20 de julio de 2011

GTP IV: Rascafría - La Granja


No tengo prisa, mi idea era pasar los Claveles de día y mucho se tienen que torcer las cosas para que eso no ocurra, hago una foto en el Puente del Perdón y la cuelgo en el Facebook, en este mismo lugar, o mejor dicho, en la pradera adyacente, hace ya 17 años, nacieron los “Vagos sin Fronteras”, recuerdos de aquellos años me acompañan en el camino. Aquel fin de semana, un grupo de amigos bajó desde la estación de cercanías de Cotos hasta El Paular, se instaló en aquella pradera con la idea de, al día siguiente, subir el Reventón, pasar a Peñalara y volver a Cotos, desde donde se dirigirían de nuevo a casa. Nada de eso ocurrió, el calor y la galvana nos tuvo dos días en aquella pradera. Aquel fin de semana fue inolvidable, a pesar de no hacer nada, allí nació algo especial que me acompañará siempre.

Una especie de carril bici me lleva hasta el pueblo de Rascafría, voy trotando tranquilamente, sabiendo que son los últimos metros llanos en mucho tiempo, pero es largo, en un determinado momento decido caminar un poco y de repente oigo gritos que me llaman por mi nombre, ¿estoy alucinando? No, Arantxa y sus acompañantes me esperan con una Coca-Cola muy fría que, a pesar de tomarla con algo de miedo, me supo a gloria. Tras un rato de conversación en el que me enteré de que a Biri le había dado un tirón bajando desde la Morcuera, supuse que al llegar aquí se retiraría. Me despedí de ellos y me dirigí hacía el punto de la carrera que más miedo me daba, el puerto del Reventón.

Porque solo el nombre asusta, en tiempos de los “vagos sin fronteras” ni siquiera intentamos acercarnos a él, a pesar de estar previsto. No lo conocía por tanto, solo sabía que iba a ser duro. Y el calor no cesaba, había más o menos 10 kilómetros hasta el siguiente avituallamiento y solo llevaba dos bidones de 600cc, uno con agua y otro con sales. No hubo más remedio que racionar desde el principio para que llegara hasta el final… ¿sería suficiente?

Saliendo del pueblo, a la puerta de un bar, Carlos me ofrece tomar algo, estoy todavía saboreando la coca-cola fría, declino su oferta con agradecimiento y salgo del pueblo por una portilla guardada por una pareja de voluntarios que me dan los últimos gritos de ánimo antes de enfrentarme al coloso.

El puerto del Reventón es puñetero, ni por asomo tiene la dureza de la Maliciosa, no tiene rampas de esas cuyo desnivel supone un esfuerzo puntual, pero es largo, muy largo y constante, sin unos metros de descanso que te hagan recuperar fuerzas. Creo que si solo tuviera que subir este puerto, lo podría hacer corriendo, eso sí, sufriendo mucho, pero en estas circunstancias no se me pasa por la cabeza el hecho de trotar.  Tras una subida de más o menos un kilómetro a cielo abierto, se entra en una estrecha senda entre árboles que curiosamente dan sombra en todas partes menos en el camino, las señales son escasas pero tampoco hay otro sitio por el que tirar, así que sigues el camino sin pausa.

En medio de una de esas largas rectas, un corredor descansa sentado a la sombra, es Peio Ruiz Cabestany, uno de mis ídolos de la infancia, de cuando el ciclismo era ciclismo y este señor uno de mis héroes. Mantengo la compostura y evito pedir un autógrafo, nervioso, le pregunto si necesita alguna cosa y me dice que no, que está vacío y que solo quiere descansar un poco. Retomo el camino alucinando, iba yo relativamente cansado pero no me di cuenta de la dureza de la carrera hasta esa pequeña charla. Más adelante, en otra sombra, el grupo con el que estaba corriendo le espera, están más o menos preocupados por la falta de señales en el camino, pero este es evidente y es difícil que nos hayamos perdido todos.

Tras pasar el bosque llega la pista, interminable, recta y curva, recta y curva, después me enteré de que eran trece las curvas, tal vez saberlo antes me hubiera servido de acicate, o tal vez no, intuía el final del puerto por como se acortaban las rectas y porque se iba viendo más o menos una cima que no llegaba. Durante el camino, caminando, no adelanté a nadie, eso sí, las cunetas estaban repletas de compañeros que se tomaban un respiro a la sombra de algún árbol. Faltando poco para el final, con los botes casi vacíos y empezando a preocuparme por si no llegaba, en medio de una de esas largas rectas, un chaval está vomitando, me acerco a él y le pregunto, no me responde, con miedo le ofrezco el poco agua que me queda… como me diga que sí me mata, pero con un gesto me pide que le deje en paz. Aumento un poco el ritmo con la esperanza de poder avisar a alguien en el control para que puedan socorrerle, poco después me cruzo con un coche de la organización avisado por otro corredor. Me entero además de porqué no me hizo caso, es belga y no tiene ni idea de castellano.

Aprovecho no obstante para preguntar al conductor, solo me quedan tres curvas, animado, me pongo a caminar de nuevo a buen ritmo hasta el final… de la pista, para mi desgracia al terminar esta surge un sendero que continúa subiendo, un rato más tarde por fin diviso el avituallamiento. Dos maravillosas voluntarias me tratan como a un hijo, Coca-Cola, agua, barritas, un lujo. Al irme me piden que me lleve una barrita en el bolsillo, “falta mucho y ya no tienes más comida hasta La Granja”, me dicen, la acepto por compromiso, doy las gracias y continúo con la subida al Reventón, unos minutos después llego al control.

Durante la subida al Reventón me había ido dando cuenta pero ahora ya lo confirmaba del todo, me las prometía yo muy felices pensando en que ya estaba todo hecho pero Peñalara está muy lejos, y muy alto.

Bueno, tampoco es para tanto, pero si es verdad que lo que sobre el papel parecía un paseo iba a ser bastante duro. Al menos, la zona es mucho más bonita que aquella pista en la que nos habíamos achicharrado, además, había de vez en cuando alguna corriente de aire que se agradecía sobremanera. También viene bien trotar un poco después de tanto tiempo caminando, soltar un poco los músculos. Mientras sigo la cuerda, saltando de vez en cuando la valla de piedra que separa Madrid y Segovia, evitando las piedras amontonadas para hacer aquellas trincheras de infausto recuerdo, mantengo mi tónica habitual en estos menesteres, adelanto a gente para arriba, me adelanta la gente para abajo, a veces piensas en que sería mejor ir juntos pero, supongo que igual que yo no estoy dispuesto a forzar bajando otros no lo están a hacerlo subiendo.

Pasadas dos o tres cumbres, al fondo, diviso la Laguna de los Pájaros, de nuevo los recuerdos de aquel tiempo pasado con el Club de Montaña del Jaime Ferrán vienen a mi cabeza, a su derecha, el temible paso de Los Claveles, motivo de mis desvelos, ya se erguía ante mí majestuoso.

Esta es sin duda, y junto al kilómetro vertical de la Maliciosa, la zona más montañera de toda la carrera, las fuerzas ya no son las del principio, pero en peores plazas hemos toreado. Aquí no se puede correr, el desnivel es muy importante y un pequeño traspiés te puede dar un disgusto. Un montañero de verdad, de los que no corren, se aparta a un lado para dejarme pasar, me pregunta -¿dónde vais con tanta prisa?, paro un momento y le cuento así por encima desde donde venimos y donde vamos a llegar. Me hizo gracia el hecho de que no respondiera, solo me miró y se quedó callado.

 En la última bajada antes de la laguna, algo más pronunciada y larga, me he quedado de nuevo solo, por delante, un grupo de seis o siete corredores sube con paciencia, una chica, la que al final fue tercera en la general, se va quedando atrás. A ella logro alcanzarle antes de llegar a la zona superior del risco, a ellos no, ni más cerca ni más lejos, siempre la misma distancia.

Había olvidado aquella última parte del paso en la que no llegas nunca al Pico de Peñalara, cada vez que pasas una piedra grande te das cuenta de que todavía no has llegado, de que cada vez está más lejos. Pienso en aquellos que pasarán por aquí de noche, no me dan ninguna envidia, millones de mariquitas que al principio te hacen gracia te muerden después sin compasión, finalmente, con un último esfuerzo llego a la cima, sus “simpáticos” habitantes, esos voluntarios que tan bien nos trataron, habían decidido poner el control justo encima del vértice geodésico. Se lo perdoné porque me dieron una naranja riquísima y me dejaron llenar el bote de agua.

Aquí no descansé mucho tiempo, tenía oído que la bajada hasta La Granja era muy puñetera y temía que hubiera también piedras grandes y precipicios, por lo que intenté seguir a aquellos compañeros que se había ido un par de minutos antes de que yo llegara, más que nada por no ir solo del todo y que alguien pudiera oírme en caso de caída. No logré conectar con ellos de nuevo pero menudo alegrón me llevé cuando me di cuenta de que ese terrible descenso no era diferente al de la Maliciosa. Con paciencia y tranquilidad superé esa primera parte complicada que termina en el chozo Arangüez.

Luego fue todo más sencillo, recuerdo ese riachuelo en el que no pude evitar meter la cabeza hasta los hombros, incluso cometí el error de beber sus frescas aguas, error que compensé con un buen trago de sales de las que me quedaban en el bidón, tras tantas horas de calor aquel baño me dio vida, satisfecho me puse de nuevo en marcha.

Un nuevo problema surge en estos momentos, empiezo a notar un dolor en la planta del pie izquierdo, pienso en que es normal que salga alguna ampolla a estas alturas de la carrera pero esta debe ser enorme, como anteriormente, intento descartar los pensamientos negativos.

El camino es muy agradable, con bastantes ratos de sombra, trotando entre helechos, corriendo entre vacas, acordándome con todo el cariño del mundo de la familia del que hizo el recorrido cuando, tras pasar un río, hubo que subir una dura pendiente que no esperaba. Veo una ambulancia al borde de la pista, me preocupa, pero tras preguntar me dicen que es por precaución, un par de bromas, desde ponme un suero hasta bájame a La Granja que estoy cansado y sigo para abajo. Todo es verde, el calor empieza a disiparse, me quito la “supergorra” y me topo de frente con los muros del Palacio, los cuales había que rodear, menuda vueltecita nos hicieron dar. Me encuentro con una pareja de la Guardia Civil que me indica el camino y finalmente llego a la carretera, donde voy recibiendo el ánimo de conductores y acompañantes, siento que he superado con nota esta etapa, unos metros después entro corriendo en las calles hasta que por fin llego a la plaza en la que está situada el avituallamiento.

Nada más llegar Alberto sale a mi paso… ha decidido abandonar por motivos gástricos. Intento convencerle de que venga conmigo ya que pienso que a mi ritmo no iba a tener problemas, pero ya ha entregado el dorsal. Si eso era poco, me informa de que Luis abandonó en la Morcuera,  Biri lo ha dejado en el Reventón y Prisillas se retirará al llegar aquí ¡Mierda!

En este lugar tenía prevista una parada larga en la que cambiarme tranquilamente de calcetines, comer bien y seguir adelante. En cuanto a la comida, seguí con el membrillo y la Coca-Cola, comí algo de jamón, poco porque no me apetecía mucho y preferí no arriesgar. Lo de los calcetines… digamos que lo evité, aquella ampolla que me estaba dando la lata me preocupaba bastante, así que me dije aquello de… ojos que no ven

Hasta ahora en ningún momento había pensado en la retirada más que para bromear un rato con amigos y voluntarios, así que pasados unos minutos me levanté y me puse a correr de nuevo, ahora sí que tenía la carrera en el bote, solo quedan… ¡30 kilómetros!

Nota: he estado mirando las clasificaciones y no encuentro a Peio por ningún lado, de verdad que no creo que fuera una alucinación y no tengo ninguna duda de que era él pero...

3 comentarios:

  1. Este es el tramo clave de esta carrera. Con Sol o con lluvia. Con frio o calor. Se suceden las sensaciones buenas con las crisis.
    Esperamos el final.

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  2. Pues para mí haber pasado el Peñalara hubiera sido terminar la carrera. La subida al Reventón para mí no fue especialmente mala y creo que pasamos a algún corredor. Precisamente la subida al Peñalara es lo que me llevó a dejarlo. Me dio miedo no terminarla.

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  3. La subida a Peñalara me resultó en realidad más sencilla que el Reventón, fue más lenta por supuesto, pero es un tramo muy montañero en el que caminar a buen ritmo es todo un placer, A diferencia de esa pista infernal en la que ves que podrías correr un rato y no puedes. Creo que lo hubieras superado sin dificultad, en tu caso hubiera sido más preocupante el inicio de la bajada, por tu problema de rodilla.

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