25 de agosto de 2010

3 superclases, 91 kms. y un fin de semana

6ª Parte

Ondo, ondo, oso ondo. Lasai. Nuestro camino continuó dirección Aizcorri y como no podía ser de otra manera, todo hacia arriba. Intercambiamos impresiones con nuestro nuevo compañero de viaje, le hablamos de los dos amigos caídos en el transcurso de la contienda y el nos habló de las veces que había intentado una ultra distancia y de cómo aún no había conseguido terminar. La Iru y alguna más habían podido con él, pero no con sus ganas y su moral. Algún día se impondría y luciría orgulloso la camiseta de Finisher. Qué decir que gracias a la charleta y casi sin darnos cuenta plantamos nuestros pies cansados a los pies eternos del “Segundo Grande del Goierri”: el Aizcorri.

Pasamos unas ruinas, desconozco de qué época, visitadísimas, por cierto, por gente a la que no la amedrentó el día nublado y frío que amaneció y se echó al monte. Ahora sin embargo el sol ya calentaba algo, lo justo, e iluminaba nuestro vagar, filtrándose por entre las ruinas y esquivando la enorme cresta de la montaña que en breve sería coronada. O eso esperábamos. Tras una ligera duda de por dónde subir y de nuevo a mano derecha, comienza la ascensión, algo técnica, con mucha piedra que superar. Fernan delante, abriendo camino. El corricolari le sigue y detrás, cerrando la comitiva, este humilde narrador. La cogemos con ganas y con fuerza. Nuestra respiración para nada acelerada insufla oxígeno a nuestros músculos. Con ímpetu conquistador mermamos la distancia hasta la cima. Ondo, ondo, oso ondo. Lasai. La cabeza se yergue vislumbrando por encima del empinado camino cuál será nuestro siguiente obstáculo a salvar. Oso ondo. En zigzag le vamos ganando espacio mientras ella nos va ganando tiempo. Es una lucha sin cuartel. “Tu pisarás mis jóvenes entrañas, pero yo pisaré tu moral; No te será fácil. No lo es para nadie que quiera atisbar el infinito horizonte desde mi alta cumbre, cuanto menos para ti, forastero” La montaña nos habla, pero nosotros la contestamos en forma de continuidad, sin parar de ascender, con una sonrisa en la cara que denota que la batalla la vemos ganada. No voy a decir que con las fuerzas intactas, pero sí que voy a decir que con la voluntad inquebrantable. Pero no todos vamos así, la montaña está pudiendo de momento con el corricolari, al que pasé hace algún tiempo y al que ahora que me vuelvo para preguntarle cómo va y no consigo ver. Grito su nombre y el silencio es el único que me contesta. Oigo la nada. Miro hacia arriba y allí está la figura desgarbada e infatigable del viejo Fernan. Adueñándose de la ladera continúa con paso franco arañándole distancia. La montaña a cambio nos roba tiempo. Ondo, ondo, oso ondo. Lasai. Cumbreamos lo que parece la cima, pero no, bajamos otro poquito y de nuevo a subir. La subida: preciosa. Es técnica y dura, pero preciosa. La niebla nos imposibilita ver muy allá, lo suficiente para hacernos una idea de que aún nos queda algo y del que está adelante, o atrás. Fernan y yo ya hemos comentado la pérdida del corricolari, ¿qué será de él? Pronto lo sabremos, dejemos a la historia que sea la que nos de sorpresas. Pase misí, pase misá, de pronto y sin aviso, aparece ante nosotros una pequeña hermita y en ella, abrigados como en pleno invierno, unos siempre anónimos voluntarios con el control de dorsales. Nunca será lo suficientemente bien agradecida la labor de éstos. Sin ellos nosotros no disfrutaríamos igual de la prueba, simplemente porque la prueba no existiría. Cumbreamos y ganamos la batalla. Pero la montaña se tomó la revancha con una espesa niebla que no nos permitió disfrutar de las verdes tierras Gipuzkoanas. Ahora ya “sólo” queda bajar hasta el próximo avituallamiento, el penúltimo.

Bajamos bien. Fuerte. Nos encontramos pletóricos. Sin querer adelantarnos, vemos que podemos acabar en tiempo y apretamos el ritmo. La bajada bastante técnica también. Pisando todo el rato sobre piedras afiladas de una roca descarnada y aún joven. Picuda, agreste e irascible se nos antoja liviana. Será porque le vemos punto y final, aunque aún queda mucho, quedan casi treinta kilómetros por delante y alguna que otra ascensión. Mientras bajamos unos chavales que habían subido a darse un garbeo nos pisan los talones y, al menos a mí, nos hacen ir algo más rápidos aún. Nos preguntan y se asombran. Entre ellos cuchichean y porqué no decirlo, a mi se me hincha el pecho como al gallo Claudio. Comentan que alguna vez querrían hacer una prueba similar, aún no les hemos dicho la distancia que llevamos ni la que nos queda, sólo el tiempo empleado en llegar allí. Luego quizá cuando conozcan todos los pormenores se lo pensarán algo, pero no mucho, que para algo son vascos y con ellos nada puede.

Baliza tras baliza vamos dejando atrás la cima. Lo que no dejamos atrás es esta caprichosa niebla que nos hace la puñeta impidiéndonos contemplar la lejanía. Tras un largo rato de descenso y para que no se acostumbren mucho las piernas a eso de bajar, tras dudar por no encontrar la siguiente baliza y preguntarles a los chavales que dónde quedaba el pueblo, miramos hacia arriba y allí está impertérrita, esperándonos para decirnos que el camino se torna pino de nuevo. Después de esta fulgurante bajada tomo la subida con ganas y aquí será donde el cuerpo me diga por primera vez que no gaste muchas fuerzas en hacer más locuras, que todo tiene un límite y que no debiera acercarme al mío. Le pido a Fernan que aflojemos un poco, porque él como siempre parece que acaba de empezar a correr, y trotiandando (la verdad es que más trotando que andando) vamos pasando baliza tras baliza, masticando niebla, continuando el sube y baja para posteriormente bajar y bajar y, como el que no quiere la cosa y sin avisar, nos presentamos en nuestro siguiente avituallamiento, oculto en medio de la espesura del bosque, alivio para nuestros pies cansados. Desconozco qué avituallamiento era, ni punto kilométrico y llevamos muchas, muchas horas en nuestro empeño. Pero se acerca el final.

2 comentarios:

  1. Parece que nos vamos acercando al final, espero ansioso los momentos de dureza, que hasta ahora todo ha sido gozo...

    ResponderEliminar
  2. Vamos Luís ahora no te quedes ahí. Nos queda lo mejor... ¿o no sentiste tú lo mismo que yo cuando entramos en Beasaín?

    ResponderEliminar