26 de agosto de 2010

3 superclases, 91 kms. y un fin de semana

7ª Parte

Siguiente objetivo: Mutiloa. Pero antes un descanso a nuestros pies cansados. El tiempo ya no será problema, vemos que hemos recuperado bastante y vamos aún fuertes. Tonteo un poco preguntándole a uno de los voluntarios por el club más cercano a Beasain y me contestan haciéndome una relación más que concisa de las distintas posibilidades. De nuevo en el avituallamiento nos hemos juntado con los dos corricolaris que vimos por primera vez hace ya por lo menos un siglo (o eso me parece) e intercambiamos impresiones. Fernan duda en qué tomarse y yo le indico que Coca Cola, que me lo dijo Ppong y que a mí me está funcionando. Además, toma jamon York con tomate (“Gran descubrimiento” según sus palabras en Etxegárate) y alguna otra cosa. Sin mucho más que destacar, repongo agua para prepararme el que espero sea mi último isostar y marchamos al trote cuesta abajo por una vereda verde como la esmeralda. Pasamos por alfombras de hojas de mil tonalidades marrones y comenzamos a cruzar pueblos. El camino se nos hace grato, pero la carrera está llena de sorpresas y a Fernan le está volviendo a dar guerra el estómago. No es la primera vez en la carrera y creemos que todo ha dependido de lo que se ha ido tomando en los avituallamientos. Quizá el café del último sea el culpable, quién sabe. Además, una penúltima eventualidad nos hará un pelín más eterna nuestra llegada, pues preguntamos que cuanto quedaba hasta Mutiloa y nos dicen que unos 7 kilómetros. Tras aproximadamente otro kilómetro (estimo ya que mi fore murió poco antes de llegar a Aizkorri) volvemos a preguntar y nos dicen que unos 8 Kms (¿?). La siguiente vez que preguntamos, bastante más adelante, nos respondieron de nuevo que unos 8 Kms. Esta vez se lo perdono porque, además de corregirnos en una glorieta en la que íbamos a tomar la salida incorrecta, lo hicieron tres chicas a cada cual más guapa (luego las volveríamos a ver en Mutiloa, desconozco cómo lo hicieron pero llegaron casi a nuestra par. Será algún truco de la gente de la zona). Pasamos alguna que otra cuesta sin dificultad y un pequeño despiste en un pueblo que nos hace andar unos seiscientos metros más. No se puede decir que esta sea la parte más bonita del recorrido, salvo alguna que otra travesía, pero sirve para conocer las viviendas típicas de la zona, los pueblos empedrados, las masías y a sus gentes sentadas en la puerta mientras nos animan al pasar.

Por otro lado, el calor empieza a apretar y comienza a robarle el sitio a la niebla que nos acompañó durante toda la jornada. Atrás dejamos la hora de comer y entramos en la hora de la siesta, pero ni hambre ni sueño nos acontecen. El fragor del final de la batalla nos ocupa todos los sentidos. Mutiloa se presenta a nuestros pies y las gentes nos indican que ya nos queda poco. Algo menos de un kilómetros y llegaremos al último avituallamiento. Pienso en el porqué de la carrera y en el día en que decidí arriesgarme a correrla. También pienso en los dos amigos que hemos dejado en el camino, en que ellos tendrían que estar llegando con nosotros a este último punto y seguido. Pienso en lo cruel que es la vida. En lo real que es. En lo despiadado de sus caminos. Pero ya no hay vuelta atrás y pronto volveremos a estar juntos. Una recta dentro del pueblo y alguien nos grita que ya estamos, que es en el frontón del fondo. Seguimos corriendo. Pocas veces en estos últimos kilómetros hemos andado y hemos pasado a muchos corredores. A muchos. Estamos fuertes y estamos en Mutiloa, girando a la izquierda y entre barreras señalizadoras, entrando en el avituallamiento entre vítores y aplausos. Voces de ánimo y júbilo. Ondo, ondo, oso ondo. Lasai. Casi hemos terminado y lo sabemos.

1 comentario:

  1. Reconoce que los 600 metros de más lo hicimos a posta para alargar un poco...

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