbalaban y te obligaban a subir apoyándote de las manos, e incluso en algunos momentos, dudar del camino y tener que buscar la baliza con mayor atención. Por otro lado era precioso ver un montón de luces en fila india por delante y otras pocas por detrás. Pero lo peor aún estaba por llegar, el último tramo de subida nos mostraría lo resistible que puede ser la madre tierra, horadaría nuestras fuerzas sin pausa ni descanso, pondría a prueba nuestra fortaleza física y nuestro espíritu y nos haría plantearnos la temida pregunta: “¿Por qué estoy aquí y que gano con esto?. A la dificultad de las piedras descarnadas y en pico que nos hacían trastabillar una y otra vez se unieron el barro y una densa niebla. La suave llovizna que hasta ahora nos había refrescado comenzó a incomodar exacerbadamente. Las suelas de las zapatillas eran una gruesa capa de barro. Dar dos pasos hacia arriba muchas veces implicaba una siguiente bajada resbalando del doble de distancia. No se veía el fin. El pico luchaba contra nosotros, hormigas que intentábamos ganar su cima, mostrándose terco y obstinado y haciéndonos dudar. Las manos llenas de arañazos se aferraban a cualquier punto de apoyo que nos ayudara a seguir otro pasito más hacia arriba. Y en medio de todo esto, incombustibles, un buen puñado de voluntarios que se dejaban la vida en jalearnos e indicarnos el camino donde más peligroso pudiera presentarse. Ondo, ondo, oso ondo. Lasai. Por donde algunos subimos, otros bajan. Tenemos que turnarnos en algunos pasos. A ratos me siento perdido, miro hacia arriba e intento seguir al que va delante, confiando en que no aparezcamos quién sabe dónde. En mi mente rondaba la idea de que si nos estaba costando subir, ¿cómo sería la bajada? No tardé mucho más en comprobarlo, corono el Txindoki, le doy las gracias al voluntario que estaba en lo alto del pico tomando nota de nuestros dorsales y pasando un frio terrible, tomo un trago de agua de la Camelback y cuando me quiero dar cuenta, Prisi y Fernan ya no están a mi vista y Mavegam está bastante lejos. Comienzo el descenso y poco a poco, sin tomar confianza en ningún momento, alcanzo a Mavegam y hacemos el resto del descenso juntos. Prisi y Fernan bajaron muchísimo mejor que nosotros y se vieron obligados a esperarnos antes de continuar el ascenso de Ganbo. Esto les resultará fatídico ya que se quedaron congelados de frío y les afectaría enormemente durante un buen rato, haciéndoles sufrir más aún si cabe.

Ganbo es una vieja montaña de cumbre redondeada, algo más alta que el Txindoki, pero más agradable para nuestros pies, ya que es una suave y mullida pradera, que dará alivio por un momento a nuestras breadas plantas. Esto no significa que no fuera duro, porque la pendiente era importante, la niebla nos impedía ver con claridad las balizas y nos rebotaba la luz del frontal, haciéndonos caminar en vano en varias direcciones buscando la siguiente y la noche comenzaba a pesarnos. Por si fuera podo, al rato se unió que el camino era un continuo subir y bajar grandes desniveles llenos de piedras que volvían a martirizar nuestro ya cansado caminar. Miro el reloj, calculo la hora a partir del tiempo que llevamos de carrera y vuelvo a calcular ahora cuánto queda para que amanezca. Empiezo a necesitar que la luz del sol caliente un poco mi rostro y me libere de la carga psicológica que me está empezando a aprisionar. Para ayudar un poco me pongo los guantes, ya que tengo las manos congeladas. Los brazos fríos me muestran gotas de la lluvia colgando del pelo erizado y medio escarchado. La camiseta y el pantalón corto están empapados y llenos de barro. Las zapatillas apenas se ven y los pies también van empapados. Así llegamos al siguiente avituallamiento, perdido en la nada, donde unas providenciales almas caritativas nos esperan fuera de la tienda de campaña para ofrecernos un poco de agua y Gatorade y un mucho de ánimos y buenos deseos. Ondo, ondo, oso ondo. Lasai. Es la cumbre de Ganbo. Km 24 aprox. Nuestro próximo destino: Lizarrusti.

1 de agosto de 2010

3 superclases, 91 Kms. y un fin de semana

1ª Parte

Estos fueron los aderezos que me acompañaron durante uno de los fines de semana más relevantes de mi vida y el más importante en mi “carrera deportiva”:

La mañana amaneció soleada, aunque, la verdad, mi amanecer fue antes de que el sol empezara a iluminarnos por el este. Esa noche costó conciliar el sueño. La carrera se daría cita a las 23:00 hrs., quedaba todo un día por delante y el bulle bulle del estómago ya me acompañaba desde el día anterior. Intuía que se nos haría larga la espera. El viaje ayudó pasando un rato agradable entre historias de unos y otros, pero el semblante de Prisillas me preocupaba. Él había pasado una muy mala noche y dudaba si podría tomar la salida. Poco a poco, según transcurrió el día y gracias al reencuentro con sus grandes amigos, esa duda se fue borrando y la suerte permitió que a las 22:50 allí nos encontráramos los cuatro, en la plaza del ayuntamiento de Beasáin, recibiendo con honor el regalo de escuchar la txalaparta y de ser homenajeados con un aurresku. Nosotros y los aproximadamente otros 140 valientes que durante un tiempo aún por definir nos batiríamos el cuero contra lo desconocido.

3, 2, 1 y todo da comienzo. Bajamos la rampa y giro de 180º a la izq. Durante los primeros kms. cruzaremos por las calles del pueblo atestadas de gente que nos da ánimos y nos desea suerte. También debido a estos vítores el ritmo será algo más alto de lo que debiera, pero aún las fuerzas están intactas y las ganas de comernos la carrera nos invitan a correr fuerte. Una suave llovizna nos empapa desde el principio y no nos dejará hasta la mañana del día siguiente. Los primeros kilómetros van cayendo entre subidas y bajadas, cruzando pueblos aledaños y sin nada que destacar, excepto el enorme respeto y admiración que demuestra todo el mundo, que echados a las calles y aguantando las inclemencias y las horas nos animan sin escatimar esfuerzos. Respeto y admiración que desde aquí les devuelvo, desde lo más profundo de mi corazón. El primer avituallamiento se da en la plaza de Zaldibia. Bebo agua, gatorade y la impaciencia me obliga a meter prisas al resto para seguir corriendo. “Qué prisas tenéis” comenta Mavegam y qué razón tenía. Aún nos quedaban muchísimas horas por delante.

Comienza la primera ascensión seria hacia Gaztelu y comienzo a disfrutar de la carrera. Aún voy muy fresco, la lluvia más que incomodar me agrada y el bosque nos recoge del frío como una suave manta. No podré decir lo mismo de la bajada hasta el siguiente avituallamiento en Larraitz. La lluvia ha hecho que el terreno se haya convertido en barro. Más que correr vamos resbalando de árbol en árbol, de piedra en valla, de raíz en el siguiente compañero, a ratos con el culo arrastra, en otros momentos a cuatro patas y con los pies por delante. Se suceden las caídas, sin importancia hasta que en un traspiés en una roca caigo de espaldas contra una piedra y profiero un grito de congoja. Intento incorporarme pero mi espalda me dice que mejor me espere un poco, mientras voy recuperando la respiración. Finalmente no ha sido nada más que el susto, porque la mochila ha amortiguado el golpe y me acaba de salvar de quien sabe si una lesión de espalda o algo mucho peor. La espalda me duele algo pero puedo seguir corriendo. Continúo con más precaución y poco a poco, entre algún que otro susto y ya los cuatro agrupados de nuevo, llegamos a Larratiz. Esta vez sí que nos tomaremos nuestro tiempo y comeré unas palmeras de chocolate. Tras cambiarle las pilas al frontal (no se las había puesto nuevas) salimos cuesta arriba para afrontar la ascensión al Txindoki, el primero de los dos grandes del Goierri.