8 de febrero de 2013

Hoy puede ser el día


Todos tenemos en nuestra cabeza alguna escena de película que se nos viene en muchas ocasiones a la cabeza por mil motivos distintos. A mí me pasa a menudo con una que aparece al principio de la cinta El último mohicano. El protagonista, Daniel Day-Lewis, un hombre blanco adoptado por los indios mohicanos, en compañía de su padre y su hermano, ambos indios, corren al amanecer por un bosque aún brumoso. Casi a oscuras entre una abundante maleza de abetos, arces, castaños,… persiguen un enorme ciervo asustado por el peligro que lo acecha. La escena es vertiginosa. Se mueven con rapidez por un terreno abrupto, capaces de perseguir y dar caza a un animal salvaje mucho mejor adaptado a ese hábitat. La música acompaña la escena en perfecta armonía con el esfuerzo de los que corren con una ligereza increíble: los violines a un ritmo simple pero rápido y muy acompasado comparten con el sonido de los tambores una misma cadencia. Los protagonistas saltan, evitan ramas, hacen giros rápidos, suben, casi a la misma velocidad que bajan, por un terreno irregular. Siempre me he preguntado por qué me resulta tan atrayente esta secuencia, por qué me identifico tanto con ella, por qué me cuesta permanecer sentado siempre que la he visto en directo. Y he llegado a la conclusión de que imagen y sonido nos remontan a un pasado remoto pero muy ligado a nuestras más primitivas costumbres, a esos cazadores de la sabana todavía no asentados cuya tarea diaria consistía en la persecución de todo tipo de animales; a aquellos antepasados nuestros para los que el correr era una forma más de conseguir sustento. De algún modo, la maravilla del cine lo rememora con la fuerza de lo que está profundamente arraigado en nuestros genes despertando en nosotros instintos atávicos. O eso me parece a mí. 
No he conseguido un mejor enlace pero podéis haceros una idea:


Integral de Pedriza
Todos hemos tenido alguna jornada memorable. Alguno de esos amaneceres donde todo va bien desde el principio. En mi caso es curioso porque en alguna ocasión en esos días donde uno se encuentra con una fuerza inusitada, esos días en que el terreno, a pesar de ser irregular, incómodo, muy técnico, no es impedimento alguno para nuestras piernas, que parecen ligeras y rápidas; en esos días, en plena carrera, esa música vuelve una y otra vez a mi cabeza resonando continua, apoyando mis pasos, dándome más fuerza si cabe. A ese ritmo endiablado, me imagino unido al coro de todos aquellos que alguna vez han tenido estos idénticos sentimientos y a todos los que quedan aún por experimentar semejantes sensaciones sintiendo que ellos me observan y me comprenden, porque ellos también han visto las mismas cumbres, los mismos horizontes eternos de sol, han sentido el viento enjugando su frente sudorosa por el último esfuerzo, la lluvia empapando   su cuerpo …. Puede ser en la Sierra de Hoyos lloviendo a mares, recorriendo una senda convertida ahora en nutrido arroyo. Subiendo al cerro bajo una nevada intensa con un viento frío cortante como un cuchillo. Incluso sorprendido en pleno  verano por una aterradora tormenta de rayos, relámpagos y lluvia intensa en plena Sierra del Guadarrama. O corriendo por una magnífica pradera de un verde intenso primaveral con decenas de minúsculos riachuelos que semejan  la enorme copa de un árbol majestuoso. 
Entonces, camino como en una nube, sin duda pleno de fuerza, con una emoción intensa cercana a la de los mismísimos dioses, pensando que en esa jornada ni la lluvia ni el barro ni las peores condiciones del terreno, van a impedirme disfrutar de esas maravillosas sensaciones con la piel excitada de un penetrante regocijo. Es en esos momentos cuando la música y el recuerdo de las manidas imágenes potencian una y otra vez este placer  retroalimentándolo en un círculo gozoso que parece no tener fin. Un verdadero deleite, tan adictivo, que sigo buscándolo entre tantos días de esfuerzo, de sufrimiento vacuo, de frío o calor intenso…

6 comentarios:

  1. ¡Estás que te sales amigo!, creo que no voy a escribir nunca más...

    Reconozco no haber visto nunca "El último Mohicano" entera, pero esa escena, que he visto varias veces (muchas), justifica la película entera. Recuerdo como la última vez que la vi junto a mis hijos les iba diciendo que eso es lo que hacía su padre cuando subía al monte...

    ¡Quién pudiera tener días así a diario! Por desgracia salen pocos pero el hecho de buscarlos ya justifica salir ahí fuera...

    ResponderEliminar
  2. Se de lo que hablas amigo. Lo he vivido y sentido tan vivo y tan adentro que me he maravillado tanto que por ello sigo domingo a domingo intentando mantener un poco la esperanza de que llegue otro día como el que describes. Y cómo escribes Biritxo, mamón!

    ResponderEliminar
  3. Sentimientos parecidos son los que siento, pero para mi otras peliculas pueden cuadrar en mis sensaciones (me has dado ideas para otros post). Gracias por estas historias, son altamente gratificantes.

    ResponderEliminar
  4. Gracias Fernan, da gusto leerte, que envidia.

    ResponderEliminar
  5. Una película que he visto varias veces. Una gran Banda Sonora. Yo también he revivido mentalmente la melodía en mi cabeza mientras correteaba por el monte. Amplificando la sensación de libertad.
    Creo que todos hemos sentido momentos como los que tan acertadamente describes.

    ResponderEliminar
  6. Mikel los días así tienen que ser los menos porque terminaríamos por no disfrutarlos.
    Luis eres incombustible y seguro que tendrás días así... Aun recuerdo cómo disfrutaste el año pasado dándome zapatilla...
    Gonchu lo de menos es la película, lo más importante es el gustazo que da...
    Chema se te echa de menos. A ver si podemos preparar algún entreno en el que estemos todos juntos.
    Prisi ya me imagino que los habrás vivido y, no creo que me equivoque si te digo que alguno no está tan lejano... Lo he sufrido en mis piernas.

    ResponderEliminar