21 de julio de 2011

GTP V. La Granja - Navacerrada


Salgo de La Granja con el pensamiento de que otra vez voy a ser el último en terminar, cosa que no me gusta nada. Me da mucha rabia el abandono de Prisillas, creo que necesitaba terminar esta carrera tanto como yo para curar esa herida que nos dejo la Goi2H. Alberto es un crack, es la primera vez y tiene muchos ultras en las piernas, Biri no tiene nada que demostrar, llegar donde ha llegado es todo un éxito en sus circunstancias y Luis no tenía la motivación suficiente, pero Prisi... por lo que he hablado con él no creo que le resulte un fracaso quedarse en La Granja, pero desde luego no es un éxito, dudo que vuelva a intentarlo, lo que me duele también de manera egoista, aunque en carrera no hayamos ido juntos, la planificación y muchas de las salidas han sido conjuntas, ¿volveremos a hacerlo?

Intento no pensar, desde la carretera oigo un claxon, Alex me da un grito de ánimo que me hace volver a la carrera, está empezando a oscurecer y aprovecho los últimos momentos de luz y uno de los pocos momentos llanos de toda la prueba para trotar un poco, intentando avanzar todo lo posible antes de encender el frontal. Por delante me esperan varios kilómetros a la vera del río, subiendo por todas las pesquerías reales hasta la Casa de la Pesca. Un par de kilómetros después de la salida del pueblo comienzo de nuevo a subir, es una subida tendida, cada vez la luz es más tenue, por lo que enciendo el frontal. El río, los bosques, las sombras, desde que atravesé el puente de Valsain con un niño que me acompañó unos metros con su bicicleta no veo a nadie. El camino sigue ascendiendo, es complicado de seguir, no sé si han puesto pocas marcas o las han quitado los excursionistas, pero por momentos la preocupación de no ir por el lugar correcto es real.

Tengo en la cabeza que la distancia a recorrer es de 10 o 12 kilómetros, a pesar de trotar en algunos tramos, aquellos que son más o menos llanos, se me está haciendo muy largo, en un determinado momento siento un agudo dolor en la planta del pie, ¡noooo!, aquella ampolla que tanto tiempo llevaba avisando se rompe, siento como el líquido moja mi pie y cada paso se convierte en un pequeño suplicio. No pasa nada, tranquilo, ¿qué faltan, 20 kilómetros?, son veinte mil metros, diez mil pisadas con cada pie, haciendo una cuenta atrás... A pesar del dolor no dude en que fuese a terminar la carrera, sabía que tenía que sufrir y tenía que dar las gracias porque fuese tan tarde, hasta ahora no había tenido ningún problema de verdad y ya falta de tan pocos kilómetros una ampolla no me iba a hacer fracasar. No obstante, me preocupaba que cambiar la pisada para evitar el dolor me produjera algún problema muscular. De nuevo intento no pensar en nada, me vuelvo a enchufar al MP3 y paso a paso sigo subiendo, troto despacio en muchos momentos a pesar de las pendientes, es duro pero el pie duele menos.

No llego, este tramo se me está haciendo un mundo, la falta de luz hace que todo parezca igual, el ir en solitario me impide tener una referencia... tal vez no vaya tan bien como pensaba. Subo unas escaleras, al llegar arriba no veo un camino claro, a la derecha una marca, a la izquierda una zona abierta... decido arriesgarme e ir a la izquierda... ¿por qué?, todavía no lo sé, supongo que a pesar de la oscuridad algo me hacía orientarme, tras un buen rato y pensando en darme la vuelta, veo una marca que parece querer esconderse, respiro aliviado y continúo algo más tranquilo.

Deseo evitarlo pero en este momento es cuando los "malos pensamientos" vienen a mi mente. La monotonía, el dolor, el cansancio acumulado, la tensión de seguir una pequeña luz con la que además debo buscar las escasas marcas del camino... Una pendiente algo más pronunciada me obliga de nuevo a caminar, recuerdo aquella barrita que me metí en el bolsillo ante la insistencia de las voluntarias de El Reventón, con tranquilidad pero sin parar doy buena cuenta de ella, me sienta bien.

Pero la preocupación sigue, he pasado tanto tiempo sin ver marcas y creo llevar tanto tiempo de tramo que empiezo a pensar en que en algún momento me he podido saltar el avituallamiento. La verdad es que no pienso dar la vuelta para comprobarlo, aunque sería una pena que a estas alturas de descalificaran por no pasar un control. En estas cosas andaba yo pensando cuando por fin, un rato después, veo unas luces en la lejanía, pocos minutos después, Josegym y sus compañeros me dedican una gran sonrisa en el avituallamiento. Me tratan como a un rey, allí hay un par de corredores que han llegado tres minutos antes que yo, va a ser que no iba tan mal, no me adelantó nadie en ese terreno y casi me uno a ellos. Un voluntario me confirma que hay casi 17 kilómetros desde La Granja, en ese momento entiendo lo "largo" del tramo y el porqué se me había hecho tan "pesado", ya que yo contaba con doce escasos kilómetros. Sonrío mientras estiro las piernas, me como un sabroso tomate y me bebo un camión de Coca-Cola... ¡esto marcha!

Creo que este tramo es el ejemplo de que hacer una carrera de este tipo depende de la cabeza, todo lo mal que iba, todas las dudas que llevaba, casi todo el dolor de aquel pie que me estaba matando... todo, desapareció en el momento en que me di cuenta de que había un problema con la distancia esperada y la real.

Tras unos minutos de "relax" un grupo de seis o siete corredores llega hasta nuestra altura, decidimos salir todos juntos para afrontar la subida hasta el Puerto de la Fuenfría, solo son cinco kilómetros, pero tengo en la cabeza el arrastradero de troncos que tenemos que subir, es casi un kilómetro con una pendiente terrible, pero es la última. Nos mantenemos unidos al principio, incluso cantamos el ¨cumpleaños feliz" a un chaval cuando llegamos a las doce de la noche, me encantaría celebrar un cumpleaños así. Llegados a la famosa cuesta, cada uno a su ritmo, unos tiran por delante, otros quedan por detrás y dos o tres nos quedamos bailando entre dos aguas. Al igual que en el tramo anterior fue muy largo este, a pesar de la subida, se me hizo corto, paso el control, lleno el bidón en la fuente y por Cospes llego al camino Smidth.

Camino que, sin saber como, vuelvo a hacer en solitario, trotiandando como al principio, más o menos al mismo ritmo que en los primeros kilómetros. Unos cien metros por delante un pequeño grupo al que no me es posible alcanzar, por detrás no veo a nadie. Las subidas y bajadas se suceden, el camino es relativamnte amplio y cómodo, conocido... empiezo a darme cuenta de que ya está hecho, pero como diría la canción, una piedra del camino, me enseño que mi destino, era... sufrir un poco de más de dolor. Le pegue una buena patada, aún hoy la uña del dedo está negra. Sirve para darse cuenta de que todavía hay que llegar, aprieto los dientes y al fondo veo la residencia militar... en pocos minutos llego al puerto de Navacerrada.

Para mi alegría, y la de todos, el avituallamiento está en el Puerto y no en la sede del Peñalara, lo que nos ahora 500 metros muy puñeteros, aquí paro poco ya que tengo ganas de llegar, me uno al grupo que llevaba por delante y comenzamos la subida al Collado de los Pastores. Esta es una subida curiosa, no la había tenido en cuenta en ningún momento, siempre la he considerado más o menos llana, pero he de decir que no lo es, se hace larga pero antes de desesperar se ha terminado. Ahora sí que todo es cuesta abajo.

Pero vaya cuesta, bajar la tubería de día es divertido, bajarla de noche y con más de 100 kilómetros encima hace que cambie de opinión, una senda muy estrecha cubierta de pequeñas piedras que se mueven a mi paso, tras un par de resbalones decido parar. Pienso que el objetivo está casi logrado, es llegar, el tiempo es lo de menos, de hecho, no sé el tiempo que llevo ni me importa la posición en la que estoy. Me pongo a andar y veo como el grupo se aleja, me da igual, por un momento no estoy haciendo una carrera, paseo tranquilamente en la oscuridad de la noche, el tiempo se alarga pero no me importa. Paro sin problemas para ayudar a otro corredor a cambiar las pilas de su frontal, en cuando lo hace tira para abajo como alma que lleva el diablo, le digo adios, ya falta poco.

Llego a la pista, me pongo a trotar despacio, faltan todavía seis o siete kilómetros para llegar pero ahora si estoy seguro de que no habrá problemas, en la Barranca paso el último control, solo faltan cinco y sigo con fuerzas, entre el hotel y el pueblo me acompaña un todoterreno de la policía local. lo que me permite relajar un poco la vista. Es duro seguir una luz que se mueve durante horas. Las primeras farolas me reciben, atravieso una pequeña urbanización antes de llegar a la carretera, una vez cruzada llego al pueblo y comienzo a atravesarlo, ¡qué diferente se ve tras 21 horas de esfuerzo!

Empiezo a emocionarme un poco, por un momento se me pasan por la cabeza todas las horas de preparación, todo ese tiempo que he robado a la familia, me siento y me encuentro bien, ¡voy a llegar! Desde la puerta de una discoteca gritos de ánimo aceleran mi trote, faltan pocos metros, saco el teléfono y llamo a Marian, le digo que ya está, que esta vez si lo he conseguido, entro en meta abriendo los brazos ante la atenta mirada de... ¡tres personas!

La verdad es que la llegada resultó un poco triste pero es lo que tiene llegar a las cuatro de la mañana, paso el chip mientras me cuelgan la medalla de finisher, recojo la mochila y tras beber tres coca-colas subo al coche y vuelvo a casa.

1 comentario:

  1. Pues sí Mikel, la mayor parte de estas carreras es cabeza: en ocasiones tiene que ser dura como el pedernal para seguir adelante con las molestias físicas; otras veces, muy sutil y muy equilibrada para saber qué hacer en cada momento. El que se piense que son retos físicos únicamente, está equivocado. A mí en particular lo que más me gusta de ellas son las lecturas, todos esos pensamientos que has ido entretejiendo y que, por lo menos a mí en particular, nos asaltan a lo largo del trayecto. De ellos, de las buenas y malas elecciones, dependen el éxito o fracaso de nuestro empeño.
    Enhorabuena por haber terminado un señor trail.

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