Por otro lado, las piernas no iban mal, algo cargadas, lo que es normal con casi 60 kilómetros a cuestas, pero sin dolores de ningún tipo. Poco a poco, metro a metro, nos acercábamos a Navacerrada, el paisaje es increíble, es uno de los momentos esperados durante mucho tiempo, pero no lo estoy disfrutando, empiezo a preocuparme, debo comer algo y no me atrevo, en Mataelpino ya no lo he hecho, y las fuerzas empezarán a faltar.
En esos pensamientos estaba, yendo hacia delante con la ayuda de Fernan y trotando de vez en cuando para descargar piernas cuando aparecen en su bici Prisillas y Pablo, su presencia me anima a seguir sufriendo, no puedo fracasar por segunda vez, toda esta gente que saca tiempo un sábado para venir a acompañarme merece que todo termine bien, si no es por mí es por ellos, pero esta vez hay que llegar.
A pesar de todos esos pensamientos positivos, el último tramo hasta la Barranca se me hizo durísimo. No saber exactamente donde estaba el avituallamiento complicaba más las cosas. De repente, un corredor se para ante nosotros, parece que era muscular pero según nos acercamos vemos que está mareado, me gustaría ayudarle pero le entiendo demasiado, estoy muy cerca de estar como él, me da rabia pero decido seguir mientras Fernan le ayuda a tumbarse. Por fin llegamos al avituallamiento, según me paro el mundo empieza a dar vueltas y el estómago empieza con sus piruetas, me alejo todo lo posible y empiezo a vomitar.
No pensé que se podía vomitar y pensar a la vez, pensar en que me están esperando en Cercedilla y no voy a llegar, pensar en que me voy a quedar otra vez en el camino… es duro pero es lo que hay… por mucho que me guste no estoy hecho para esto.
Cuando vuelvo le comunido a Fernan mi decisión… Abandono.
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