2 de agosto de 2010

3 superclases, 91 kms. y un fin de semana

2ª Parte

Tras enamorar al objetivo de una cámara que nos esperaba en la puerta de entrada al Txindoki comenzaré a comprobar cómo el camino no será tan “fácil” como hasta ahora. Así como había disfrutado de la anterior subida donde la luz del frontal rebotaba contra la suave llovizna que refrescaba mi cara y la niebla nos ocultaba el camino haciéndonos intuir el bosque que atravesábamos, haciéndome sentir vivo, formar parte del camino, escuchar la tierra a mis pies, entender cómo lo importante se puede disfrutar desde las cosas más sencillas y encontrar instantes eternos llenos de paz, ahora la ascensión se iba tornando más complicada, por caminos estrechos, rocas que resbalaban y te obligaban a subir apoyándote de las manos, e incluso en algunos momentos, dudar del camino y tener que buscar la baliza con mayor atención. Por otro lado era precioso ver un montón de luces en fila india por delante y otras pocas por detrás. Pero lo peor aún estaba por llegar, el último tramo de subida nos mostraría lo resistible que puede ser la madre tierra, horadaría nuestras fuerzas sin pausa ni descanso, pondría a prueba nuestra fortaleza física y nuestro espíritu y nos haría plantearnos la temida pregunta: “¿Por qué estoy aquí y que gano con esto?. A la dificultad de las piedras descarnadas y en pico que nos hacían trastabillar una y otra vez se unieron el barro y una densa niebla. La suave llovizna que hasta ahora nos había refrescado comenzó a incomodar exacerbadamente. Las suelas de las zapatillas eran una gruesa capa de barro. Dar dos pasos hacia arriba muchas veces implicaba una siguiente bajada resbalando del doble de distancia. No se veía el fin. El pico luchaba contra nosotros, hormigas que intentábamos ganar su cima, mostrándose terco y obstinado y haciéndonos dudar. Las manos llenas de arañazos se aferraban a cualquier punto de apoyo que nos ayudara a seguir otro pasito más hacia arriba. Y en medio de todo esto, incombustibles, un buen puñado de voluntarios que se dejaban la vida en jalearnos e indicarnos el camino donde más peligroso pudiera presentarse. Ondo, ondo, oso ondo. Lasai. Por donde algunos subimos, otros bajan. Tenemos que turnarnos en algunos pasos. A ratos me siento perdido, miro hacia arriba e intento seguir al que va delante, confiando en que no aparezcamos quién sabe dónde. En mi mente rondaba la idea de que si nos estaba costando subir, ¿cómo sería la bajada? No tardé mucho más en comprobarlo, corono el Txindoki, le doy las gracias al voluntario que estaba en lo alto del pico tomando nota de nuestros dorsales y pasando un frio terrible, tomo un trago de agua de la Camelback y cuando me quiero dar cuenta, Prisi y Fernan ya no están a mi vista y Mavegam está bastante lejos. Comienzo el descenso y poco a poco, sin tomar confianza en ningún momento, alcanzo a Mavegam y hacemos el resto del descenso juntos. Prisi y Fernan bajaron muchísimo mejor que nosotros y se vieron obligados a esperarnos antes de continuar el ascenso de Ganbo. Esto les resultará fatídico ya que se quedaron congelados de frío y les afectaría enormemente durante un buen rato, haciéndoles sufrir más aún si cabe.

Ganbo es una vieja montaña de cumbre redondeada, algo más alta que el Txindoki, pero más agradable para nuestros pies, ya que es una suave y mullida pradera, que dará alivio por un momento a nuestras breadas plantas. Esto no significa que no fuera duro, porque la pendiente era importante, la niebla nos impedía ver con claridad las balizas y nos rebotaba la luz del frontal, haciéndonos caminar en vano en varias direcciones buscando la siguiente y la noche comenzaba a pesarnos. Por si fuera podo, al rato se unió que el camino era un continuo subir y bajar grandes desniveles llenos de piedras que volvían a martirizar nuestro ya cansado caminar. Miro el reloj, calculo la hora a partir del tiempo que llevamos de carrera y vuelvo a calcular ahora cuánto queda para que amanezca. Empiezo a necesitar que la luz del sol caliente un poco mi rostro y me libere de la carga psicológica que me está empezando a aprisionar. Para ayudar un poco me pongo los guantes, ya que tengo las manos congeladas. Los brazos fríos me muestran gotas de la lluvia colgando del pelo erizado y medio escarchado. La camiseta y el pantalón corto están empapados y llenos de barro. Las zapatillas apenas se ven y los pies también van empapados. Así llegamos al siguiente avituallamiento, perdido en la nada, donde unas providenciales almas caritativas nos esperan fuera de la tienda de campaña para ofrecernos un poco de agua y Gatorade y un mucho de ánimos y buenos deseos. Ondo, ondo, oso ondo. Lasai. Es la cumbre de Ganbo. Km 24 aprox. Nuestro próximo destino: Lizarrusti.

3 comentarios:

  1. elhermanodealex vaya memoria prodigiosa que tienes. No como otros que ya no recordamos nada de nada. Estoy deseando que rememores la parte de Etxegárate en adelante.

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  2. Esperando me tienes. Me parece incleíble cómo te acuerdas de los detalles.

    A mí me pasa que en cuanto llevo una hora corriendo, le empieza a falta oxígeno al cerebro y no me acuerdo de casi nada ... y de lo que me acuerdo, no soy capaz de saber qué fue antes y qué después.

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  3. ¡Vaya pedazo de cronica!
    Si señor , muy buena, por momentos me parecia estar corriendo al lado vuestro.
    Por no hablar del merito de afrontar un reto como ese, sigue así .......

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