11 de diciembre de 2011

Crónica de una escapada anunciada...


El domingo día 4 de diciembre acudí a la Marmota, una carrera de 25 kilómetros por la zona de Colmenar Viejo. Alguien de mi trabajo me la comentó y, tras echar un vistazo, me pareció que era una prueba que se adaptaba a mis posibilidades. Sin embargo, una vez inscrito y viendo con más detalle el recorrido y los desniveles, me di cuenta de que, a pesar de que parecía una carrera de montaña, no era tal dado que la mayor parte del recorrido transcurría por pistas y no había ningún tramo técnico ni de subida ni de bajada. Demasiado rápida para mí. Eso, unido al hecho de que me apunté solo, hicieron que en la salida me encontrara con menos ganas de las pocas que ya de por sí tengo antes de cada carrera.
Y es que no podía evitar pensar, justo antes de cruzar la alfombrilla, en las más de dos horas de sufrimiento que me quedaban por afrontar. Por eso, últimamente me encuentro mucho mejor en distancias largas o con recorridos duros. A pesar de sus dificultades evidentes siempre parece haber un momento donde te puedes relajar, donde puedes bajar el ritmo lo que quieras o echarte a andar si la cuesta se empina, de tal modo que no me resultan en absoluto agobiantes. Sin embargo, saber que te quedan muchos kilómetros de bajadas en las que irás ‘a muerte’, con toboganes que te machacarán las piernas y algunas subidas en las que no podrás parar lo más mínimo sin que te pase un montón de gente, en mi caso, hace siempre que me plantee, por fin, una carrera sin ‘lucha’, que me invada el deseo de no competir lo más mínimo, de disfrutar como en los entrenamientos observando a la gente, acompañando un rato el ritmo de los que van más suave que yo, forzando en las zonas de subida con las piernas frescas por el ritmo pausado de ese ‘dejarse ir’…. Acompañado de Juanjo un corredor de Villalba al que conozco del gimnasio, me encontraba tan ensimismado deleitándome en esta posibilidad que me sorprendió el inesperado inicio de carrera. Tanto, que no me dio tiempo ni de despedirme de él porque fue oír el sonido mágico que nos pone en marcha, ver al corredor de blanco con una cincha en la rodilla con el que he coincidido en las tres últimas carreras y unirme a su ritmo, para regular mis demasiado rápidas salidas. Ya estaba en carrera y para competir.
A los dos kilómetros ya era consciente de que me había equivocado. El ritmo de mi corredor de referencia era demasiado alto: en las otras carreras la diferencia básica era que empezaban con fuertes subidas por lo que él tardaba en alcanzarme unos kilómetros. En bajada su ritmo era demasiado fuerte para mi por lo que cambié rápido de estrategia y me puse a regular enseguida intentando buscar otra ‘liebre’. Durante casi ocho kilómetros el terrerno fue muy favorable picando hacia abajo con algunos llanos y pequeños toboganes en los que mantener el ritmo alto se hacía cada vez más difícil lo que vaticinaba un final muy duro por la todavía considerable distancia que quedaba.
En cuanto empezaron las cuestas fui consciente de que las piernas no iban tan frescas como me hubiera gustado llevarlas. Los largos y tendidos tramos de subida me pesaban mucho y más, si cabe, ver que la gente me pasaba en ellas. Así transcurrieron varios kilómetros y un par de controles, viendo como poco a poco me iba pasando algún corredor suelto en un número mayor de los que yo alcanzaba. Sólo en alguna bajada corta y técnica conseguía recuperar terreno  y algún puesto. Entre el kilómetro dieciséis y el diecinueve el cuerpo recuperó por un momento las ganas de correr lo que me animó bastante. Más todavía lo hizo el hecho de pasar por el veintiuno en 1:33 lo que me sorprendió gratamente. Sin duda iba rápido para mis ritmos y en absoluto hundido como pensaba.
Poco duró lo bueno. En los cuatro últimos kilómetros, coincidiendo con varios tramos de subida, algunos de ellos tirando a duros pero siempre ‘corribles’ (lo que los hacía durísimos a esa altura de carrera), noté una pájara considerable. De esas que hay que combatir con pocas fuerzas, mucha cabeza y un enorme sufrimiento. Apelando a mi espíritu ‘trailero’, ese que nos insufla fuerza y coraje donde sólo hay dolor y desesperación, conseguí ‘arrastrarme’ y llegar a meta sin pararme ni perder mucho más tiempo. Llebaba 1:54:59 en carrera.
La anécdota del día fue que, como llegué tan mal, en ningún momento pensé en mirar las clasificaciones sino que me fui al coche y volví a Villalba como alma que ha visto al diablo. Qué sorpresa tan agradable ver al día siguiente en las clasificaciones que había conseguido mi primer podium: segundo clasificado en VET-B (>50 años). A ver si hay suerte y repito en alguna otra carrera para pisar podium….

3 comentarios:

  1. Enhorabuena Biri, llegar a pisar el cajón es algo que muy pocos consiguen en su vida deportiva. Hacerlo a tu elevada edad es más difícil aún, implica mucho sacrificio y el haber sabido cuidarse muy bien. Eres un ejemplo a seguir para todos. ¡Bravo!
    Más mérito tiene si tenemos en cuenta que es una carrera que no se adapta a tus cualidades... seguro que es el primero de muchos.

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  2. Aupa el abuelo y su paso a la nueva categoría, donde podrás cosechar los éxitos que la constancia y la cabeza te regalarán como merecido buen fin de tantos años de dedicación a ésta y otras muchas disciplinas. Ahora bien, lo que tendrás que hacer a partir de ahora es tomarte la pastillita de la memoria para que no se te vuelva a olvidar mirar los resultados antes de irte, mangarrián.

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  3. Bravo fernan, eres un ejemplo de constacia y amor por éste deporte. Seguro que consigues mas pódiums. Un abrazo!.

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