23 de julio de 2011

GTP. Epílogo.


Es muy tarde y tengo miedo de que me entre el sueño ahora que tengo que conducir, antes de entrar en el coche me tomo una última coca-cola, muscularmente estoy bien, así que no es un problema llegar a casa. En la rotonda de El Lobo Cojo suena el teléfono, me extraña mucho una llamada a las cuatro y media de la mañana, de forma que aparco en la entrada del parking del tanatorio y contesto... es Prisillas, que me dice ¡que le espere!... ¿pero tú no te habías retirado?... me dice que no, que está ya en la Barranca y que va a llegar...

En ese momento se completó mi GTP, sentí una alegría tan grande como cuando yo había llegado, si alguien merecía un éxito en esta carrera es él, porque él fue quien me hizo ver que la montaña está ahí para correrla, el que me ha enseñado casi todo lo que sé del trail, el que ha tenido la infinita paciencia de acompañarme y ayudarme... ¡gracias Prisi!

El único lunar que tengo en el GTP es no haber dado la vuelta y vuelto a Navacerrada para recibirle como merecía...

Poco después, al llegar a casa, por fin me quité la zapatilla y pude comprobar el estado de mi pie izquierdo... hay cosas que es mejor no contar, solo os voy a decir una, que hoy, más de tres semanas después, todavía hay secuelas.

21 de julio de 2011

GTP V. La Granja - Navacerrada


Salgo de La Granja con el pensamiento de que otra vez voy a ser el último en terminar, cosa que no me gusta nada. Me da mucha rabia el abandono de Prisillas, creo que necesitaba terminar esta carrera tanto como yo para curar esa herida que nos dejo la Goi2H. Alberto es un crack, es la primera vez y tiene muchos ultras en las piernas, Biri no tiene nada que demostrar, llegar donde ha llegado es todo un éxito en sus circunstancias y Luis no tenía la motivación suficiente, pero Prisi... por lo que he hablado con él no creo que le resulte un fracaso quedarse en La Granja, pero desde luego no es un éxito, dudo que vuelva a intentarlo, lo que me duele también de manera egoista, aunque en carrera no hayamos ido juntos, la planificación y muchas de las salidas han sido conjuntas, ¿volveremos a hacerlo?

Intento no pensar, desde la carretera oigo un claxon, Alex me da un grito de ánimo que me hace volver a la carrera, está empezando a oscurecer y aprovecho los últimos momentos de luz y uno de los pocos momentos llanos de toda la prueba para trotar un poco, intentando avanzar todo lo posible antes de encender el frontal. Por delante me esperan varios kilómetros a la vera del río, subiendo por todas las pesquerías reales hasta la Casa de la Pesca. Un par de kilómetros después de la salida del pueblo comienzo de nuevo a subir, es una subida tendida, cada vez la luz es más tenue, por lo que enciendo el frontal. El río, los bosques, las sombras, desde que atravesé el puente de Valsain con un niño que me acompañó unos metros con su bicicleta no veo a nadie. El camino sigue ascendiendo, es complicado de seguir, no sé si han puesto pocas marcas o las han quitado los excursionistas, pero por momentos la preocupación de no ir por el lugar correcto es real.

Tengo en la cabeza que la distancia a recorrer es de 10 o 12 kilómetros, a pesar de trotar en algunos tramos, aquellos que son más o menos llanos, se me está haciendo muy largo, en un determinado momento siento un agudo dolor en la planta del pie, ¡noooo!, aquella ampolla que tanto tiempo llevaba avisando se rompe, siento como el líquido moja mi pie y cada paso se convierte en un pequeño suplicio. No pasa nada, tranquilo, ¿qué faltan, 20 kilómetros?, son veinte mil metros, diez mil pisadas con cada pie, haciendo una cuenta atrás... A pesar del dolor no dude en que fuese a terminar la carrera, sabía que tenía que sufrir y tenía que dar las gracias porque fuese tan tarde, hasta ahora no había tenido ningún problema de verdad y ya falta de tan pocos kilómetros una ampolla no me iba a hacer fracasar. No obstante, me preocupaba que cambiar la pisada para evitar el dolor me produjera algún problema muscular. De nuevo intento no pensar en nada, me vuelvo a enchufar al MP3 y paso a paso sigo subiendo, troto despacio en muchos momentos a pesar de las pendientes, es duro pero el pie duele menos.

No llego, este tramo se me está haciendo un mundo, la falta de luz hace que todo parezca igual, el ir en solitario me impide tener una referencia... tal vez no vaya tan bien como pensaba. Subo unas escaleras, al llegar arriba no veo un camino claro, a la derecha una marca, a la izquierda una zona abierta... decido arriesgarme e ir a la izquierda... ¿por qué?, todavía no lo sé, supongo que a pesar de la oscuridad algo me hacía orientarme, tras un buen rato y pensando en darme la vuelta, veo una marca que parece querer esconderse, respiro aliviado y continúo algo más tranquilo.

Deseo evitarlo pero en este momento es cuando los "malos pensamientos" vienen a mi mente. La monotonía, el dolor, el cansancio acumulado, la tensión de seguir una pequeña luz con la que además debo buscar las escasas marcas del camino... Una pendiente algo más pronunciada me obliga de nuevo a caminar, recuerdo aquella barrita que me metí en el bolsillo ante la insistencia de las voluntarias de El Reventón, con tranquilidad pero sin parar doy buena cuenta de ella, me sienta bien.

Pero la preocupación sigue, he pasado tanto tiempo sin ver marcas y creo llevar tanto tiempo de tramo que empiezo a pensar en que en algún momento me he podido saltar el avituallamiento. La verdad es que no pienso dar la vuelta para comprobarlo, aunque sería una pena que a estas alturas de descalificaran por no pasar un control. En estas cosas andaba yo pensando cuando por fin, un rato después, veo unas luces en la lejanía, pocos minutos después, Josegym y sus compañeros me dedican una gran sonrisa en el avituallamiento. Me tratan como a un rey, allí hay un par de corredores que han llegado tres minutos antes que yo, va a ser que no iba tan mal, no me adelantó nadie en ese terreno y casi me uno a ellos. Un voluntario me confirma que hay casi 17 kilómetros desde La Granja, en ese momento entiendo lo "largo" del tramo y el porqué se me había hecho tan "pesado", ya que yo contaba con doce escasos kilómetros. Sonrío mientras estiro las piernas, me como un sabroso tomate y me bebo un camión de Coca-Cola... ¡esto marcha!

Creo que este tramo es el ejemplo de que hacer una carrera de este tipo depende de la cabeza, todo lo mal que iba, todas las dudas que llevaba, casi todo el dolor de aquel pie que me estaba matando... todo, desapareció en el momento en que me di cuenta de que había un problema con la distancia esperada y la real.

Tras unos minutos de "relax" un grupo de seis o siete corredores llega hasta nuestra altura, decidimos salir todos juntos para afrontar la subida hasta el Puerto de la Fuenfría, solo son cinco kilómetros, pero tengo en la cabeza el arrastradero de troncos que tenemos que subir, es casi un kilómetro con una pendiente terrible, pero es la última. Nos mantenemos unidos al principio, incluso cantamos el ¨cumpleaños feliz" a un chaval cuando llegamos a las doce de la noche, me encantaría celebrar un cumpleaños así. Llegados a la famosa cuesta, cada uno a su ritmo, unos tiran por delante, otros quedan por detrás y dos o tres nos quedamos bailando entre dos aguas. Al igual que en el tramo anterior fue muy largo este, a pesar de la subida, se me hizo corto, paso el control, lleno el bidón en la fuente y por Cospes llego al camino Smidth.

Camino que, sin saber como, vuelvo a hacer en solitario, trotiandando como al principio, más o menos al mismo ritmo que en los primeros kilómetros. Unos cien metros por delante un pequeño grupo al que no me es posible alcanzar, por detrás no veo a nadie. Las subidas y bajadas se suceden, el camino es relativamnte amplio y cómodo, conocido... empiezo a darme cuenta de que ya está hecho, pero como diría la canción, una piedra del camino, me enseño que mi destino, era... sufrir un poco de más de dolor. Le pegue una buena patada, aún hoy la uña del dedo está negra. Sirve para darse cuenta de que todavía hay que llegar, aprieto los dientes y al fondo veo la residencia militar... en pocos minutos llego al puerto de Navacerrada.

Para mi alegría, y la de todos, el avituallamiento está en el Puerto y no en la sede del Peñalara, lo que nos ahora 500 metros muy puñeteros, aquí paro poco ya que tengo ganas de llegar, me uno al grupo que llevaba por delante y comenzamos la subida al Collado de los Pastores. Esta es una subida curiosa, no la había tenido en cuenta en ningún momento, siempre la he considerado más o menos llana, pero he de decir que no lo es, se hace larga pero antes de desesperar se ha terminado. Ahora sí que todo es cuesta abajo.

Pero vaya cuesta, bajar la tubería de día es divertido, bajarla de noche y con más de 100 kilómetros encima hace que cambie de opinión, una senda muy estrecha cubierta de pequeñas piedras que se mueven a mi paso, tras un par de resbalones decido parar. Pienso que el objetivo está casi logrado, es llegar, el tiempo es lo de menos, de hecho, no sé el tiempo que llevo ni me importa la posición en la que estoy. Me pongo a andar y veo como el grupo se aleja, me da igual, por un momento no estoy haciendo una carrera, paseo tranquilamente en la oscuridad de la noche, el tiempo se alarga pero no me importa. Paro sin problemas para ayudar a otro corredor a cambiar las pilas de su frontal, en cuando lo hace tira para abajo como alma que lleva el diablo, le digo adios, ya falta poco.

Llego a la pista, me pongo a trotar despacio, faltan todavía seis o siete kilómetros para llegar pero ahora si estoy seguro de que no habrá problemas, en la Barranca paso el último control, solo faltan cinco y sigo con fuerzas, entre el hotel y el pueblo me acompaña un todoterreno de la policía local. lo que me permite relajar un poco la vista. Es duro seguir una luz que se mueve durante horas. Las primeras farolas me reciben, atravieso una pequeña urbanización antes de llegar a la carretera, una vez cruzada llego al pueblo y comienzo a atravesarlo, ¡qué diferente se ve tras 21 horas de esfuerzo!

Empiezo a emocionarme un poco, por un momento se me pasan por la cabeza todas las horas de preparación, todo ese tiempo que he robado a la familia, me siento y me encuentro bien, ¡voy a llegar! Desde la puerta de una discoteca gritos de ánimo aceleran mi trote, faltan pocos metros, saco el teléfono y llamo a Marian, le digo que ya está, que esta vez si lo he conseguido, entro en meta abriendo los brazos ante la atenta mirada de... ¡tres personas!

La verdad es que la llegada resultó un poco triste pero es lo que tiene llegar a las cuatro de la mañana, paso el chip mientras me cuelgan la medalla de finisher, recojo la mochila y tras beber tres coca-colas subo al coche y vuelvo a casa.

20 de julio de 2011

GTP IV: Rascafría - La Granja


No tengo prisa, mi idea era pasar los Claveles de día y mucho se tienen que torcer las cosas para que eso no ocurra, hago una foto en el Puente del Perdón y la cuelgo en el Facebook, en este mismo lugar, o mejor dicho, en la pradera adyacente, hace ya 17 años, nacieron los “Vagos sin Fronteras”, recuerdos de aquellos años me acompañan en el camino. Aquel fin de semana, un grupo de amigos bajó desde la estación de cercanías de Cotos hasta El Paular, se instaló en aquella pradera con la idea de, al día siguiente, subir el Reventón, pasar a Peñalara y volver a Cotos, desde donde se dirigirían de nuevo a casa. Nada de eso ocurrió, el calor y la galvana nos tuvo dos días en aquella pradera. Aquel fin de semana fue inolvidable, a pesar de no hacer nada, allí nació algo especial que me acompañará siempre.

Una especie de carril bici me lleva hasta el pueblo de Rascafría, voy trotando tranquilamente, sabiendo que son los últimos metros llanos en mucho tiempo, pero es largo, en un determinado momento decido caminar un poco y de repente oigo gritos que me llaman por mi nombre, ¿estoy alucinando? No, Arantxa y sus acompañantes me esperan con una Coca-Cola muy fría que, a pesar de tomarla con algo de miedo, me supo a gloria. Tras un rato de conversación en el que me enteré de que a Biri le había dado un tirón bajando desde la Morcuera, supuse que al llegar aquí se retiraría. Me despedí de ellos y me dirigí hacía el punto de la carrera que más miedo me daba, el puerto del Reventón.

Porque solo el nombre asusta, en tiempos de los “vagos sin fronteras” ni siquiera intentamos acercarnos a él, a pesar de estar previsto. No lo conocía por tanto, solo sabía que iba a ser duro. Y el calor no cesaba, había más o menos 10 kilómetros hasta el siguiente avituallamiento y solo llevaba dos bidones de 600cc, uno con agua y otro con sales. No hubo más remedio que racionar desde el principio para que llegara hasta el final… ¿sería suficiente?

Saliendo del pueblo, a la puerta de un bar, Carlos me ofrece tomar algo, estoy todavía saboreando la coca-cola fría, declino su oferta con agradecimiento y salgo del pueblo por una portilla guardada por una pareja de voluntarios que me dan los últimos gritos de ánimo antes de enfrentarme al coloso.

El puerto del Reventón es puñetero, ni por asomo tiene la dureza de la Maliciosa, no tiene rampas de esas cuyo desnivel supone un esfuerzo puntual, pero es largo, muy largo y constante, sin unos metros de descanso que te hagan recuperar fuerzas. Creo que si solo tuviera que subir este puerto, lo podría hacer corriendo, eso sí, sufriendo mucho, pero en estas circunstancias no se me pasa por la cabeza el hecho de trotar.  Tras una subida de más o menos un kilómetro a cielo abierto, se entra en una estrecha senda entre árboles que curiosamente dan sombra en todas partes menos en el camino, las señales son escasas pero tampoco hay otro sitio por el que tirar, así que sigues el camino sin pausa.

En medio de una de esas largas rectas, un corredor descansa sentado a la sombra, es Peio Ruiz Cabestany, uno de mis ídolos de la infancia, de cuando el ciclismo era ciclismo y este señor uno de mis héroes. Mantengo la compostura y evito pedir un autógrafo, nervioso, le pregunto si necesita alguna cosa y me dice que no, que está vacío y que solo quiere descansar un poco. Retomo el camino alucinando, iba yo relativamente cansado pero no me di cuenta de la dureza de la carrera hasta esa pequeña charla. Más adelante, en otra sombra, el grupo con el que estaba corriendo le espera, están más o menos preocupados por la falta de señales en el camino, pero este es evidente y es difícil que nos hayamos perdido todos.

Tras pasar el bosque llega la pista, interminable, recta y curva, recta y curva, después me enteré de que eran trece las curvas, tal vez saberlo antes me hubiera servido de acicate, o tal vez no, intuía el final del puerto por como se acortaban las rectas y porque se iba viendo más o menos una cima que no llegaba. Durante el camino, caminando, no adelanté a nadie, eso sí, las cunetas estaban repletas de compañeros que se tomaban un respiro a la sombra de algún árbol. Faltando poco para el final, con los botes casi vacíos y empezando a preocuparme por si no llegaba, en medio de una de esas largas rectas, un chaval está vomitando, me acerco a él y le pregunto, no me responde, con miedo le ofrezco el poco agua que me queda… como me diga que sí me mata, pero con un gesto me pide que le deje en paz. Aumento un poco el ritmo con la esperanza de poder avisar a alguien en el control para que puedan socorrerle, poco después me cruzo con un coche de la organización avisado por otro corredor. Me entero además de porqué no me hizo caso, es belga y no tiene ni idea de castellano.

Aprovecho no obstante para preguntar al conductor, solo me quedan tres curvas, animado, me pongo a caminar de nuevo a buen ritmo hasta el final… de la pista, para mi desgracia al terminar esta surge un sendero que continúa subiendo, un rato más tarde por fin diviso el avituallamiento. Dos maravillosas voluntarias me tratan como a un hijo, Coca-Cola, agua, barritas, un lujo. Al irme me piden que me lleve una barrita en el bolsillo, “falta mucho y ya no tienes más comida hasta La Granja”, me dicen, la acepto por compromiso, doy las gracias y continúo con la subida al Reventón, unos minutos después llego al control.

Durante la subida al Reventón me había ido dando cuenta pero ahora ya lo confirmaba del todo, me las prometía yo muy felices pensando en que ya estaba todo hecho pero Peñalara está muy lejos, y muy alto.

Bueno, tampoco es para tanto, pero si es verdad que lo que sobre el papel parecía un paseo iba a ser bastante duro. Al menos, la zona es mucho más bonita que aquella pista en la que nos habíamos achicharrado, además, había de vez en cuando alguna corriente de aire que se agradecía sobremanera. También viene bien trotar un poco después de tanto tiempo caminando, soltar un poco los músculos. Mientras sigo la cuerda, saltando de vez en cuando la valla de piedra que separa Madrid y Segovia, evitando las piedras amontonadas para hacer aquellas trincheras de infausto recuerdo, mantengo mi tónica habitual en estos menesteres, adelanto a gente para arriba, me adelanta la gente para abajo, a veces piensas en que sería mejor ir juntos pero, supongo que igual que yo no estoy dispuesto a forzar bajando otros no lo están a hacerlo subiendo.

Pasadas dos o tres cumbres, al fondo, diviso la Laguna de los Pájaros, de nuevo los recuerdos de aquel tiempo pasado con el Club de Montaña del Jaime Ferrán vienen a mi cabeza, a su derecha, el temible paso de Los Claveles, motivo de mis desvelos, ya se erguía ante mí majestuoso.

Esta es sin duda, y junto al kilómetro vertical de la Maliciosa, la zona más montañera de toda la carrera, las fuerzas ya no son las del principio, pero en peores plazas hemos toreado. Aquí no se puede correr, el desnivel es muy importante y un pequeño traspiés te puede dar un disgusto. Un montañero de verdad, de los que no corren, se aparta a un lado para dejarme pasar, me pregunta -¿dónde vais con tanta prisa?, paro un momento y le cuento así por encima desde donde venimos y donde vamos a llegar. Me hizo gracia el hecho de que no respondiera, solo me miró y se quedó callado.

 En la última bajada antes de la laguna, algo más pronunciada y larga, me he quedado de nuevo solo, por delante, un grupo de seis o siete corredores sube con paciencia, una chica, la que al final fue tercera en la general, se va quedando atrás. A ella logro alcanzarle antes de llegar a la zona superior del risco, a ellos no, ni más cerca ni más lejos, siempre la misma distancia.

Había olvidado aquella última parte del paso en la que no llegas nunca al Pico de Peñalara, cada vez que pasas una piedra grande te das cuenta de que todavía no has llegado, de que cada vez está más lejos. Pienso en aquellos que pasarán por aquí de noche, no me dan ninguna envidia, millones de mariquitas que al principio te hacen gracia te muerden después sin compasión, finalmente, con un último esfuerzo llego a la cima, sus “simpáticos” habitantes, esos voluntarios que tan bien nos trataron, habían decidido poner el control justo encima del vértice geodésico. Se lo perdoné porque me dieron una naranja riquísima y me dejaron llenar el bote de agua.

Aquí no descansé mucho tiempo, tenía oído que la bajada hasta La Granja era muy puñetera y temía que hubiera también piedras grandes y precipicios, por lo que intenté seguir a aquellos compañeros que se había ido un par de minutos antes de que yo llegara, más que nada por no ir solo del todo y que alguien pudiera oírme en caso de caída. No logré conectar con ellos de nuevo pero menudo alegrón me llevé cuando me di cuenta de que ese terrible descenso no era diferente al de la Maliciosa. Con paciencia y tranquilidad superé esa primera parte complicada que termina en el chozo Arangüez.

Luego fue todo más sencillo, recuerdo ese riachuelo en el que no pude evitar meter la cabeza hasta los hombros, incluso cometí el error de beber sus frescas aguas, error que compensé con un buen trago de sales de las que me quedaban en el bidón, tras tantas horas de calor aquel baño me dio vida, satisfecho me puse de nuevo en marcha.

Un nuevo problema surge en estos momentos, empiezo a notar un dolor en la planta del pie izquierdo, pienso en que es normal que salga alguna ampolla a estas alturas de la carrera pero esta debe ser enorme, como anteriormente, intento descartar los pensamientos negativos.

El camino es muy agradable, con bastantes ratos de sombra, trotando entre helechos, corriendo entre vacas, acordándome con todo el cariño del mundo de la familia del que hizo el recorrido cuando, tras pasar un río, hubo que subir una dura pendiente que no esperaba. Veo una ambulancia al borde de la pista, me preocupa, pero tras preguntar me dicen que es por precaución, un par de bromas, desde ponme un suero hasta bájame a La Granja que estoy cansado y sigo para abajo. Todo es verde, el calor empieza a disiparse, me quito la “supergorra” y me topo de frente con los muros del Palacio, los cuales había que rodear, menuda vueltecita nos hicieron dar. Me encuentro con una pareja de la Guardia Civil que me indica el camino y finalmente llego a la carretera, donde voy recibiendo el ánimo de conductores y acompañantes, siento que he superado con nota esta etapa, unos metros después entro corriendo en las calles hasta que por fin llego a la plaza en la que está situada el avituallamiento.

Nada más llegar Alberto sale a mi paso… ha decidido abandonar por motivos gástricos. Intento convencerle de que venga conmigo ya que pienso que a mi ritmo no iba a tener problemas, pero ya ha entregado el dorsal. Si eso era poco, me informa de que Luis abandonó en la Morcuera,  Biri lo ha dejado en el Reventón y Prisillas se retirará al llegar aquí ¡Mierda!

En este lugar tenía prevista una parada larga en la que cambiarme tranquilamente de calcetines, comer bien y seguir adelante. En cuanto a la comida, seguí con el membrillo y la Coca-Cola, comí algo de jamón, poco porque no me apetecía mucho y preferí no arriesgar. Lo de los calcetines… digamos que lo evité, aquella ampolla que me estaba dando la lata me preocupaba bastante, así que me dije aquello de… ojos que no ven

Hasta ahora en ningún momento había pensado en la retirada más que para bromear un rato con amigos y voluntarios, así que pasados unos minutos me levanté y me puse a correr de nuevo, ahora sí que tenía la carrera en el bote, solo quedan… ¡30 kilómetros!

Nota: he estado mirando las clasificaciones y no encuentro a Peio por ningún lado, de verdad que no creo que fuera una alucinación y no tengo ninguna duda de que era él pero...

19 de julio de 2011

GTP III. Hoya de San Blas - Rascafría


Fue el de la Hoya un avituallamiento rápido en el que comí una naranja y bebí un vaso de isotónico, allí estaba Biri, sentado, me dice que está cansado, ¡hay que joderse!, con su entrenamiento desde la intervención no hubiera llegado yo ni a La Barranca, y ahí está el hombre, con ganas de seguir adelante. Se sorprende por verme llegar por detrás, todavía no sabía que me había perdido, - con lo que he corrido para alcanzarte, dice.

No quiero perder mucho tiempo, el sol es insoportable y prefiero andar despacio unos metros que estar de pie sin hacer nada, junto a mí se viene un chaval sudamericano con el que había llegado hasta allí y con el que me cruzaré muchas veces a lo largo del día. La subida es cómoda, tampoco la conozco pero en mi imaginación la he visto como un par de Cerros por la pista (es curioso como en lugar de kilómetros se miden las distancias en cerros o dehesas). Tras unos minutos es los que camino tranquilamente me enchufo el MP3 y decido empezar a trotar despacio, no es esta la zona más bonita del recorrido y se hace un poco aburrido, cruzo la pista de un lado a otro buscando la sombra de los árboles, me dejo llevar de nuevo por las sensaciones de la música, evito pensar en lo que llevo y en lo que queda. El terreno hace una gran curva, al fondo, veo que Prisillas y Biri vienen a lo lejos, no creo que tarden mucho en darme alcance.

Gracias a dios, pasados unos kilómetros abandonamos la pista y nos adentramos en el bosque, se agradece de nuevo caminar por senda, aunque sea un terreno mucho más duro.

No dura mucho la alegría, tras triscar un rato entre los árboles y caminar con fuerza para superar pronunciadas pendientes, poco después volvemos a salir a la pista, el hecho de ir adelantando a pequeños grupos de corredores me hace ver que no voy mal. Al fondo se ve el puerto, tras una larga recta, al igual que en la anterior “etapa”, un par de voluntarios nos desvían hacía una pequeña senda, cuando dicen que faltan un par de kilómetros un poco duros me temo lo peor, sobre todo viendo la cara que pone Nerea Martínez, que anda por allí, supongo que entrenando para alguna de sus carreras, tal vez esa Ehun Millak que ganó este fin de semana. No obstante, un grito de ánimo de alguien como ella vale mucho, empiezo a subir con ganas.


Como la vez anterior, esos dos “últimos” kilómetros parecen no terminar nunca, el desnivel es importante, el calor terrible y el agua está a punto de agotarse, por lo menos cuento con “la gorra”, que hace que el sol no sea un problema. No queda más que cargarse de paciencia y paso a paso seguir hacia delante, por momentos no hay camino, se sube a machete por el cauce de un riachuelo seco, se pasan un par de pequeños cortafuegos, es duro... pero para lograr el objetivo hay que sufrir y este es uno de esos momentos.


De repente salgo de entre los árboles, solo faltan 500 metrospara llegar al control y un par de alicientes en forma de fotógrafos para correr un poco, en la cima están Carlos y la chica de Alberto, les medio saludo y me tiro de cabeza a por el isotónico del avituallamiento, tres o cuatro vasos saciaron mi sed, la naranja y el membrillo, muy bueno por cierto, me dieron alimento. 

De nuevo aparece Chema por allí, me cuenta que Alberto salió hacía un cuarto de hora, hablamos un poco de cómo me había ido y cómo me sentía mientras comía algo más. Según me disponía a salir llega Biri, me extrañó que no me alcanzaran durante el tramo pero me confirma que todo está bien. Sin esperar más, empiezo a bajar hasta Rascafría.

Me las prometía muy felices con la larga bajada hasta Rascafría pero nada más salir me di cuenta de que no iba a ser tan bonito como parecía, todo el líquido bebido en el avituallamiento bailaba alegremente por mi estómago, una sensación nauseosa hace que me ponga a caminar. Aprovecho para encender el móvil, no hay cobertura. Tras un par de minutos parece que todo se aposenta y puedo volver a trotar, estoy atravesando una bonita pradera, al fondo, Peñalara me recuerda que tengo que llegar hasta allí. Se ve muy lejos.

Es la parte más rápida de toda la carrera, el año anterior se bajaba por la pista hasta el final, lo que hubiera sido demasiado fácil ¿verdad?, así que este año han decidido explorar nuevos caminos. Por un momento me da rabia pensarlo pero en cuanto entramos en esta zona agradezco el cambio, el terreno no es especialmente técnico y resulta de lo más agradable, trotando despacio, pero sin pausa, los kilómetros van cayendo y la meta acercándose, además, de nuevo la zona resulta conocida, maravillosos recuerdos de algo que pasó hace ya muchos años hacen que todo sea mucho más fácil.

¡Paaaaaara!, deja de emocionarte que todavía queda mucho, y además, esta maravillosa organización nos tiene preparada una sorpresa antes de llegar a Rascafría, nos va a hacer recorrer las presillas desde el principio hasta el final. Con casi 50 kilómetros en las piernas y más o menos 40º de temperatura es inhumano recorrer esa zona. Bellas señoritas toman el sol cubiertas por bikinis con escasa tela, orondos domingueros disfrutan de sus enormes bocadillos de tortilla regados con unos cuantos botes de cerveza fresca mientras tú racionas el agua y las sales con la esperanza de llegar hasta la siguiente “gasolinera”.

Tras un buen rato de “sufrimiento” llego al control. Esta vez me obligo a beber despacio, por primera vez me siento un par de minutos para hacer balance y me pongo en contacto con la familia.

El resultado del balance: voy bien, no me duele nada en especial y creo tener fuerza de sobra para seguir adelante. Preocupación, escasa, por la parte estomacal, que es lo único que de momento ha dado la lata.

18 de julio de 2011

GTP II. La Maliciosa - Hoya de San Blas


Las vistas al comenzar a bajar la  Maliciosa son realmente espectaculares, a un lado la Pedriza, que es el siguiente destino, al otro la meseta de Madrid, tras el embalse de Navacerrada se puede ver nuestro Cerro, pequeño, modesto… ¿es posible entrenar allí una carrera como esta? Más allá distingo la ladera de la Sierra de Hoyo sobre la que está mi casa, acaba de amanecer y por un día disfruto de la visión desde el otro lado, que tampoco está nada mal.

El inicio del descenso, hasta que llegamos al Collado de las Vacas, es complicado, muy técnico y de gran pendiente, bajo tranquilo, midiendo cada paso, para mi sorpresa esta vez no me adelanta mucha gente. Llegados a la cuerda de los Porrones es más fácil correr y por tanto tener algún problema, aquí fue donde caí en el Cross de los Tres Refugios, ese recuerdo me hace ser prudente, además, cuanto más tranquilo sea el trote más energía ahorraré para lo que espera, de esa forma voy bajando despacio, aún así, en las zonas algo más técnicas adelanto a varios corredores.

Termina la cuerda y nos introducimos en el bosque, la sensación de correr por pequeños senderos entre los árboles es maravillosa, miras al suelo para evitar raíces, miras arriba para evitar ramas, de vez en cuando saltas alguna piedra de esas que quedan clavadas en medio de la senda. El esfuerzo a realizar no es muy grande, te dejas llevar y por un momento te das cuenta de que en apenas 10 kilómetros de carrera ya hay momentos en los que vas solo por lo que tienes que estar atento a la señalización porque, esto es una carrera de montaña y claro, ¿para que vas a bajar por una maravillosa pista de tres metros de ancho cuándo puedes atrochar entre los árboles?

El problema de los recortes son las zonas en las que entras y sales de la pista, grandes desniveles que forman auténticos toboganes de tierra suelta, muy resbaladizos, en el primero de ellos, en el que valientemente me lancé hacía adelante, acabé bajando de culo, tras llegar abajo descubrí que no había daños pero el susto me hizo aumentar la prudencia en esas zonas. Por eso, en esta foto, bajo agarrándome a una piedra, no queda muy bien pero es lo que hay, lo primero siempre es la seguridad.

Pincha en la imagen, es divertido

 Justo en este momento veo a Biri, que está esperando al borde del camino, detrás de mí viene Prisillas, juntos y a un ritmo bastante más fuerte que hasta entonces, cubrimos los últimos kilómetros hasta Canto Cochino. Por el camino, faltando poco para llegar nos encontramos con un hombre muy grande, en todos los sentidos, Chema, que ha venido a darnos unos necesarios ánimos.

Llegados al control de Canto Cochino me llevo una alegría, los avituallamientos, sin ser los de la Goi2H, están bien surtidos, descarto el plátano debido a mi mala experiencia en la Madrid-Segovia, pero me tiro de cabeza hacía unas naranjas que me supieron a gloria. Tras sacar la “pedazo de gorra por dios ¿dónde vas con eso?” que me regaló Marian el año pasado, vacío las zapatillas de piedras y tierra y sin más dilación salimos los tres juntos hasta el Collado de la Dehesilla.

Seguimos de momento en terreno conocido, nada más llegar a la “autopista” que nos llevará al Refugio Giner, Biri y Prisillas se paran para arreglar algo en la mochila, me dicen que continúe, así que poniendo esa marcheta que tanto había entrenado, trotando lentamente en las zonas más o menos llanas y andando en las pendientes más acusadas poco a poco voy haciendo camino.

Es una zona complicada por el hecho de que está muy concurrida, a diferencia de Euskadi, donde los corricolaris son aplaudidos y admirados, aquí da la impresión de que molestamos a muchos de los paseantes, sobre todo a aquellos que no se separan más de un par de kilómetros del parking más cercano, de forma que en muchas ocasiones hay que salirse del camino para poder adelantar  o cruzarte con algún grupo de “amables” caminantes. También tengo que decir que en cuanto te alejas un poco de la “civilización” las cosas cambian.

Pensando en estas tonterías estaba cuando llegué al Refugio Giner, voy solo, subo entre las jaras a buen ritmo, me veo fuerte pero procuro no emocionarme mucho, el camino es conocido y voy alcanzando corredores que poco después quedan atrás. Es este tramo uno de esos lugares en los que desconectas un poco de lo que vas haciendo, con una musiquita en la cabeza que te marca el ritmo, esta vez era una parte de “Party Rock Anthem” de LMFAO, sigues adelante sin darte cuenta de lo que estás haciendo, cada metro que avanzas es un metro menos para el final, y si no lo sufres mejor.


Claro que desconectar tiene sus riesgos, de repente me doy cuenta de que estoy subiendo demasiado y de que ya debía haber llegado al Tolmo, me paro y miro atrás, veo una mueca de cachondeo en la gran piedra que me dice… “¡colega, te has pasao!” Supongo que algún exabrupto saldría de mi boca en ese momento, bajo rápidamente a machete hasta el camino que debía haber seguido de haber estado atento, salto riachuelos, paso sobre las jaras y me araño las piernas, finalmente llego y me pongo a la cola de un pequeño grupo. La subida se complica un poco desde allí hasta el Collado dela Dehesilla, no solo la pendiente es algo mayor, sino que tengo que adelantar a muchos de los corredores que ya llevaba por detrás con un ritmo menor al que mío. En estas sendas tan estrechas adelantar es complicado: se llega, se respira, se pide permiso y con un arreón de unos metros se pasa para ir hasta el siguiente compañero. No sé el tiempo que he perdido, me da rabia pero tampoco voy a hacer sangre de ello, lo importante es que me he encontrado. Pocos minutos después llego al Collado de la Dehesilla.

Una vez pasado el control del collado entro en zona desconocida, sé que hay una bajada de varios kilómetros antes de empezar a subir el puerto de la Morcuera y poco más, en un principio me planteé reconocer el terreno durante los entrenamientos pero la dificultad para hacerlo me echó atrás en ese propósito. Por tanto, en ese momento empieza la aventura real, descubro que la bajada es similar a la subida, bastante lógico por otro lado, pero bajar no es igual que subir, las velocidades y los apoyos cambian, los matojos que cubren el camino no se pisan igual despacio que rápido, los arañazos son constantes. Un poco por delante hay un grupo de seis o siete corredores, me uno a ellos y veo Prisillas es uno de sus miembros, parece que he perdido más tiempo del que esperaba pero me da igual.

Un grito de un corredor por detrás nos hace parar, se ha encontrado un fore en medio del camino y pregunta si es nuestro, miro mi muñeca y veo que no está, en ese momento no sé si darle un abrazo o un beso en los morros, eternamente agradecido lo guardo en la mochila y continuo bajando. Un poco después me doy cuenta de que también he perdido las gafas, esas no se las encontró nadie.




Salimos del sendero a una pista, acabamos de entrar enla Hoya de San Blas, conocida desde ese momento por todos los que la sufrimos como “Olla” de San Blas, el calor es terrible y se hace difícil avanzar, como de costumbre, Prisillas se va alejando… ¡tengo que aprender a bajar más rápido”.



Cruzamos un pequeño río por un puente donde dos voluntarios nos dan la buena noticia de que solo falta un kilómetro y medio para el avituallamiento, el agua empieza a escasear en el bidón y ya había empezado a racionarla. Desde allí, atravesando unos prados, volvemos a subir. En ese kilómetro y medio que resultó interminable volví a conectar con Prisillas, me puse tras él hasta que le pisé por enésima vez, momento en el que me adelanté unos metros. Allí nos unimos a otros dos clásicos de este tipo de pruebas, Ludevu y Chusta, y continuamos nuestra ascensión hasta el punto de control.


17 de julio de 2011

GTP I. Navacerrada - La Maliciosa


Faltan un par de minutos para las cinco de la mañana y apago el despertador antes de que empiece a sonar, a pesar de ser tan temprano ha sido una noche larga, de esas en las que ves como pasan los minutos y no puedes conciliar el sueño, y el hecho de que sea algo habitual no lo hace más llevadero.

 Me levanto tranquilo porque la noche anterior dejé todo preparado, tras un desayuno fuerte a base café con leche y gofio acompañados por un montón de galletas y un sándwich mixto me visto y antes de darme cuenta estoy esperando a Alberto en la puerta de su casa, sale algo tarde, por lo que cuando recogemos a Luís este está ya un poco nervioso, sin más dilación partimos hacía el pueblo de Navacerrada.

 Pocos minutos más tarde llegamos al polideportivo, allí están Prisillas y Biri, acompañados por Arantxa, dejo la mochila en el guardarropa y lleno el bidón de agua, al salir me encuentro con Pepe Despacio, que a pesar de no ser de la partida por culpa de unos pequeños problemas familiares, acude puntual a darnos los últimos ánimos antes de la carrera. Un par de fotos y como ovejas nos dirigimos al redil, pasamos por el control de dorsales y sobre la hierba del campo de fútbol esperamos nerviosos a que se de la salida.

 No hace frío, con los manguitos voy suficientemente abrigado por lo que no es necesario sacar el cortavientos, lo agradezco porque la mochila está planificada al centímetro y andar sacando y metiendo cosas produciría el típico desbarajuste difícil de arreglar, por eso me alegra también que no hayan hecho un control del material obligatorio.
 Se da la salida y empezamos a trotar, hemos empezado en la parte de atrás del pelotón, el sonido de nuestros pasos retumba en las desiertas calles del pueblo, vamos viendo caras conocidas, al final resulta que siempre somos los mismos, saludando a unos y otros, deseándonos suerte. Y la vamos a necesitar porque, nada más salir del césped del campo de fútbol, fresco y agradable, nos damos cuenta de que hace calor… ¡y todavía no son las siete de la mañana!




No llevo encendido el GPS, más tarde o más temprano se va a quedar sin batería y esta parte de la carrera la conozco más o menos bien, además, a pesar de haber medio planificado más o menos algún que otro tiempo de paso, siempre acabé descartando ese pensamiento, una forma como cualquier otra de quitarme de encima presiones innecesarias.

 Terminamos de cruzar el pueblo y por tanto el asfalto y entramos en la pista que lleva hasta el Hotel dela Barranca, aquí ya hay un par de rampas en las que echamos a andar a buen ritmo, voy acompañado por Luís mientras el resto de los Locos van algo más rápido, recuerdo un momento en el cual, nada más llegar a aquella pista de tierra me mira y me dice… ¡ya estamos! Me doy cuenta de que es el momento, de que todos los meses de preparación y todo ese tiempo que he robado a la familia tenían una finalidad, y era terminar esta aventura en la que ya estaba embarcado, alguna de la responsabilidad que había querido evitar cae sobre mis hombros pero me veo con ganas, no hay problema.

 Un poco más adelante veo a Sergio, conocido en estos círculos como Mayayo, un referente en lo que a ultras y carreras de montaña se refiere, últimamente mantenemos cierto contacto por medio de las redes sociales por lo que conversamos un ratillo, me cuenta que tiene un problema muscular que le va dando la lata, poco después decidió, con muy buen criterio, abandonar, su meta este año está en Chamonix.

 Seguimos con un ligero trote y Luís recibe una llamada, son sus cuñados, le esperan para subir con él hasta la Maliciosa, recibo la noticia con sorpresa y me doy cuenta de que este año el héroe de Beasain no llegará a meta, la falta de motivación que había sospechado en las salidas domingueras se confirmaba, el que consideraba mi mejor aliado quedaba atrás… tendría que hacer la carrera en solitario.

 Cosa que por otro lado no me preocupaba, de hecho, es algo que esperaba, casi toda mi preparación había sido en soledad, pateando el Cerro en busca de un ritmo que me resultara cómodo y efectivo, un ritmo muy personal y posiblemente alejado de el de mis amigos, un ritmo que me llevaría hasta la meta de Navacerrada unas horas después.


 Pasado el Hotel nos unimos de nuevo los Locos sin saber que sería la última vez, al borde de la pista Pepe Despacio nos hace unas fotos, tras un fuerte abrazo seguimos hacía arriba, en la fuente de la Campanilla cambio el agua del bidón, en ese punto empieza la subida de verdad, dura y complicada, y poco a poco se va formando una fila de a uno que rompía la carrera de forma definitiva.

 Alberto va como una moto, al poco de comenzar la zona técnica de subida dejo de verle, Fernan, recién salido de su lesión avanza con buen paso, unos metros por delante de mí, Prisillas, desconocido, sube prudentemente sin perderme de vista. Sin mucho que contar llegamos al Collado del Piornal, a la izquierda la Bola del Mundo, a la derecha, esperándonos, la Maliciosa, aquel pico con el cual despierto todas las mañanas, aquel que aquella mañana de enero hizo que me inscribiera en esta locura.

 Llegados al collado, Prisillas está casi a mi altura pero en la siguiente mirada atrás veo que ha vuelto a bajar el ritmo. Llegando a la cima, Marga, la chica del GR-10 nos da un grito de ánimo.

2 de julio de 2011

Yin-yang

Sin duda el año pasado fue uno de los mejores que recuerdo, sin que mi memoria sea un dechado de virtudes en ese sentido. Cualquiera de nosotros ha sentido alguna vez durante una temporada más o menos prolongada en el tiempo (lo bueno no dura cien años) que todo se iba aliando en perfecta sincronía para ajustarse, con la precisión de un reloj atómico, a nuestros deseos e intereses. Hasta parecía, en ocasiones puntuales, que la meteorología, tan esquiva siempre a cualquier intento de control, se rendía sumisa a mis más mínimos deseos para hacerme la vida más agradable.
Los buenos resultados en las carreras, mejorando en todos mis tiempos (siempre tiene que haber una segoviana excepción a la regla), mejorando en resistencia, mejorando en potencia (cosa extraña a mis años), abriendo nuevos ultra-horizontes, conociendo mucha gente nueva,… Además, el hecho de acercarme a los 50 años me vaticinaba alguna posiblidad seria de conseguir algún trofeo a pesar de que sinceramente nunca ha logrado esto último moverme en exceso. Siempre me ha gustado competir por el placer de hacerlo: creo que es lo que nos define a la mayoría de los deportistas y lo que sigue elevando la categoría de esta actividad a las cotas más altas.
Llegué incluso a culminar lo que para mí, tan sólo un año antes, era algo inalcanzable: completar una ultra-trail, la G2H, con una soltura que a mí mismo me resultó sorprendente. Me sentía tocado por una divina providencia. Mi amigo Josema había conseguido hacer de mí (y de algún otro) un perfecto corredor de montaña.
De mi vida profesional se podía decir lo mismo: aprobé una oposición y se abrieron, de repente, nuevas expectativas para mi promoción profesional, que dormía hacía mucho tiempo, demasiado quizá, el sueño de los justos. Además cambiaba por completo de trabajo ocupando un puesto mucho más cómodo y mejor valorado que el que desempeñaba hasta ese momento. Podría seguir enumerando ejemplos pero como postrer muestra baste añadir la compra de un apartamento en una bella zona de la montaña asturiana a un muy buen precio. Resumiendo: fue más que un buen año.
En esas estábamos cuando comenzó otro que pensaba sería magnífio y me apliqué desde un principio a mis tareas: comencé una seria preparación física para afrontar con fuerza un año que esperaba gratificante.
Pero la realidad siempre caprichosa, siempre esquiva, me enseñó de repente y con la frialdad que le caracteriza, que había algo cierto en la doctrina taoista que concibe el mundo como algo cíclico, un vaivén que ora nos encumbra, ora nos hunde en los abismos. Según esta filosofía cuanto más cerca estamos del cielo más próximos podemos estar del fracaso. Su símbolo más conocido en occidente, el yin-yang, así lo refleja: dos polos que limitan los cambios mostrándonos lo difuso del límite entre la alegría y la tragedia. Esa creencia les confiere a muchos orientales valor y perseverancia en los momentos difíciles, y humildad y moderación en los éxitos. Cuando estamos a punto de lograr el máximo, no debemos olvidar nunca lo cerca que andamos de su opuesto.
En efecto, así fue: no tenía nada y ya lo había perdido todo: una lesión de menisco acabó en menos de dos meses con todas mis expectativas. Pasó un tiempo hasta que me di cuenta de la gravedad de la lesión y más aún hasta que pude operarme con lo cual a estas alturas de año y , después de casi cinco meses desde las primeras molestias serias, todavía estoy cogiendo la forma. Todos mis proyectos, todas mis ilusiones, se fueron al traste como un castillo de naipes al albur del viento. Ni que decir tiene que, tras la triste asunción de mi destino y repuesto en parte de este, en definitiva, pequeño contratiempo, mi alma de corredor de fondo me ha permitido, con mayor éxito unas veces, con cierto dolor y rabia otras, irme adaptando a las circunstancias sin pensar en lo que pudo ser y ya nunca será, asumiendo que, con paciencia y perseverancia, un nuevo y esperanzador ciclo sumirá en el olvido mi pequeña decepción…
Gracias a todos los que han sufrido conmigo o a mi lado este mal trago. A ellos dedico estas líneas por si en alguna ocasión en la que se sientan atenazados por los problemas o las mil vicisitudes de esta vida, les sirven de ánimo. No perdáis nunca la esperanza porque cuanto más cerca estamos de la tragedia más próximos podemos hallarnos de la gloria.