15 de septiembre de 2010

3 superclases, 91 kms. y un fin de semana. Final

¡Óstila Biri!

Y llegamos. Sí señor. Al final entramos por el arco de meta. Pero desde que abandonamos el avituallamiento de Mutiloa hasta que entré en la plaza del ayuntamiento de Beasain viví una segunda carrera.

Nada más levantarme de las gradas del frontón donde había decidido descansar mientras Fernan daba buena cuenta de las viandas que allí nos tenían preparadas (lo que le gustó el tomate al jodio) noté que lo que nos restaba de carrera no iba a ser un camino de rosas. Desconozco porqué, pero me dio la espina de que lo bueno se había terminado. Justo cuando yo pensaba que ya estaba casi todo hecho llegó el hachazo. Primeros pasos subiendo unas escaleras y noto que me ha comenzado a doler la planta de los pies. Le resto importancia y pienso en que únicamente nos deberían quedar unos 8 kms. y esto ya es pan comido. Charla con Fernan y con los dos corricolaris “Guadiana”, mientras que para no variar continuamos con una ascensión a Españolamendi. El primer punto gracioso lo pone el enterarnos en ese momento que no es una ascensión, sino tres, porque subes y bajas lo que has subido para volver a subir un poco más alto y repetir el proceso una vez más. No importa, esto está hecho. Pero no (parezco gallego), porque noto como con facilidad pierdo la capacidad de seguir el ritmo de éstos y además veo que no van fuerte, lo que me indica que hay algo que pasa y me temo que lo tengo justo debajo de los pies. Esa molestia que tengo en la planta va tornándose dolor intenso cada vez que piso. Los dos corricolaris y Fernan se destacan y comienzan a adelantarme algunos de los corredores que habíamos adelantado previamente. El calor es intenso. El ulular del viento cejó en su empeño de hacer bailar las hojas de los árboles y todo lo que hasta ahora había sido una temperatura agradable, durante la tarde pasa a ser un calor sofocante. Cuando llego a la primera cima puedo comprobar que debajo de mis pies ya no hay camino, sino una alfombra de alfileres, millones, que se me clavan sin piedad a cada paso y que casi no me permiten pisar. Miro hacia abajo y me encuentro con la mirada interrogante de Fernan que se pregunta por qué no me decido a bajar y que inquisitivamente me dice que nos están adelantando los demás y no le gusta. Le entiendo perfectamente, a mí también me está sentando como una patada en el estómago, pero no tengo cojones suficientes para bajar andando, cuanto menos corriendo. Pienso en tirarme haciendo la croqueta, con el culo arrastra o como quiera que sea para no tener que pisar. Me pasa de todo por la cabeza mientras un insoportable dolor me machaca los pies. De todo menos abandonar. Eso no, por mi vida que no. Me decido a bajar muy despacio. Cada paso es un suplicio. Cada suplicio un paso menos que me queda para Beasáin. Así es como lo veo. Llego abajo y en algo que tendría que haber tardado menos de un minuto veo que he sumado casi siete. Le explico a Fernan mi problema y le digo que me cuesta horrores caminar y que tendremos que bajar el ritmo. Asiente con la cabeza y asimila como buen samurái lo que hasta el final de carrera será su dolor, nos pasarán muchos corredores y él está fuerte como un toro y podría aún pasar a unos cuantos más. Sucumbe a mi paso de caracol cuando lo que desea es correr como un galgo. Esperará a cada requiebro del camino a que llegue en lugar de levantar las pegatinas a todos los corredores que quedaban por delante, pero él es Fernando, es un samurái y es un amigo y para él hay algo que está por encima de los intereses personales: yo.

Continuamos nuestro pesado y lento caminar Fernan delante y yo detrás, sufriendo porque tiene que estar venga a esperarme, cuando la primera saetada nos hiere más aún si cabe: nos acaba de pasar el primer corredor de la Ehunmilak. Continúo como puedo, después de que nos hayan pasado muchos corredores que habíamos dejado atrás hacía ya incluso algunas horas, cuando escucho a mi espalda “Paso al segundo corredor de la Ehunmilak”. Me aparto y al volverme me encuentro al corricolari que dejamos perdido en la subida al Aizkorri. Nos cuenta que le entró un arrechucho que lo dejó doblado y que estuvo a punto de tener que retirarse, pero que se paró, comió algo, se hidrató y descansó alrededor de una hora y aquí le tienes, otro que nos adelanta. En la misma cuesta abajo ahora nos alcanza uno de la organización y nos asesta otro saetazo más, nos dice que somos los últimos. Perdón, corrijo, que soy el último. Me importa un bledo (mentira) pero yo acabo como que me llaman ElHermanoDAlex. Charleta con el biciclista y poco a poco vamos recortándole metros al camino (la distancia la empecé a medir en metros de lo lento y jodido que iba). Por si fuera poco, me empieza a entrar un bajón por el cansancio y las horas de sueño perdido, pero ahí está mi isostar que me levanta los ánimos de nuevo y me ayuda a llegar a una de las partes más bonitas de la carrera y de las que más me gustaron, pues compensaron en parte la ignominia para con Fernan de mi pausado caminar.

Llegamos a una zona de caseríos y a Fernan le brillan los ojos con especial intensidad mientras internamente rememora los años mozos que trabajó duramente por aquellos parajes cuando, tras haber recaído en una familia que estaba sentada a la puerta de uno de los caseríos, a orillas del camino, veo que Fernan les pregunta ¿No os acordáis de mí?. Se me ponen los pelos de punta de acordarme y es que ya es casualidad que justo estuviéramos pasando por delante de la puerta de los que en su día fueron vecinos durante muchos veranos en la Gipuzkoa profunda y que además allí estuvieran ellos, como esperando a que se diera el milagro. Abrazos, besos y demás preguntas típicas del reencuentro. Muchos recuerdos se amontonan en las cabezas de unos y otros mientras el tiempo se pliega para llevarles a un pasado que se hace cercano y vívido. Ánimos y buenos deseos y besos para Aran, a la que añoran y aprecian, quieren y recuerdan con mucho cariño. La parada me mata, pues me cuesta mucho volver a caminar, pero ha merecido mil veces la pena, es una manera de recompensar al samurái.

Unos pasos más adelante y ahora hacia la derecha, a un casero que viene andando tranquilamente después de la faena, otro ¿Te acuerdas de mí? -“¡Ostila Biri!”- y de nuevo el brillo intenso en los ojos de Biri, pues resulta ser que nuestro querido vigía allí es conocido como Biri y es querido enormemente por tan exigentes oriundos. Biri era un buen chaval, trabajador hasta el hartazgo y agradable, cordial y cercano en el trato que dejó una huella tan honda en aquellas gentes que ahora, después de más de veinte años sin relación alguna, vuelven a dedicar una sonrisa sincera al noble Biri. Lo que siguió fueron palabras de miles de recuerdos que Biri me transmitía con fervor y que me hacían el camino más ameno. Aunque no conseguía olvidar el dolor de mis pies, durante algún tiempo pude centrar la mente en otro asunto mucho más importante: escuchar al viejo Biri.

Más camino andado y el tiempo pasaba como una exhalación, mientras que los metros hasta la meta parecían multiplicarse. Nos pasa el segundo corredor de la Ehunmilak (ahora sí que era verdad) y nosotros seguimos en nuestro empeño del pasito a pasito se anda el camino. Ya estamos muy cerca de Beasain (según los caseros era todo bajada, ¡ja!) y mientras bajamos una cuesta de asfalto que estaba resultándome puta como las gallinas noto como mi mano derecha tira de mí hacia adelante. ¿qué leches le pasa ahora al brazo? ¿me dan espasmos?. El brazo de nuevo tira de mí hacia adelante y me hace dar dos pasos más rápido de lo deseado, hiriéndome los pies otro ápice más aún si cabe. De repente, como de la nada, al fondo vislumbro dos siluetas harto conocidas, miro a mi muñeca derecha y comprendo qué es lo que está ocurriendo. Doblado y enrollado en la muñeca descansa el buff y es éste el que tira de mí. Todo está claro como el agua, ya que no es un buff cualquiera, es un buff especial. Es un buff antológico resultas de un regalo impagable. Durante el camino, la mañana del día anterior, aprovechando una parada a desayunar, Prisi nos sorprendió a todos con un regalo precioso, un buff para cada uno que tenían un significado especial, pues eran los buff que le habían dado en distintos MAM y a mí me había tocado el que correspondía al primer MAM en que dieron buff y de los primeros que había corrido Josema (un regalo soberbio que me acompañará durante muchas otras carreras desde ese momento y hasta que la muerte nos separe). Pues bien, Prisi estaba tirando de mí, apoyándome desde la lejanía a través del buff que servía de vínculo de unión. Trasladándome la energía cósmica que conecta a las personas unidas a través de una amistad especial y el buff respondía a la llamada como un hijo responde a la llamada de un padre.

Piano, piano llegamos a la altura de Mikel y Prisi (o más bien ellos llegan antes a nuestra altura) y nos reciben con aplausos y vítores. Es aquí donde les ponemos un poco al día de la situación y les explicamos que desde hace unos cuantos kilómetros no ando sobre otra cosa que no sea el orgullo de terminar. Nos animan e informan que ya estamos a menos de un kilómetro de Beasain y aquí llega otro gesto que jamás olvidaré y es el descubrir en el rostro de Mikel la admiración porque estuviéramos ahí, después de todo estábamos llegando. No quiero desmerecer a Prisi, porque tanto el uno como el otro lo dieron todo desviviéndose desde aquí hasta nuestra entrada en meta, pero Mikel me llamó especialmente la atención. Derrochaba alegría, estaba exultante y gritaba una y otra vez “Sois grandes chicos”. Recuerdo que fui seco y restaba importancia a la situación, le decía que no éramos tan grandes y lo sigo pensando, pero la verdad es que fue una nueva renovación de las fuerzas que ya me habían abandonado hacía algún tiempo. Gracias a la suma de todas estas pinceladas conseguí seguir adelante. Ellos andaban por mí, yo sólo me limitaba a prestar mi cuerpo a la hazaña, pero la energía partía de ellos tres, los tres superclases con los que me había embarcado en una aventura irrepetible. Tres superclases que ante todo fueron personas, enormes personas de enorme corazón. Infinita es la gratitud que les profeso así como la deuda que tengo con ellos, pues cada uno en su momento, durante muchos y muchos minutos, kilómetros, acontecimientos y vivencias dieron lo mejor de sí mismos para que lo imposible fuera realidad. Los sueños dejaban de ser sueños.

La entrada en Beasain fue especialmente emotiva y también permanecerá en mi retina por siempre. Gente a uno y otro lados de la calle aplaudiendo y gritando nuestros nombres durante casi dos kilómetros de Gloria. Mikel y Prisi trotando a nuestro lado y jaleándonos. No se cómo pero desde poco antes de entrar en el pueblo comencé a trotar muy despacio y poco a poco iba adquiriendo velocidad. Los pies ya no me dolían o si lo hacían me importaba tan poco que ni lo notaba. Me venían a la cabeza los motivos que me habían mantenido en pie de guerra durante los momentos difíciles de la prueba y notaba como una lágrima furtiva afloraba y se perdía suicida por el vacío precipicio que había desde mi mejilla al suelo. Me la secaba con el buff repleto de energía cósmica y apretaba un poco más el ritmo hasta que al fin, a unos metros de nada podemos ver el arco de meta que pondrá punto y final a la aventura. Fernan con el júbilo de la llegada ha apretado más que yo y entra triunfante en meta. Yo con lo que en ese momento me parecía casi a sprint también rebaso unos segundos más tarde la línea que marca que el trabajo está terminado y sin poder contenerme, con los brazos en alto y colmado de alegría rompo a llorar con la imagen de mi hija en la cabeza. Ella fue el auténtico motor. Ella era el secreto que me había guardado hasta hoy y que consiguió que terminara la carrera. Por ella sabía que terminaría y por ella decidí en Etxegárate que tenía que continuar y estaba deseando que Fernan me lo propusiera, en un silencio cruel que me hizo eternos los minutos y que egoístamente imposibilitaron que pensara con la frialdad necesaria para convencer a Prisi y Mikel de que tenían que continuar. La carrera la terminé exclusivamente porque era la única manera de devolverle a mi pequeña el tiempo que la había robado mientras entrenaba. Ese tiempo no podía emplearlo en balde, no podía regalarlo a la nada. Si no terminaba habría perdido y sería un hombre gris del cuento de Momo. Un ladrón del tiempo, el tiempo de Paula. ¿Hay algo más importante que los hijos?

Ondo, ondo, oso ondo. Lasai.

3 comentarios:

  1. Pues que quieres que te diga, que sin ti yo habría dejado la carrera no por falta de fuerzas sino por el hastío de ver que la ilusión de llegar juntos se había esfumado.
    Lo que más me impresionó fue el momento en que te quitaste una de las zapatillas por las molestias y vi un calcetín completamente ensangrentado ( o eso me pareció a mí). Ahí me di cuenta del sufrimiento que llevabas en los pies y de lo eterno que se te haría el final. Sin embargo, siempre confié en que tu mente era la de un ciclista y esa no se hunde fácilmente. Es como esas bacterias que permanecen años en estado latente a la espera de mejores condiciones para recuperar la vida.
    Sabes que lo que más lamento es haberme dejado llevar al final por la euforia y no haber entrado juntos. Me pudo el ansia.

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  2. Emotivo final Luisito.
    Una vez más me ha hecho sentir una profunda y honda pena pensar en lo que me perdí. Leyendolo ahora y recordando a Biri en el coche al llegar, cuando bajábamos de Etxegárate y rememoraba aquellas sendas que recorriera años atrás, mi deseo de atraversarlas en compañía de quien aprecio tanto fue enorme. Aún así...
    Es quizá la parte de la carrera que más siento haber perdido.
    Respecto a tí, jabato, nos demostraste a todos de lo que eres capaz. Si te animé a embarcarte en la aventura era porque confiaba en tu capacidad. Siempre confie. Siendo consciente de que tu esfuerzo te costaría. Pero casi sabe mejor ¿verdad?.
    Una experiencia que me demostró que tengo aún mucho que aprender. Espero también tener camino.

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  3. Se ha hecho esperar pero ha merecido la pena, entre otras cosas y egoistamente, me ha venido muy bien para recordar lo bien que me sentó la retirada en los primeros días. Estaba muy contento por la decisión tomada, veros tras aquella curva en las afueras de Beasain fue algo grande, darse cuenta como al vernos te cambió hasta la forma de andar fue genial. Ahora que has terminado la crónica me va a dar pena dejar todo esto atrás... por cierto, cuando tenga un rato pondré la foto de tu entrada en meta, estaba esperando el final de la crónica.

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