29 de septiembre de 2010

Corazón de León.

Ya van regresando los latidos fieros, poco a poco se sobreponen al débil pulso tras la enfermedad del ánimo.
Porque no es nuestro sino otro que el de continuar, levantarnos y caminar.
Porque tenemos la fortuna de contar con nuestras piernas para que nos lleve a sitios que sueña nuestra alma... unas veces en forma de conquista, otras de huída.
Zancadas que nunca serían dadas sin el impulso del corazón. Y, ahora que se restablece de los pasados malos momentos, lentamente aumenta su impulso vital.
No necesito grandes hazañas para pelear cada segundo, para tirar en cada cuesta y, desde luego para compartirlo con vosotros. Así que, aunque en menor escala, mientras me sea posible, seguireis sintiendo mi compañía.

24 de septiembre de 2010

Locos, del Cerro.

Anoche recibí una sorpresa maravillosa. Algo que hace apenas un par de años no hubiera imaginado.
Parece mentira que, desde aquel primer momento en que coincidí con la gente del Club Castillo de Collado Villalba haya llegado hasta aquí.
A los primeros trotes enseguida le siguió las primeras escaramuzas por las faldas del cerro con mi gran amigo Fernando. Recuerdo perfectamente como en los giros continuos a la dehesa le iba hablando de los terrenos y caminos que se escondían en esa elevación coronada por un Telégrafo que preside nuestra dehesa. Y como, iba despertando en él el interés y las ganas de conocerlos.
A esos primeros tanteos se unió enseguida Alberto, siempre dispuesto a los desafios. Y así entre primeros cortafuegos, relatos de antiguos MAM, de preciosos hayedos en Zegama, fue naciendo el espíritu de aquellos locos.
A estos locos le siguieron más, Mikel (a quien debemos la materialización de este espacio), Luis Angel... pero es que la progresión no ha cesado y hoy Chema, Carlos, David y Miguel, Javi, Rafa y algunos más han disfrutado y padecido su hechizo.
Anoche digo, el mejor regalo, el que me llegó de veras dentro, fue ver como esa pequeña semilla de entusiasmo, de cariño, de pasión por el Cerro, por el monte y la aventura, por el camino inóspito alcanzaba a tantos. Como había germinado.
Algo que jamás pude imaginar y de lo que humildemente, no puedo evitar sentirme emocionado, feliz y de alguna forma orgulloso.
Gracias Locos del Cerro.

15 de septiembre de 2010

Pinceladas, deseos y sueños de una G2H

3 superclases, 91 kms. y un fin de semana. Final

¡Óstila Biri!

Y llegamos. Sí señor. Al final entramos por el arco de meta. Pero desde que abandonamos el avituallamiento de Mutiloa hasta que entré en la plaza del ayuntamiento de Beasain viví una segunda carrera.

Nada más levantarme de las gradas del frontón donde había decidido descansar mientras Fernan daba buena cuenta de las viandas que allí nos tenían preparadas (lo que le gustó el tomate al jodio) noté que lo que nos restaba de carrera no iba a ser un camino de rosas. Desconozco porqué, pero me dio la espina de que lo bueno se había terminado. Justo cuando yo pensaba que ya estaba casi todo hecho llegó el hachazo. Primeros pasos subiendo unas escaleras y noto que me ha comenzado a doler la planta de los pies. Le resto importancia y pienso en que únicamente nos deberían quedar unos 8 kms. y esto ya es pan comido. Charla con Fernan y con los dos corricolaris “Guadiana”, mientras que para no variar continuamos con una ascensión a Españolamendi. El primer punto gracioso lo pone el enterarnos en ese momento que no es una ascensión, sino tres, porque subes y bajas lo que has subido para volver a subir un poco más alto y repetir el proceso una vez más. No importa, esto está hecho. Pero no (parezco gallego), porque noto como con facilidad pierdo la capacidad de seguir el ritmo de éstos y además veo que no van fuerte, lo que me indica que hay algo que pasa y me temo que lo tengo justo debajo de los pies. Esa molestia que tengo en la planta va tornándose dolor intenso cada vez que piso. Los dos corricolaris y Fernan se destacan y comienzan a adelantarme algunos de los corredores que habíamos adelantado previamente. El calor es intenso. El ulular del viento cejó en su empeño de hacer bailar las hojas de los árboles y todo lo que hasta ahora había sido una temperatura agradable, durante la tarde pasa a ser un calor sofocante. Cuando llego a la primera cima puedo comprobar que debajo de mis pies ya no hay camino, sino una alfombra de alfileres, millones, que se me clavan sin piedad a cada paso y que casi no me permiten pisar. Miro hacia abajo y me encuentro con la mirada interrogante de Fernan que se pregunta por qué no me decido a bajar y que inquisitivamente me dice que nos están adelantando los demás y no le gusta. Le entiendo perfectamente, a mí también me está sentando como una patada en el estómago, pero no tengo cojones suficientes para bajar andando, cuanto menos corriendo. Pienso en tirarme haciendo la croqueta, con el culo arrastra o como quiera que sea para no tener que pisar. Me pasa de todo por la cabeza mientras un insoportable dolor me machaca los pies. De todo menos abandonar. Eso no, por mi vida que no. Me decido a bajar muy despacio. Cada paso es un suplicio. Cada suplicio un paso menos que me queda para Beasáin. Así es como lo veo. Llego abajo y en algo que tendría que haber tardado menos de un minuto veo que he sumado casi siete. Le explico a Fernan mi problema y le digo que me cuesta horrores caminar y que tendremos que bajar el ritmo. Asiente con la cabeza y asimila como buen samurái lo que hasta el final de carrera será su dolor, nos pasarán muchos corredores y él está fuerte como un toro y podría aún pasar a unos cuantos más. Sucumbe a mi paso de caracol cuando lo que desea es correr como un galgo. Esperará a cada requiebro del camino a que llegue en lugar de levantar las pegatinas a todos los corredores que quedaban por delante, pero él es Fernando, es un samurái y es un amigo y para él hay algo que está por encima de los intereses personales: yo.

Continuamos nuestro pesado y lento caminar Fernan delante y yo detrás, sufriendo porque tiene que estar venga a esperarme, cuando la primera saetada nos hiere más aún si cabe: nos acaba de pasar el primer corredor de la Ehunmilak. Continúo como puedo, después de que nos hayan pasado muchos corredores que habíamos dejado atrás hacía ya incluso algunas horas, cuando escucho a mi espalda “Paso al segundo corredor de la Ehunmilak”. Me aparto y al volverme me encuentro al corricolari que dejamos perdido en la subida al Aizkorri. Nos cuenta que le entró un arrechucho que lo dejó doblado y que estuvo a punto de tener que retirarse, pero que se paró, comió algo, se hidrató y descansó alrededor de una hora y aquí le tienes, otro que nos adelanta. En la misma cuesta abajo ahora nos alcanza uno de la organización y nos asesta otro saetazo más, nos dice que somos los últimos. Perdón, corrijo, que soy el último. Me importa un bledo (mentira) pero yo acabo como que me llaman ElHermanoDAlex. Charleta con el biciclista y poco a poco vamos recortándole metros al camino (la distancia la empecé a medir en metros de lo lento y jodido que iba). Por si fuera poco, me empieza a entrar un bajón por el cansancio y las horas de sueño perdido, pero ahí está mi isostar que me levanta los ánimos de nuevo y me ayuda a llegar a una de las partes más bonitas de la carrera y de las que más me gustaron, pues compensaron en parte la ignominia para con Fernan de mi pausado caminar.

Llegamos a una zona de caseríos y a Fernan le brillan los ojos con especial intensidad mientras internamente rememora los años mozos que trabajó duramente por aquellos parajes cuando, tras haber recaído en una familia que estaba sentada a la puerta de uno de los caseríos, a orillas del camino, veo que Fernan les pregunta ¿No os acordáis de mí?. Se me ponen los pelos de punta de acordarme y es que ya es casualidad que justo estuviéramos pasando por delante de la puerta de los que en su día fueron vecinos durante muchos veranos en la Gipuzkoa profunda y que además allí estuvieran ellos, como esperando a que se diera el milagro. Abrazos, besos y demás preguntas típicas del reencuentro. Muchos recuerdos se amontonan en las cabezas de unos y otros mientras el tiempo se pliega para llevarles a un pasado que se hace cercano y vívido. Ánimos y buenos deseos y besos para Aran, a la que añoran y aprecian, quieren y recuerdan con mucho cariño. La parada me mata, pues me cuesta mucho volver a caminar, pero ha merecido mil veces la pena, es una manera de recompensar al samurái.

Unos pasos más adelante y ahora hacia la derecha, a un casero que viene andando tranquilamente después de la faena, otro ¿Te acuerdas de mí? -“¡Ostila Biri!”- y de nuevo el brillo intenso en los ojos de Biri, pues resulta ser que nuestro querido vigía allí es conocido como Biri y es querido enormemente por tan exigentes oriundos. Biri era un buen chaval, trabajador hasta el hartazgo y agradable, cordial y cercano en el trato que dejó una huella tan honda en aquellas gentes que ahora, después de más de veinte años sin relación alguna, vuelven a dedicar una sonrisa sincera al noble Biri. Lo que siguió fueron palabras de miles de recuerdos que Biri me transmitía con fervor y que me hacían el camino más ameno. Aunque no conseguía olvidar el dolor de mis pies, durante algún tiempo pude centrar la mente en otro asunto mucho más importante: escuchar al viejo Biri.

Más camino andado y el tiempo pasaba como una exhalación, mientras que los metros hasta la meta parecían multiplicarse. Nos pasa el segundo corredor de la Ehunmilak (ahora sí que era verdad) y nosotros seguimos en nuestro empeño del pasito a pasito se anda el camino. Ya estamos muy cerca de Beasain (según los caseros era todo bajada, ¡ja!) y mientras bajamos una cuesta de asfalto que estaba resultándome puta como las gallinas noto como mi mano derecha tira de mí hacia adelante. ¿qué leches le pasa ahora al brazo? ¿me dan espasmos?. El brazo de nuevo tira de mí hacia adelante y me hace dar dos pasos más rápido de lo deseado, hiriéndome los pies otro ápice más aún si cabe. De repente, como de la nada, al fondo vislumbro dos siluetas harto conocidas, miro a mi muñeca derecha y comprendo qué es lo que está ocurriendo. Doblado y enrollado en la muñeca descansa el buff y es éste el que tira de mí. Todo está claro como el agua, ya que no es un buff cualquiera, es un buff especial. Es un buff antológico resultas de un regalo impagable. Durante el camino, la mañana del día anterior, aprovechando una parada a desayunar, Prisi nos sorprendió a todos con un regalo precioso, un buff para cada uno que tenían un significado especial, pues eran los buff que le habían dado en distintos MAM y a mí me había tocado el que correspondía al primer MAM en que dieron buff y de los primeros que había corrido Josema (un regalo soberbio que me acompañará durante muchas otras carreras desde ese momento y hasta que la muerte nos separe). Pues bien, Prisi estaba tirando de mí, apoyándome desde la lejanía a través del buff que servía de vínculo de unión. Trasladándome la energía cósmica que conecta a las personas unidas a través de una amistad especial y el buff respondía a la llamada como un hijo responde a la llamada de un padre.

Piano, piano llegamos a la altura de Mikel y Prisi (o más bien ellos llegan antes a nuestra altura) y nos reciben con aplausos y vítores. Es aquí donde les ponemos un poco al día de la situación y les explicamos que desde hace unos cuantos kilómetros no ando sobre otra cosa que no sea el orgullo de terminar. Nos animan e informan que ya estamos a menos de un kilómetro de Beasain y aquí llega otro gesto que jamás olvidaré y es el descubrir en el rostro de Mikel la admiración porque estuviéramos ahí, después de todo estábamos llegando. No quiero desmerecer a Prisi, porque tanto el uno como el otro lo dieron todo desviviéndose desde aquí hasta nuestra entrada en meta, pero Mikel me llamó especialmente la atención. Derrochaba alegría, estaba exultante y gritaba una y otra vez “Sois grandes chicos”. Recuerdo que fui seco y restaba importancia a la situación, le decía que no éramos tan grandes y lo sigo pensando, pero la verdad es que fue una nueva renovación de las fuerzas que ya me habían abandonado hacía algún tiempo. Gracias a la suma de todas estas pinceladas conseguí seguir adelante. Ellos andaban por mí, yo sólo me limitaba a prestar mi cuerpo a la hazaña, pero la energía partía de ellos tres, los tres superclases con los que me había embarcado en una aventura irrepetible. Tres superclases que ante todo fueron personas, enormes personas de enorme corazón. Infinita es la gratitud que les profeso así como la deuda que tengo con ellos, pues cada uno en su momento, durante muchos y muchos minutos, kilómetros, acontecimientos y vivencias dieron lo mejor de sí mismos para que lo imposible fuera realidad. Los sueños dejaban de ser sueños.

La entrada en Beasain fue especialmente emotiva y también permanecerá en mi retina por siempre. Gente a uno y otro lados de la calle aplaudiendo y gritando nuestros nombres durante casi dos kilómetros de Gloria. Mikel y Prisi trotando a nuestro lado y jaleándonos. No se cómo pero desde poco antes de entrar en el pueblo comencé a trotar muy despacio y poco a poco iba adquiriendo velocidad. Los pies ya no me dolían o si lo hacían me importaba tan poco que ni lo notaba. Me venían a la cabeza los motivos que me habían mantenido en pie de guerra durante los momentos difíciles de la prueba y notaba como una lágrima furtiva afloraba y se perdía suicida por el vacío precipicio que había desde mi mejilla al suelo. Me la secaba con el buff repleto de energía cósmica y apretaba un poco más el ritmo hasta que al fin, a unos metros de nada podemos ver el arco de meta que pondrá punto y final a la aventura. Fernan con el júbilo de la llegada ha apretado más que yo y entra triunfante en meta. Yo con lo que en ese momento me parecía casi a sprint también rebaso unos segundos más tarde la línea que marca que el trabajo está terminado y sin poder contenerme, con los brazos en alto y colmado de alegría rompo a llorar con la imagen de mi hija en la cabeza. Ella fue el auténtico motor. Ella era el secreto que me había guardado hasta hoy y que consiguió que terminara la carrera. Por ella sabía que terminaría y por ella decidí en Etxegárate que tenía que continuar y estaba deseando que Fernan me lo propusiera, en un silencio cruel que me hizo eternos los minutos y que egoístamente imposibilitaron que pensara con la frialdad necesaria para convencer a Prisi y Mikel de que tenían que continuar. La carrera la terminé exclusivamente porque era la única manera de devolverle a mi pequeña el tiempo que la había robado mientras entrenaba. Ese tiempo no podía emplearlo en balde, no podía regalarlo a la nada. Si no terminaba habría perdido y sería un hombre gris del cuento de Momo. Un ladrón del tiempo, el tiempo de Paula. ¿Hay algo más importante que los hijos?

Ondo, ondo, oso ondo. Lasai.

8 de septiembre de 2010

Las locuras del Camino

 Esto es un sinvivir, la nueva locura, esa Madrid-Segovia que apareció en el calendario y enajenó nuestras mentes se acerca. Faltan poco más de tres semanas y han pasado tantas cosas en los últimos meses que hoy ha sido el primer día en el cual salgo a correr pensando en la misma.



 El inicio por tanto no ha sido lo mejor, por ello espero que el final sea insuperable. Es la típica carrera a la que uno se apunta en cuanto conoce su existencia, ya que  innumerables alicientes se suman a la falta de riego que uno tiene en el cerebro de tanto usar las piernas, a saber, 100 kilómetros de vías pecuarias entre la gran capital y la maravillosa ciudad de Segovia, por tanto pasando cerca de casa, 24 horas de límite, una cuota de inscripción baratita para lo que por ahí se tercia y unos organizadores que son una garantía de que las cosas van a ir bien. ¿Quién dice que no a semejante caramelo?

 Pero el tiempo va pasando y el problema con la Goi pesa (mira que dije que lo iba a dejar de lado, jejeje), entrené mucho y por tanto quite mucho tiempo a la familia, cosa que no quería volver a hacer, además, lo que parecía llevadero, un bonito paseo, se hace un mundo y sin querer pensarlo mucho más decido no hacerla.

 Y el tiempo sigue pasando, el calor hace que los días que salgo a correr sean mínimos y de poca calidad, la falta de un objetivo concreto tampoco ayuda a motivarme en demasía, hasta que cierto día mi mujer me recuerda que había una “carrerita” entre Madrid y Segovia que tenía previsto hacer. Instantáneamente se mete en la cabeza de nuevo el recorrido, el paso por Manzanares, la subida por la carretera de la República y las maravillosas vistas del Mirador de la Reina… tras pensarlo unos segundos realizo mi inscripción via web.

 No había pagado aún cuando bajando hacia el Ventorrillo el tobillo hace crack, me duele más no correr que el esguince, pero con todo anulo la inscripción pensando en que sería imposible recuperarse a tiempo y que no está la economía para tirar 40 euros pero, en un nuevo giro, la carrera pasa a ser gratuita, en principio no hago mucho caso, el sueño terminó y no hay que darle más vueltas, pero cierta conversación con alguien muy importante me hace recapacitar. Además, no hay porqué hacerlo todo corriendo, por lo que, aunque no sea como en un principio había pensado, las posibilidades de llegar a Segovia, si el tobillo responde como debe, existen.

 Tras un par de correos con la organización, a la cual agradezco el detalle, la inscripción se realizó de nuevo, ya tengo incluso asignado el dorsal, eso sí, me hicieron prometer, jurar y perjurar, que no iba a fallar… así que en estas me veo.

 Y hoy, por fin, después del dolor producido por el esguince, de inicios colegiales, de talleres y compras, he podido salir a correr un rato. Desde el principio marcando ritmos lentos, pensando en que no se debe correr y en que en los últimos dos meses he hecho poco más de 200 kilómetros, pensando en los caminos que me encontraré, en los amigos con los que compartiré unos metros de esfuerzo, en mi familia, que esta vez me apoya de forma incondicional.

 Era una prueba de fuego, de lo que hoy ocurriera dependía mi carrera y ha sido positiva, unas horas después, el tobillo no duele y las ganas hacer otros 17 kilómetros están presentes. No sé lo que tardaré, no me importa, no sé si andaré o correré, tampoco me importa, pero una cosa está clara… ¡voy a correr la Madrid-Segovia!

7 de septiembre de 2010

Mi Goi2H. Punto final.

 Ayer por la noche leí el último post escrito por Prisillas, después de mucho tiempo nos cuenta sus sensaciones, aventuras y desventuras por tierras guipuzcoanas. En este mismo instante ElHermanodAlex estará ultimando su crónica, siete u ocho capítulos repletos de detalles…

 La lesión y un poco de tiempo que he podido reunir esta mañana me han permitido echar la vista atrás y releer unos cuantos artículos pre y post Goi2H, lo que me ha llevado a varias conclusiones que espero saber comunicar con mi “sublime” prosa…

 Las decisiones se toman en un momento determinado, las cosas son como son y las circunstancias no se pueden cambiar, pero con el paso del tiempo se pueden ver desde otra perspectiva, por ello creo que es un error volver a aquel comedor en Etxegárate, desde la comodidad de un sillón o hablando con la almohada todo es más fácil, la lluvia no moja y el barro no resbala, lo que induce a pensar que el abandono no fue una buena idea. En aquel momento, bajo la lluvia, calado hasta los huesos y tropezando a cada paso, las circunstancias me llevaron a dejar la carrera, aunque ahora es duro no hay marcha atrás, y todas las conjeturas y posibles que se me ocurran ya llegan tarde.

 Todo esto no quiere decir que no se deba hacer un análisis de lo que ocurrió durante la carrera. Una exhaustiva valoración nos debe llevar a un diagnóstico adecuado de la situación, a partir del cual se puede hacer una buena planificación que nos lleve a una correcta ejecución de las actividades que su vez nos permita lograr el objetivo propuesto.

 Mi justificación para la retirada fue “no me estoy divirtiendo” pero… ¿Cuál fue el camino para llegar a esa conclusión? Por desgracia, dentro del mundo de los sentimientos es muy difícil medir, existen test y escalas que nos permiten aproximarnos a lo que buscamos, pero como he dicho antes, ahora ya no vale pensar en ellos porque las circunstancias son muy distintas, había que haberlos hecho en mitad del hayedo y no ahora. Por ello, todo lo que diga a partir de ahora son conjeturas que no obstante pueden ayudarme a la hora de afrontar un futuro reto.

 Y la que más fuerza cobra después de haber pensado en ello es el MIEDO, leyendo el post de Prisillas me han venido a la cabeza muchos momentos de la carrera y no he podido dejar de pensar en las cosas que hubieran podido pasarnos. Antes del Txindoki ya tuvimos una larga bajada, por lo menos a mí se me hizo eterna, en la cual me caí varias veces, cuando llegué al avituallamiento solo quería agua para poder limpiarme las manos, llenas de barro, antes de comer y beber algo. Justo después llegó la prueba de fuego, no puedo explicarlo tan bien como nuestro amigo Josema, solo decir que, además de lo que el nos cuenta en su último post, yo tenía en la cabeza, a pesar de no verlo, un pico escarpado y muchos precipicios. Para colmo, el terreno por el que continuó la travesía era todo menos fácil, muy duro, con multitud de subidas y bajadas, con piedras que resbalaban, con la más que cierta posibilidad de perderse, fueron muchas horas en tensión. De repente, en medio de un mágico hayedo, tras una dura pendiente, el terreno se suaviza y la tensión desaparece, llevándose consigo todas las fuerzas que me quedaban. Poco a poco me fui quedando atrás y sin darme cuenta me fui de la carrera, en terreno en el que se podía correr iba andando, en terreno en el que se podía andar me dedicaba a disfrutar de los maravillosos lugares por los que pasábamos y en los barrizales me hundía. Me esperaban y no llegaba, se escapaban y no les seguía… supongo que lo que sentía era el vacío tras el exceso de adrenalina liberado anteriormente.

 Por supuesto, hay otras posibles causas, la falta de condición física es una de ellas, ¿es posible que ese vacío fuera físico y no mental? Aunque parece difícil no es algo que se pueda descartar a la ligera, creo que en todas las bajadas que hicimos juntos fui por detrás del grupo, y aunque parece que para arriba iba mejor… no sé. Siempre pensé que podía haber seguido.

 ¿Un exceso de confianza? Pudiera ser, nunca pensé en que me iba a retirar, el hecho de pensar en que sería fácil tal vez me quitó el punto de tensión necesario para acabar con éxito.

 Posiblemente haya algo más que no soy capaz de ver, pero la verdad es que estoy cansado ya de la Goi, hace casi dos meses que terminó y creo que es hora de pasar página, de buscar nuevos retos en los que no cometer los mismos errores. No haber llegado a Beasain no me va a impedir llegar a otros muchos lugares… y seguro que alguna vez saldrá bien.

Y para terminar con el ladrillo tres últimas notas:

 Quien lea esto puede llegar a pensar que ha sido terrible, nada más lejos de la realidad, la organización, la gente, el recorrido y por supuesto los amigos, hacen que esta carrera sea inolvidable, pero como es habitual, es más sencillo contar lo negativo que lo positivo. Pasaron muchísimas cosas buenas que quedaran para siempre en mi recuerdo, además, con el tiempo, harán olvidar estas historias.

 La segunda, dar merecido homenaje a Luis Ángel y Fernando, los que allí estuvimos sabemos lo que significa acabar una carrera como aquella. ¡Enhorabuena campeones!

  Y para terminar, y no menos importante, darle las gracias a Josema por convencernos de hacer esa locura. El sabe que mi mayor pesar de la carrera es que él no la terminara, el no conseguir que siguiera la estela de los dos corricolaris que culminaron la aventura con éxito. Pero descuida que no me flagelaré por ello, tampoco estabas tú para tirar cohetes ;-).


Pies de Barro

Parto de la premisa de que esto no será una crónica al uso. Más bien una argamasa de pensamientos y sentimientos.
Empezaré diciendo que creo que es el título más apropiado para expresar aquí lo que viví en la G2H. Por su grafismo y por su doble lectura. Rindo pleitesía a ese terreno que tantas veces probé y me envolvió, asi como, a la incapacidad de arrancar de mis entrañas la rebeldía suficiente para aceptar la pelea al mismisimo Dios Eolo si hubiera hecho falta.
Con ese puntinto fatalista que tanto me gusta y que desde siempre me acompaña, que no es malo, siempre que no me llegue a arrastrar os hago este pequeño lienzo de pinceladas ya como recuerdos de aquella aventura que fue la Goierrikohaundiak.


Si hubiera tenido que apostar por mi la mañana del 16 de julio no hubiera puesto sobre la mesa más allá de un simbólico euro. Me desperté temprano y las sensaciones no fueron nada buenas. Sudor frio y piernas temblorosas. Bien hubiera preferido que fuera pánico pero llevaba 48 horas con la salud en el alero y me estaba pasando factura.
Después de tanto entusiasmo, convicción, esfuerzo y empeño me encontraba en un inicio nada prometedor. Pero comencé bien, fui paciente y decidí esperar a ver que me deparaba el destino. Tiempo habría de tomar decisiones.
El viaje con mis compis por lo tanto estuvo marcado por la meditación, analizando toda aquella vorágine de acontecimientos que se me habían derramado encima sin previsión y ante los que solo cabía oponer tozudez, prudencia, pero tozudez. Quizá en esta fase gastara parte de la que me hubiera hecho falta al cabo de unas horas.
La llegada a Beasain fue balsámica para mí. El alcanzar los paisajes de Etxegárate, el saludo del Aizgorri... reparador. Allí pude reencontrarme con mi gran amigo Txemi, responsable de la logística en el polideportivo y que resultó un maravilloso anfitrión.
Tuve poco apetito, señal de que el cuerpo todavía no regía correctamente, pero seguí paciente, esperando que cada hora la cosa mejorara, como el brazo gitano que pude saborear.
Y comenzaron a llegar los amigos. Maider, Lurdes, Ramón, Maite.... y cada vez me fui encontrando mejor. ¡¡¡Que cojones, aquello merecía echar el resto como fuera!!!.
Recogida del dorsal, miradas de respeto en los voluntarios y de sincera admiración en los vecinos de Beasain (amigos eso no tiene precio, uno encuentra la recompensa a tanto esfuerzo entrenando).
Pudimos contemplar con sana envidia la salida de los "mayores" de la Ehunmilak a las 18:00 de la tarde, tomamos un café, despachamos los sanwiches y bocatas previstos y esperamos con impaciencia la llegada de nuestra hora.
Y llegó, llegó el momento donde nerviosos y emocionados pasamos el control de salida y nos metimos en la plaza del ayuntamiento, aquellos momentos los recordaré siempre, la exaltación de nuestro ánimo y los latidos de nuestros corazones ansiosos por comenzar, viviendo a tope aquel momento tan deseado.
Y comenzamos a correr, entre una fina lluvia que comenzaba a caer arrancamos los aplausos de cada persona que nos cruzámos, de cada cuadrilla que desparramaba en el comienzo de una noche de juerga, a buen ritmo, cargados de esperanza. Confiados y, sinceramente con buenas sensaciones después de la incertidumbre arrastrada.
Callejeamos, uno, dos, tres km y tuvimos que controlar nuestra euforia y nuestro ritmo para no pasarnos... hasta que de repente asaltamos una especie de parque merendero en una zona de monte y en una primera cuesta nuestras luces comenzaron a fabricar un rosario divino de nerviosos corredores. Esa entrada en el monte tampoco la olvidaré.
Atravesamos algunos caserios y pistas y atravesamos las pequeñas poblaciones en pleno festival de ánimos y aplausos. Todo iba viento en popa hasta que llegó el Txindoki.
Lo tengo claro, he de ascender esta montaña en el futuro de día, porque aquella noche me lo negó todo. Su disfrute, su magia, su cima, sus vistas, todo.
Su aproximación tuvo la forma de una especie de calzada romana, una camino entre piedra y barro donde comenzó a transformarse el paisaje y la realidad de la carrera. Aunque ya antes habíamos atravesado algún lodazal y habíamos bajado alguna pendiente estilo "arrastraculero", aunque habíamos tenido que utilizar los troncos de los árboles como referencia de freno en alguna bajada el Txindoki fue especial, único e inolvidable.
Es un monte que se deja dominar hasta los últimos 500 mts, un camino sepenteante donde se gana altura despacio y con comodidad, aquello parecía muy fácil, pero todo lo que nos puso de alfombra en su tramo principal lo tornó en alambradas en su tramo final.
Os juro que no me cansé del esfuerzo, no racaneé ni un gramo de fuerza en cada resbalón, en ningún momento cejé en mi voluntad de avanzar, pero os garantizo que aquella cima hizo todo lo posible para expulsarnos de ella. Un metro ganado era muchas veces 3 de retroceso por su húmeda y resbaladiza ladera. Y, cuando la hierba y el barro fueron vencidos aparecieron las piedras para rematar. Si subir fue épico, bajar se antojaba aterrador.
En serio, el momento en que el sufrido voluntario pudo dar constancia de nuesta cumbre la cara de la mayoría de los participantes se transformaba en un rictus de temor ante la conciencia de lo que les esperaba. Primero las piedras como agujas, después la deslizante campa. Un desafío fabuloso para todos los nervios, músculos y reflejos de cada uno de nosotros.
En este tramo agradecí especialmente la presencia de Fernando, fue mi referente ya que no podía compaginar la atención a no caerme y a las marcas al mismo tiempo y su guia me fue necesaria, en cuanto se me iba en la distancia solicitaba su ayuda. Mi camarada, mi compañero de trinchera de los Tercios de Flandes.
Sin su presencia en este tramo y el del Gambo yo lo hubiera pasado muy mal. Era consciente de que su experiencia en la montaña sería importante. No me equivoqué, fue vital para nosotros. Porque la zona del Gambo después del Txindoki fue una auténtica cueva de lobos. Frio, viento, niebla.... unas campas abiertas donde costaba encontrar las marcas reflectantes, donde avanzamos muy lentamente, donde las piedras volvian a emboscarnos esporádicamente. Personalmente estoy convencido que tuve un principio de hipotermia. Ya llevaba puesto todo lo que tenía: los manguitos, el chubasquero y los guantes, pero mis brazos se movían a libre voluntad en espasmos comumente denominados "tiritonas". No veía el momento de abandonar aquella inóspita zona, de comenzar a perder altitud y dejar atrás el gélido viento. En ese momento pensé por primera vez en dejar la carrera. Los elementos me lo estaban poniendo demasiado dificil y sinceramente, no estaba preparado un 17 de julio.
Pero me acordé de mi gran amigo Ppong y aquella frase: "hay que aguantar la noche, con la llegada del día, de la luz, todo vuelve a verse distinto". Se la trasladé a mis compañeros como báculo donde apoyarnos todos y surtió efecto. Comenzamos a descender, el cielo comenzó a perder oscuridad y el frio se marchó.
Esta es la parte que más disfruté, sentir el amanecer descendiendo por un cordal, descubrir las formas de los árboles entre la oscuridad, recibir al día y llegar a un maravilloso embalse a modo de lago, cubierto de bruma en las primeras luces el alba... allí resurgimos, nos sentimos fuertes, unidos y agradecidos de encontrarnos en aquel momento y en aquel lugar.
Vino una senda preciosa que transcurria por un cortado, con varios puentes y portalones de madera que había que atravesar y llegamos al reino de los hayedos. Sus majestades las hayas vistieron sus mejores galas para recibirnos, entre una tenue niebla, bosques mágicos, vastos e inolvidables que nos envolvían. Hicimos un alto y nos agrupamos.
Y llegó el momento vital. Hasta ese momento Luis andaba prudente y rezagado con Mikel, pero animado se empareja con Fernando y tiramos para delante. Miro, Mikel no viene. Como tantas otras veces decido esperar. Pero no contaba con que allí se abriría una brecha irreparable. Mikel se queda una y otra vez, su ritmo se vuelve relajado y aunque camino más que corro, a mi ritmo montañero en cuanto me descuido el hueco se abre y tengo que parar. En un par de ocasiones tiro, tiro con la idea de alcanzar a Fernan y Luis y pararles. Pero me tengo que frenar, me veo en terreno de nadie y no me atrevo a dejar a Mikel solo. Así que comienza a agobiarme la idea de estar "fuera de carrera", no en sentido cronometrado. Me refiero a comenzar a ser un lastre para los que van por delante. El terreno no da tregua. Continuas escaramuzas de barro y toboganes de patinaje y llega un segundo momento clave. En uno de esos toboganes donde me voy agarrando a los helechos y a las zarzas para aguantarme resbalo y en la caida me golpeo el brazo en una piedra. Entre el barro veo un hilo de sangre y me duele. Aquello me hace replantearme si merece la pena llegar ante los mios magullado, si ante lo que me espera saldré bien librado. Llamo por móvil y les digo que no pierdan más tiempo y que tiren.
Así con más pena que gloria, repletos de barro y con el zurrón de la moral bastante diezmado nos plantamos en Etxegárate. El final de mi aventura y el comienzo de mi desilusión. Allí nos esperaban nuestros compañeros.
Es dificil explicar todo lo que durante aquellos instantes pasó por mi cabeza. Como siempre no todo ni es blanco ni negro. Así que vivía un bullicio de sentimientos encontrados, antagónicos. A la decisión razonable de abandonar se oponía la deportiva de continuar. Mi cabeza me decía que no pasaba nada, era una decisión cabal y razonable. Pero mi corazón esperaba una mínima palabra, una pequeña señal que le obligara a continuar. Asumí con entereza lo que acababa de ocurrir, pero durante los instantes en que en el grupo se gestó la idea de continuar (o todos o ninguno) mi estómago se revolvió de ilusión.
No culpo a nadie, por supuesto. Personalmente fue una decepción no haber sido capaz de encontrar un pensamiento positivo que me hiciera continuar, algo a lo que aferrarme. Tan mentalizado como supuestamente estaba para tirar de épica, de garra. Yo, que me postulé como cabeza de grupo. Alma mater. Gigante con pies de barro.

Fue lo más duro. Desperdiciar toda aquella preparación, el viaje, el alcanzar el km 50 entero de fuerzas. La fragilidad no vino como temía por la piernas, vino por la cabeza. El pensar que se marchaba una ocasión única y no se sabe si irrepetible.
Se sacan lecciones de todo en la vida. Lo único y mejor que podemos hacer.
Hoy estoy convencido que nos faltó experiencia, se notó realmente que ninguno de aquellos cuatro amigos se habían visto en algo así. El grupo es vital si la carrera se afronta en grupo. Si no hay grupo en algún momento deja de haber carrera.
En cualquier caso, estoy orgulloso de mis tres compañeros. De alguna forma todos llegaron más lejos de lo que se les suponía, mucho más lejos que yo. Fue un honor compartir el fin de semana con ellos.
Un fin de semana, que a pesar de todo, será inolvidable y no solo negativo.