28 de octubre de 2010

En un futuro muy lejano...

 Acabo de terminar de leer "De que hablo cuando hablo de correr", de Murakami. Ha sido una lectura a ratos, aprovechando momentos en los cuales no había mucho que hacer y, por tanto, es posible que no le haya prestado toda la atención que merece.


 No es un gran libro, parece hecho de retales inconexos, una especie de blog que no resulta interesante desde el punto de vista literario, pero desde el punto de vista de un corredor se puede aprovechar para sacar un par de conclusiones que hacen que no haya sido una completa pérdida de tiempo el haberle dedicado unas pocas horas.


 La primera conclusión es la reafirmación de que los corredores tenemos nuestro propio mundo, o tal vez queremos verlo así. Es increíble la cantidad de pensamientos similares que se pueden encontrar entre un novelista japonés de éxito y un humilde enfermero de pueblo. A la hora de calzarnos las zapatillas, en el Cerro o en Japón, las motivaciones, las sensaciones, el sufrimiento y la alegría... son prácticamente iguales.


 Por otro lado la importancia del paso del tiempo, el saber envejecer aceptando nuestras limitaciones es otra buena enseñanza. Adecuar los objetivos a lo largo del tiempo dará longevidad a nuestra vida deportiva.


 Por último, la importancia de plasmar por escrito aquello que vamos viviendo, lejos de la calidad literaria, las visitas y los comentarios, el verdadero fin es el poder revivir estas aventuras en un futuro lo más lejano posible... recordar detalles que nos lleven a la sonrisa, pinceladas que tal vez nos devuelvan la felicidad...


 Y para finalizar, un par de frases recogidas de sus páginas:


 El simple hecho de correr, asegurándome con ello un tiempo de silencio solo para mi, se convirtió en un hábito decisivo para mi salud mental.


 Lo que de verás me dolía, mucho más que el frío, eran mi orgullo herido y mi lamentable imagen caminando penosamente por el trazado del maratón.


 No existe en ninguna parte del mundo real nada tan bello como las fantasías que alberga quien ha perdido la cordura.

8 de octubre de 2010

Acompañando en la Madrid-Segovia

Visto que no me fue posible participar en los 100 kilómetros Madrid-Segovia decidí volver al plan inicial: por lo menos, acompañaría un rato a los compis del cerro.
Tenía pensado hacerlo a última hora de la tarde pero, cuando vi que Mavegam iba a llegar a nuestra zona tuve que salir disparado. Acababa de comer y lo que menos me apetecía era ponerme a trotar. Para empeorar las cosas hacía un calor excesivo.
Dejé el coche en un lugar estratégico y con mis pocas ganas fui en busca de Mikel. Lo encontré (calculo) al poco de salir de Matalpino en compañía de Arturo, un corredor mayor y fibroso. No me di cuenta de que Mikel iba mal hasta que llevábamos un rato trotiandando. Así como Arturo comentaba todo lo posible y más (no dejamos de ‘rajar’ por turnos), me extrañaba mucho el constante silencio de Mikel. Una cosa era la dificultad para terciar en el ‘rifirrafe’ verbal que manteníamos los dos ‘abuelos’ y otra muy distinta era la excesiva concentración que llevaba.
Al final confesó sus problemas estomacales que, sin duda, iban a más con el tiempo. Así nos fuimos acercando hasta el control de La Barranca donde su mala cara decía mucho de lo que estaba pasando su cuerpo. Tras ayudar a un corredor con una bajada de tensión fuerte (tenía la gorra literalmente blanca de la sal del sudor) llevándole a una sombra para que descansara, llegamos en poco tiempo al avituallamiento donde Mikel evacuó en pequeñas dosis, todo su estómago. Y es en esos momentos ( y no en las distancias cortas, como decía el anuncio) donde uno se la juega. Tras un breve descanso y sin haber tenido oportunidad de asimilar lo pasado, Mikel me comenta que deja la carrera. Es lógico actuar así porque la naturaleza es sabia y aconseja lo más adecuado para el cuerpo. Es en ese momento cuando le persuadí de que tenía tiempo de sobra para intentar recuperarse puesto que abandonar siempre podría hacerlo más tarde. Me alegro de haberlo convencido porque tenía muy mala cara. Le batí un poco de Coca-cola, comió un poco de mi barrita de mango, volvió a la Coca-cola y así poco a poco recuperó el ánimo a tal velocidad que ya quería irse sin ver cómo reaccionaba su estómago con el alimento. Me di cuenta de lo bien que se había recuperado al verle comerse con prurito un bollito que para mí lo hubiera querido. El resto ya lo ha contado él, ambos llegamos hasta la Fonda Real con el convencimiento pleno de que Mikel había superado la prueba. Si hubiera tenido la más mínima duda de que iba a flojear ya tenía pensado acompañarle hasta Cercedilla para interponerme entre él y su padre que estaría allí animándolo, como siempre, a que lo dejara. No sé cómo describiros la alegría que llevé de vuelta a La Barranca sabiendo que para Mikel había llegado el momento de desquitarse del puñetero Goierri y figurándome todo lo que pasaría por su cabeza cuando estuviese ya cerca de Segovia saboreando su triunfo. También me acordé de Josema y me veía logrando con él su próximo ultratrail. A veces la imaginación nos proporciona tanta alegría o más que la propia realidad, muchas veces amarga.
El gozo me duró poco porque me encontré a un Víctor literalmente hundido. Me faltó poco para decirle que lo dejara, tan mal era la pinta que llevaba. Con movimientos demasiado ostensibles, sin duda debidos a sus problemas musculares, y una cara que dejaba traslucir, demasiado a las claras, su sufrimiento. Lo dejé rápido y seguí buscando al resto de los ‘locos’. Los encontré casi a la misma altura a la que había coincidido con Mikel y tampoco el panorama era bueno: ya iban con un cierto atraso (si surgía algún imprevisto) agravado por los problemas de ampollas. No trotaban en ningún momento lo que suponía problemas musculares a la larga pues quedaba mucha distancia. Los únicos que me parecieron ir bien fueron Chema y, sobre todo, Carlos, que fue al que mejor vi. Los acompañé hasta el coche, pues no llevaba frontal y la noche se nos venía encima, para despedirme de ellos y de un maravilloso día de Doble A.

7 de octubre de 2010

Madrid-Segovia... ¡Finisher!

Estaba eufórico, llegué tan rápido y tan bien que mis niños no estaban todavía en el polideportivo, así que aproveché para comerme unos macarrones con ajo y beber un poco de Coca-Cola (creo que olvidaré las isotónicas para estas carreras). Enseguida llegaron, ver su cara me tranquilizó, solo Alejandro quería que me retirara porque no me había visto en todo el día, el resto, tanto esposa como padres, no dijeron nada, lo que aumentó mis fuerzas.

Aproveché para cambiarme los calcetines, coger ropa de abrigo, preparar el frontal, los reflectantes y como no, echar al cuello el amuleto mágico, ese buff del MAM que con tanto cariño recibí hace unos meses. No descansé mucho, tal vez fue otro error pero quería hacer con luz todo el camino posible, besos a la familia y a trotar, seguía con fuerzas e iba solo, no había visto salir a nadie desde hacía un buen rato así que tenía que espabilar si quería coger a alguien y no subir solo hasta el puerto.

Tras dos kilómetros de trote disfrutón, viendo como me miraban con caras de extrañeza desde las terrazas de Cercedilla, entrando ya en las Dehesas, encontré un par de corredores a los que unirme… ¡sorpresa! De nuevo Arturo, su cara de alegría al verme denotó que pensaba que me había retirado en la Barranca.

Poco a poco se nos hizo de noche y bajó la temperatura, se agotaron las fuerzas para trotar cuesta arriba, pero subíamos a un muy buen ritmo que se encargaba Arturo de marcar, el frío empezaba a hacer mella cuando llegamos al avituallamiento de la calzada romana, allí me abrigué para continuar con la ascensión. Una ascensión larga y tendida, sin descansos, durante la cual adelantamos a algunos corredores.

Tras dos horas llegamos al Puerto de la Fuenfría, descanso, dos calditos y tras ponerme algo más de ropa, nos lanzamos en post de una meta que intuíamos cercana. Ahora me tocaba a mí marcar ritmos, al poco de empezar una llamada me llena de pena, es Victor, me dice que no puede más y lo deja, cuelgo sintiéndome en parte culpable por ello pero no es momento de pensar en cosas negativas, aprieto el paso y me pongo a trotar.

Aquí nos engañaron, los voluntarios, los deseos, nosotros mismos… los 20 kilómetros que quedaban al llegar al puerto se convirtieron en 26, el avituallamiento que estaba ahí mismo pasó a estar a 14 largos kilómetros, kilómetros que se hicieron muy duros, empezamos a andar incluso cuesta abajo, los llanos pesaban en las piernas y parecía que Segovia cada vez estaba más lejos. Recibo la última llamada de Prisillas tras hablar con mi hermana, me dolió enterarme de que los demás se iban a retirar al llegar a Cercedilla. Con todos pendientes de lo que está ocurriendo… ¡no puedo fallar ahora!

Y no lo iba a hacer, fueron unos kilómetros complicados, bastante feos, con un par de kilómetros divertidos en cuanto al terreno, pero casi todos de pistas llenas de arena y polvo, al andar mucho se hicieron muy largos, estaba cansado y quería llegar… en ese momento fue cuando pensé que ya lo había conseguido, pero que era la primera y la última vez que lo hacía.

Entrando en Segovia iba pensando en sentarme un rato en algún banco, más que por cansancio porque quería entrar solo, no quería ponerme a tirar como un loco para dejar a mis compañeros atrás y no había forma de convencerles de no entrar juntos, les intenté convencer de que iba muy cansado, de que siguieran ellos, pero no me dejaron.

Hacer los últimos metros en dirección contraria a la media maratón es un placer, llegar a la rotonda del Pastor y ver que hay que bajar en lugar de subir no tiene precio, el caminar se hace trote, los metros pasan, la meta se acerca… ¡se terminó!

A 100 metros de la meta me encuentro con mi padre, tiene esa cara que solo puede poner un padre, orgulloso y preocupado a la vez, le doy un abrazo y sigo… ¡Sorpresón! Mi madre está en meta con la misma cara, lo he conseguido, según me agacho al llegar para respirar un poco tras el “sprint” me veo con una medalla colgada al cuello, abrazo a mi madre, después a mi padre, me siento bien, fuerte, feliz. ¡Lo conseguí!

Como no, después de llegar tuve mi mareo correspondiente, tengo que arreglar lo de mis bajones de tensión post-carrera. Al coche, a casa, a la cama, un poco de Camboya (si me hubieran dejado), y a dormir, intentando soñar con la próxima.


Madrid-Segovia... Cercedilla

¡Tú estás tonto! Túmbate ahí un rato que tienes tiempo de sobra, te bato una Coca-Cola, descansa unos minutos, come un poco…

Como la mejor de las enfermeras, y casi como solo una madre puede hacerlo, el Sr. Fernando cuidó de mí, tan bien lo hizo que a los cinco minutos incluso tuvo que frenarme y hacerme descansar un poco más. La barra de mango ( ¡cállate Luis! ), un pastelito, más coca-cola… vomitar me sentó de maravilla y los posteriores cuidados me dejaron como nuevo.

Arturo se había ido hacía unos minutos por lo que me quedé solo con Fernan, nada más salir un nuevo susto, un pinchazo en el soleo aumentado por el hecho de que vi como se contraía… no dije nada y seguí adelante con mucho cuidado, pensando en cada pisada. Poco a poco todo volvió a su sitio y, pasando junto al antiguo hospital, con los fantasmas de una retirada alejándose, volvimos a trotar.

Poco duró la bajada, llegando al puesto de los bomberos nos metemos de nuevo cuesta arriba por una pista forestal, unos coches nos dificultan el paso, allí adelantamos por última vez a la mujer de Toby, que había quedado lesionado a la entrada de Manzanares. Subimos a buen ritmo, me siento completamente recuperado y empiezo a pensar en la tontería que pude haber hecho al retirarme. Casi sin tiempo a nada llegamos a la Fonda Real, ya es todo cuesta abajo y con buen firme, un poco más adelante Fernando decide volverse, la preocupación que veía en sus ojos ha ido desapareciendo, ahora veo confianza en ellos. Por primera vez, sin duda alguna, me veo entrando en Segovia.

El resto del camino hasta Cercedilla fue increíble, fueron tres o cuatro kilómetros en los que no dejé de trotar, incluso corriendo en algunos momentos, llegué con una sonrisa de oreja a oreja, mi familia me esperaba… fue sin duda el momento más emocionante de toda la carrera.

Madrid-Segovia... Abandono

  Grande como muy pocos, caído del cielo que diría una abuelilla mientras está sentada a la puerta de su casa, por mucho que lo pienso no se me ocurre un momento mejor para verle. Porque intentaba disimular, cosa que creo no conseguí del todo, pero iba bastante fastidiado, además, sabía que los kilómetros hasta Navacerrada eran de todo menos sencillos, con calor y entre jaras, con mucho polvo que se metía en la boca y no dejaba respirar bien, sin poder beber por los problemas digestivos…

 Por otro lado, las piernas no iban mal, algo cargadas, lo que es normal con casi 60 kilómetros a cuestas, pero sin dolores de ningún tipo. Poco a poco, metro a metro, nos acercábamos a Navacerrada, el paisaje es increíble, es uno de los momentos esperados durante mucho tiempo, pero no lo estoy disfrutando, empiezo a preocuparme, debo comer algo y no me atrevo, en Mataelpino ya no lo he hecho, y las fuerzas empezarán a faltar.

En esos pensamientos estaba, yendo hacia delante con la ayuda de Fernan y trotando de vez en cuando para descargar piernas cuando aparecen en su bici Prisillas y Pablo, su presencia me anima a seguir sufriendo, no puedo fracasar por segunda vez, toda esta gente que saca tiempo un sábado para venir a acompañarme merece que todo termine bien, si no es por mí es por ellos, pero esta vez hay que llegar.

A pesar de todos esos pensamientos positivos, el último tramo hasta la Barranca se me hizo durísimo. No saber exactamente donde estaba el avituallamiento complicaba más las cosas. De repente, un corredor se para ante nosotros, parece que era muscular pero según nos acercamos vemos que está mareado, me gustaría ayudarle pero le entiendo demasiado, estoy muy cerca de estar como él, me da rabia pero decido seguir mientras Fernan le ayuda a tumbarse. Por fin llegamos al avituallamiento, según me paro el mundo empieza a dar vueltas y el estómago empieza con sus piruetas, me alejo todo lo posible y empiezo a vomitar.

No pensé que se podía vomitar y pensar a la vez, pensar en que me están esperando en Cercedilla y no voy a llegar, pensar en que me voy a quedar otra vez en el camino… es duro pero es lo que hay… por mucho que me guste no estoy hecho para esto.

Cuando vuelvo le comunido a Fernan mi decisión… Abandono.

Madrid-Segovia... Manzanares y Mataelpino

Colmenar Viejo, kilómetro 27. Avituallamiento. Tenía la esperanza de que fuera tipo Goi y la sospecha de que no, al final ganó la sospecha y para mi sorpresa, me pintan una cruz en el dorsal al darme una botella de agua. Nos sentamos en un pequeño banco y devoramos un plato de arroz con tomate, el plan es andar un buen rato tras la comida antes de ponernos a correr.

No fue complicado, ya que el mismo terreno, tirando hacía arriba no nos permitía muchas alegrías, Toby seguía a nuestro lado, un pasito por delante o un pasito por detrás, “elabuelodeazul” debió comer poco porque le veíamos en la distancia y no le alcanzamos hasta bien entrado el tramo, muy feo al principio, recorriendo las nuevas urbanizaciones de Colmenar Viejo y maravilloso poco después, cuando, tras cruzar la carretera, entramos en una pista desde la cual se divisa, no solo la Pedriza, sino también toda la Sierra de Hoyo de Manzanares, por momentos veo el Cerro, es un momento de subidón importante, estamos llegando a casa. Fue un momento de máximo disfrute, el terreno “técnico” y peligroso del cual nos habían hablado varias veces era una bonita vereda que bajaba entre piedras y surcos dejados por el agua, personalmente me pareció más que sencillo pero es verdad que dimos alcance a muchos corredores… grandes ventajas de correr en la montaña.

Esa bajada se convirtió en subida, con las mismas características, a buen ritmo llegamos de nuevo a un punto en el que volvemos a bajar, empiezo a encontrarme en mi salsa pero a la vez me doy cuenta de que a Victor se le está haciendo duro.

Tras el avituallamiento del Puente Romano, que no vi por ningún sitio, una constante subida nos lleva a tierra conocida, pistas por las que ya he trotado en alguna ocasión, me doy cuenta de que además del incombustible Toby, llevamos unos kilómetros en compañía de un grupo de italianos, dos chicos y dos “signorinas molto bellas”, por un lado tengo la suerte de ver sus caras de asombro cuando asomamos a Manzanares, empieza la parte más bonita de la carrera, les pido que miren atrás, muy al fondo, las cuatro torres nos miran de nuevo, no nos quiere dejar marchar. En el lado de la mala suerte, los problemas de Victor hacen que vaya quedando atrás, decido seguir hacia delante y esperarle en el avituallamiento, allí veremos que hacer. Disfrutando como un enano, me tiro hacia el pantano por la trialera, saltando piedras y raices, ganando posiciones y oyendo la palabra loco en un par de ocasiones… me gusta.

Mi padre me está esperando, como de costumbre, me pide que me retire, y como de costumbre, le digo que no. Espero a Victor, viene bastante tocado en lo físico pero es duro de mollera, salimos juntos del avituallamiento, 500 metros más adelante nos separamos definitivamente, seguirá caminando hasta Segovia.

Yo me empiezo a dar cuenta de que algo no va bien, el último plátano me ha sentado muy mal y se une a las molestias gástricas que traía desde el principio, pero ahora conozco muy bien el camino, lo he hecho muchas veces y sé que llegar a Mataelpino no va a representar ningún problema. En este tramo llegamos al kilómetro 50 de nuestra aventura, unos metros antes me he encontrado con Arturo, un chaval de Leganés, que a sus 54 años se estrena en esto del ultra, se ha caído en la trialera de Manzanares y ha perdido las gafas, necesita a alguien que le guíe. Los dos juntos cumplimos con una nueva etapa y salimos, con ilusiones y dudas, ya que el estómago cada vez da más la lata, camino de Navacerrada.

Madrid-Segovia... Camino de Colmenar

 Ahora reconozco que lo de Victor fue una sorpresa relativa, sabía que al igual que yo, no quería hacer andando todo el camino, pero parece ser que en una salida previa entre Cercedilla y Segovia lo pasó bastante mal al final, por lo que no me parecía una buena idea, pero al igual que no le animé a venir conmigo tampoco intenté convencerle de que no me acompañara, de alguien que en plena resaca nos machaca corriendo en Becerril se puede esperar lo mejor.

 Empezando la carrera, tras una pequeña subida en la cual abandonamos a nuestros compañeros de travesía empezamos a trotar entre los corredores, gente de todo tipo, recios corredores equipados a la última, bellas señoritas con mallas de paseo y polos de Ralf Lauren, jóvenes, mayores y más mayores… al poco de empezar, bajando una pasarela que cruzaba una carretera, adelantamos a un señor mayor, está corriendo con unos pantalones y camisa de vestir y un paraguas en la mano, supongo que se ha encontrado con la marabunta de corredores e intenta huir de ella, al día siguiente me enteré que 18 horas más tarde pasó bajo el acueducto… solo tiene 72 años.

 Esos primeros kilómetros son complicados, más bonitos de lo esperado pero bastante feos, pistas y veredas en medio de un secarral, empezamos a tragar polvo y encuentro tremendamente útil llevar una botella de agua en la mano, no solo para hidratar sino para enjuagar la boca de vez en cuando, empezamos a temer que el calor va a ser importante durante el día.

 Como ya imaginaba, es complicado llevar un ritmo adecuado y ayudado en parte por el empuje de Victor, durante la primera hora de carrera hacemos casi 10 kilómetros, como estaba previsto, no corremos cuesta arriba, pero deberíamos haber andado algo en el llano, cosa que no hicimos. Casi sin darnos cuenta llegamos al primer avituallamiento en Tres Cantos, hasta aquí no hay problema, doy el OK para mis “seguidores” en las redes sociales y tras un pequeño descanso tomamos de nuevo el Camino, no pararemos hasta Colmenar Viejo.

  El primer tramo de esta etapa surca el carril bici de la Nacional 1, con mucho cuidado y pegados a la izquierda, vemos como los ciclistas nos esquivan, algunos pasan demasiado cerca, lo que nos hace extremar las precauciones. Sin contratiempos salimos de este infernal carril y comenzamos a bajar hasta un pequeño valle, aquí alcanzamos y conocemos a tres corredores clave: Toby, nombre inventado por Victor para un inglés que corre con su mujer sin hacerle mucho caso, el “abuelo de azul”, y el “abuelo de las mangas verdes”. Este último nos trajo por la calle de la amargura durante muchos kilómetros, corría con un ritmo lento y cansino, pero no paraba nunca, de forma que nos alcanzaba una y otra vez cada vez que andábamos un rato.

 Recibo en el fondo del valle la segunda llamada de Prisillas, está preocupado, siento que quiere estar a mi lado, poder ayudarme en todo momento…

 La llegada a Colmenar es dura, como casi todo pueblo, tiene su “cuesta del cementerio”, y esta no es como la nuestra, además de pendiente es interminable, la subo andando a ritmo… (i gotta feeling, uh uh, tonight….) y me doy cuenta de que Victor empieza a flaquear, corre bien, pero a la hora de andar le cuesta mantenerse a mi lado. A poco de llegar nos hacemos una foto con las cuatro torres de Madrid al fondo, Toby aprovecha para adelantarnos de nuevo. Al abuelo de las mangas verdes le vemos al fondo… corre Victor que nos coge. Y llegamos a Colmenar.

Madrid-Segovia... Así empezó todo.

 La noche previa no fue la ideal, una esofagitis no me permitió descansar la mitad de lo que debiera, muchos despertares y un reflujo doloroso hicieron que la temprana hora en la que el despertador tenía que sonar llegara demasiado pronto. Como de costumbre todo estaba preparado, según me voy vistiendo de romano miro atrás y pienso en lo extraño de la preparación para esta prueba.

 Todo comenzó hace muchos meses, en pleno entrenamiento para la Goi surgió una carrera que unía las ciudades de Madrid y Segovia, 100 kilómetros por pistas, sendas y veredas que hermanarían los modernos rascacielos madrileños con el vetusto acueducto de Segovia. En aquel momento parecía una buena idea, que con el tiempo se fue diluyendo hasta prácticamente desaparecer de mi pensamiento. Tras un verano de descanso, a finales del mes de agosto, durante una salida montañera con los chicos volví a pensar en ella… pero solo quedaba un mes.

 Un mes de entrenamiento en el cual he parado dos veces, una durante 10 días por un esguince de tobillo y otros cinco por una viriasis que me dejó sin fuerzas, iba a hacer una carrera de más de 100 kilómetros con poco más de tres o cuatro salidas largas y muchas dudas en cuanto a mi estado de forma, pero en el fondo pensaba en que el método de ElHermanoDAlex no podía ser tan malo… ¡funcionará!

 Desayuno un café con leche y mucho pan, con toda la puntualidad del mundo, Luis me está esperando cuando salgo de casa, nos dirigimos al lugar de reunión, momento en el cual nos damos cuenta de todo lo que hemos olvidado: dorsales, fores, desayunos… Me viene a la mente un refrán… no quieren los gitanos hijos con buenos principios, y pienso que hoy es el día, tras recoger todo lo olvidado nos encaminamos hacía la Plaza de Castilla.

 Y allí nos metemos en harina, nos encontramos con mucha gente conocida por los foros y los blogs, sin dejar atrás mi costumbre, paso revista de la gente “ciberconocida” sin saludar a nadie… vergonzoso que es uno. Buscamos una chica guapa que nos selle la credencial y esperamos a que la salida se produzca, lo cual sucedió con bastante retraso por unos “problemas policiales”.

 Problemas que continuaron durante la parte neutralizada de la carrera, en la cual los coches campaban a sus anchas entre nosotros, y sus dueños nos saludaban “con una gran sonrisa”.

 Pero olvidemos esos problemas y sigamos contando lo que aconteció, a la altura del hospital “Ramón y Cajal” pasamos junto a un chaval que llevaba la gorra que nos dieron en la Goi, esta vez sí, venzo mi habitual timidez y me acerco a saludar al heroe, durante unos minutos rememoramos aquella noche en el Txindoki, él aguantó hasta  el kilómetro 37, reconozco que pensar en que llegué al 52 me da fuerzas también para el día de hoy… las sensaciones que voy recogiendo son positivas.

 Casi sin darnos cuenta nos plantamos en el kilómetro cuatro, salida oficial de lo que va a ser un gran día. Me despido de Chema, Carlos y los Vallejo, que van a ir muy tranquilos desde el principio y me sorprendo al ver que Victor se va a venir conmigo.

5 de octubre de 2010

AGRADECIMIENTOS

Como decía mi abuelo "es de bien nacido ser agradecido", pués no podía ser yo el que le lleve la contraria.
GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS a todos los que de una manera u otra habéis estado ayudándonos, apoyandonos, unos teléfonicamente otros presencialmente, etc, etc en esta LOCURA.
Cómo ya ha comentado algún LOCO en otro lugar quizá si lo hubiéramos conseguido a la primera, no le damos el valor real que se merece.

Así que, no se si el año que viene o cuando pondré de nuevo toda mi ilusión en prepararme de nuevo para afrontar este LOCO reto de la MADRID-SEGOVIA.

Gracias por poner de vuestra parte para que me sienta un LOCO DEL CERRO más.

4 de octubre de 2010

Gracias

 Espero tener algo de tiempo en breve para ordenar unas cuantas cosas y poder escribir una crónica, pero no puedo dejar de dar las gracias a todos los Locos que han estado a mi lado de una forma u otra desde que decidí hacer esto. Sabéis que sin vosotros no hubiera sido posible. Gracias.

1 de octubre de 2010

Llegar.

Hoy no toca arenga épica. Ya no, ahora no. Me falta la fuerza interior.
Pero sí puedo deciros algo sentido, desde el interior, de forma humilde.
Mañana hay algo que teneis que tener claro cuando comienze vuestra andadura. LLEGAR.
Disfrutando si se puede del camino, de la compañía, de los paisajes y de la experiencia para LLEGAR con la mejor de las sonrisas.
Sufriendo como perros si las cosas se tuercen, si los kilómetros se hacen eternos, cuando la duda nos gane terreno, LLEGAR siempre el primer pensamiento.
Porque LLEGAR nos permitirá saber si mereció la pena, si disfrutamos o no. No antes.
Porque sin LLEGAR no tendremos respuestas, sólo aplazadas preguntas.
Yo sé que podeis. Por eso os pido solo una cosa: LLEGAR.

Y llegó el día

Porque todo lo que tiene que llegar, tarde o temprano, acaba llegando. Esta perogrullada hay veces que nos es complicado entenderla, ya que nuestra dura cabezota insiste una y otra vez en ocultarnos la realidad, aunque ésta esté ahí. Pero el caso que nos ocupa es bien distinto, puesto que lo que estaba por llegar era temido y ansiado por partes iguales.

Pues bien, dejadme la enorme y esperpéntica osadía de atreverme a deciros que no hay que temer nada, porque como bien os decía al principio, todo lo que tiene que llegar acaba llegando. Esto no significa ni más ni menos que mañana, poquito a poco (Lasai) irán aconteciendo las cosas que están por pasar y lo único que tendréis que hacer es ir fluyendo a través de ellas. Asimiladlas, admitidlas, quedaos con las que os llenen y de las demás, simplemente pasad. Obviad las negativas y así, poquito a poco (Lasai) el camino a Segovia se irá haciendo cada vez más corto, porque cada paso cuenta, incluso cuando es para atrás.

Sé que lo que hoy corresponde aquí es una de esas retóricas épicas que nos hacen creer Alejandro Magno o Atila, pero esa se la dejo al bueno de Prisi, que es el que tiene el don de la letra. Yo sólo, humíldemente y desde este pequeño espacio os muestro mi más sincera admiración y respeto, porque lo que mañana vais a afrontar es lo que se merece, el respeto y la admiración de los que desde aquí os seguiremos cada paso. Sois locos, no lo olvidéis, locos del cerro que disfrutan con algo que muy pocos entienden. Si mañana se da la situación y lográis entenderlo, vosotros también disfrutaréis de lo que os corresponde, pero tendréis que ser pacientes, todo tiene un precio.

Gracias por ilusionarme con esta VUESTRA hazaña y nos vemos en el camino.

¡AUPA LOS LOCOS DEL CERRO Y SU SANA LOCURA!